A veces llegan cartas. Amor es una palabra de cuatro letras. A la vera de los leones de Correos la prisa tiene delito. Parejas de edad indefinida, turistas de toda clase y condición, pensionistas persiguiendo sombras, erasmus recién levantados, suegras del mundo, rastafaris de andar por casa, perros con escafandra, estrafalarios coches de capota a punto de entrar en boxes, lo de menos es el niño. Un carrusel de color contra la gris costumbre.
"¿Funcionan los leones?", pregunta una muchacha a la funcionaria de turno, y el eco de su voz cierra un enorme signo de interrogación en el vestusto edificio que certifica los cambios de humor del viento de Cádiz desde hace casi un siglo. "Claro", contesta ella, molesta por las dudas. "De toda la vida". La revolución digital no ha podido con los leones de Correos, del mismo modo que el video nunca mató del todo a la estrella de la radio.
La Plaza asiste al enésimo espectáculo de la luz y el trasiego. El singular es plural. La Plaza de Abastos comparte este sábado paradójico con la Plaza de las Flores. Del freídor al Merodio, de La Marina a Tinoco. Mil octavillas de papel anuncian las rebajas de pretemporada. Americanas de calidad, prendas para "frío y calor". Una amplia gama de exclamaciones para puntualizar la caprichosa temperatura ambiental, vulgo sensación térmica. La pugna estacional sorprende a los gaditanos con camiseta interior, camisa, rebequita y cazadora de entretiempo, y a los visitantes en manga corta. Maneras de vivir.
No es extraño que la rutina pierda cobertura en este preciso momento y lugar, este mundo aparte aparentemente ajeno a la realidad decadente. Histórico. En vez de simular una llamada perdida a un primo de Bruselas o caer rendido al pantallazo del dispositivo inmóvil, a veces, el turista ocasional compra un pedazo de Cádiz postal en el Melli, por ejemplo, y frena el tiempo al dorso sin faltas de ortografía. "Greetings from Cádiz, te quiero una hartá, mamá, lo estamos pasando de categoría". Más allá de retornar al olvido, las postales resucitan, ha surgido una modesta pero interesante industria del correo ilustrado, las postales típicas de paisajes urbanos de "todo Cádiz y la Catedral" intercambian alegrías con las fotografías en blanco y negro con aires nostálgicos, de tal guisa que compiten sin complejos con los guasaps, los selfies instantáneos y los bailes de actualidad.
La conexión de los leones de Cádiz con el mundo no decae, todo lo contrario. En Correos confirman que "los leones funcionan", claro, y que la inaudita correspondencia "ahora se separa en Sevilla". Sintomático. El patio de Correos dibuja una metáfora de Cádiz: poca gente, mucha claridad y un montón de espacio sin ocupar, uno, dos, tres pisos en soledad. Parece que pronto decidirán los diferentes usos de parte del edificio. Al tiempo, imaginamos una montaña de curriculums, pues Correos ha abierto una bolsa de contratación para crear nuevas plazas. Trabajo es una palabra de siete letras.
Los escolares que frecuentan las oficinas postales en excursiones divulgativas estarán muy puestos en materia tecnológica y eso, pero su inspiración no difiere de las ilusiones de los niños de antaño. Ahora los chavales no cavilan en torno al túnel del tiempo y a los inventos por venir, no sospechan de las fauces de bronce, ni relatan como si fueran verdaderas las leyendas subterráneas de la comunicación. Pero hacen las mismas preguntas: "¿Podemos ver los leones por dentro?" Y se llevan un desengaño. Los leones tampoco son tan fieros como pintan. Los niños se encuentran de pronto con una "jaula", un trasmallo lleno de cartas de cartón. Los leones son dos: uno de Cádiz-Cádiz y otro más cosmopolita. Los leones han visto y escuchado de todo: tipos y cuplés buenos, tipos y cuplés chungos.
Nunca está de más jugar a fabular historias personales que tropiezan consigo mismas en el constante paso de gente diferente y captar conversaciones al vuelo. ¿Qué contarán de nosotros los guiris universitarios que sellan cien pernoctas en esta tierra, los efímeros cruceristas que coleccionan nuestras estampas, las familias que se reconcilian con la arena de la playa, los locos vagabundos que no necesitan mapas, tanta gente sin geografía? De improviso, escuchamos una sola frase al compás de un matrimonio de raza blanca que camina hacia el mercado. Él dice a ella: "Las paranoias de la juventud". Un relato breve.
Correos también despacha postales digitales. No hay color. Frío y calor. Un parado ofrece perejil sobre una mesa plegable. A las puertas del mercado, otros venden los recuerdos de sus abuelos, amén de los suyos propios: libros descoloridos, discos, figuritas de cristal, despertadores, fundas de almohada, un nintendo, cuadros, juguetes mecánicos, álbumes de cromos, huchas, carteles, y algunas cosas maravillosas. En las paredes, Jonatan Alcina muestra su visión acerca del mercado y el mar. Puedes comprar frutos secos, pájaros, bolsos, recuerdos del futuro, churros, fruta, pescado, carne y colesterol por un tubo.
Cuidado con las carteras. Los leones poseen una virtud desconocida. A veces, cuando la cosa se pone fea, entre las postales del día aparece distraída una cartera casualmente desprovista de billetes, así que digamos que los leones de Correos se encargan de devolverle a Cádiz su identidad, por si la hubiera perdido.
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