viernes, 28 de mayo de 2010

Fanfarrias de libertad

Presos de Puerto 2 alivian la pena con un concierto matutino de la banda del Conservatorio "Francisco Guerrero"
 
 En la cárcel de Puerto 2, la música es lo más parecido a la libertad. Pasadas las once de la mañana, un centenar largo de presos abandona la rutina del patio, donde el cielo es cuadrado y el sol casi inalcanzable, para asistir al concierto de la fanfarria "Francisco Guerrero", actividad extraordinaria organizada por el Consorcio para el Bicentenario de La Pepa. Extraordinario, nunca mejor dicho. "La música nos abre la mente", comenta un inquilino mientras sus compañeros se acomodan en el polideportivo y la banda afina la puntería de su potente instrumental de vientos, metales y percusiones. "Aquí hay que echar instancias hasta para tener un compact en la celda". Burocracia entre rejas. Los fotógrafos no están autorizados a utilizar la imagen de los presos a no ser que ellos lo permitan. La estampa se antoja insólita. En dos planos distintos, la banda de música, perfectamente uniformada, sobre un tablao ornamentado con flores y banderas Y al otro lado, los presos sentados en las gradas. A la postre, los músicos obran el milagro y quiebran las distancias hasta lograr que muchos espectadores monten jaleo y bailen al son de piezas de ayer y de hoy. "La música amansa a las fieras", sugiere con segundas un funcionario. La mayoría de ellos preventivos y jóvenes, los reclusos se muestran dichosos y agradecidos con Verdi, Mozart, Debussy, Bizet, Jobim y demás compositores. Popurrí de fanfarrias la mar de conocidas. "El flamenco suele tener un éxito rotundo aquí", señala José Luis Jiménez, subdirector de tratamiento. Vigilantes vigilados, público transformado en protagonista, un ambiente de tensión y expectación que no arredra a los intérpretes. "Para nosotros ha sido como un concierto cualquiera, con un público igual de respetable, pero al final ha sido emotivo, una experiencia muy interesante".
"¿Qué vienen, los Rolling?", pregunta con guasa un tatuado y forzudo residente. La banda desgrana la Gran Marcha de Aída, piezas de can can, la habanera Carmen, notas de samba, un popurrí mexicano y hasta un tango del coro de La Viña. Canta y no llores, cielito lindo. Paradojas del destino. Los profesores del Conservatorio Francisco Guerrero de Sevilla explican a viva voz algunas características de su instrumento y, como no podía ser menos, al escuchar algo sobre la conga, alguien juega con las palabras, "¿la conga o la coca?", y en ciertos momentos incluso se establece un diálogo entre las voces cantantes de la prisión y los músicos. De forma sutil, por supuesto, que está la gente al loro. Periodistas mirando a los presos, presos observando el panorama desde la distancia, funcionarios en el centro de la escena. Música de jazz, de dibujos animados, de pasodobles taurinos. "Aquí la vida es muy dura", reconoce un funcionario, a quien un chaval le pide permiso para fumar. Se relaja una pizca el asfixiante ambiente previo. Teléfonos sin cobertura. Alguien reconoce a Manzorro. Otro desea "feliz navidad" a los músicos. Y al final nombran a todos por sus dos apellidos y se presenta ante las cámaras un preso autorizado, el sanluqueño José Manuel Romero, que lleva once meses esperando juicio y tene agallas para bromear. "Estoy deseando irme con la música a otra parte, así al menos salimos de la rutina diaria y cambiamos de aires. Aquí lo que más gusta es la música española, sobre todo los pasodobles". Y el cante hondo, claro. Y las rumbitas. Y lo que se tercie con tal de "hacer más llevadera nuestra estancia aquí". Encerrados con un solo juguete: la mente. De modo inadvertido, José Manuel asegura que en la prisión "el tiempo pasa más rápido que en la calle, pasa volando. Es una cosa de coco. Es cuestión de hacerse a la idea".

Mayo 10, Cultura, Diario de Cádiz
La foto es de Andrés Mora

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