martes, 1 de abril de 2008

Mitos argentinos


"Calamaro es padre de una nena". La prensa argentina saluda con alegría a la primera hija del rockero, leyenda viva de la música ultramarina. Libertad sería un bonito nombre. Andrés lo celebró con una corvina al vapor y un beso a su mujer, la actriz Julietta Cardinali. Padre a los cuarenta, precisamente cuando se cumplen cuarenta años del rock en español. Los argentinos lo celebran con seminarios oficiales, discos recopilatorios, conciertos y misceláneas. El rock en español nació el 2 de junio de 1966 en Buenos Aires, bajo el significativo título de la primera canción de los Beatnicks, "Rebelde", que abre los cuatro álbumes dobles que Sony ha editado para conmemorar tal efemérides. Calamaro aparece en la tercera entrega, en el ecuador de la fértil y sugerente historia que ha escrito páginas gloriosas a ambos lados del océano. En España, en cambio, el respeto a las raíces, la memoria de ausentes y presentes brilla por su olvido, en tiempos de usar y tirar.
A los protagonistas del embrión del rock en castellano les llueven las distinciones en Argentina. Allí adoran a Charly García, Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta y Moris. Y también a sus sucesores Calamaro, Fito Páez o Cerati. Envidia sana de Brincos, Bravos, Salvajes, y luego Antonio Vega, Kiko Veneno o Santiago Auserón, que aquí son sólo carne de coleccionistas, salvo excepciones casuales.
Moris tocó con los Beatncks en la mítica sala La Cueva, que fue como la Caverna liverpooliniana de Buenos Aires. Allí se juntó con Nebbia, Miguel Abuelo y Tanguito, entre otros. Editó dos discos en solitario a renglón seguido, "Treinta minutos de vida" y "Ciudad de guitarras callejeras", dos joyas impresionantes, y a finales de los años setenta viajó a Madrid con escaso bagaje, como años después hicieran los hijos del corralito. Moris, en España, contribuyó a revolucionar el ambiente musical, aunque siempre de un modo discreto. Vientos de agua. Moris lanzó el sensacional "Fiebre de vivir", con unos imberbes Tequila, la banda hispano-argentina que rockerizó el mundo de los fans en la era de los cantantes melódicos. A medio camino entre el rocanrol urbano y la inmediata nueva ola, Tequila inició la saga argentina en la península ibérica. Ariel Rot, su guitarrista, cumple ahora treinta años de carrera con un disco de duetos y rarezas. Alejo Stivel, su cantante, triunfa como productor. Otros quedaron en el camino, como Julián Infante, que fue el eslabón perdido de los Rodríguez, donde los Tequila unieron sus fuerzas con Andrés Calamaro y firmaron los mejores momentos de los noventa. Uf, el tiempo pasa trepidante. Spinetta, el poeta del rock argentino, canta en la primera década con los Almendra, y aún lo hace ahora con su pecular estilo desértico. Lo mismo le ocurre a Nebbia, que cantó en los Gatos, en "La Balsa", y hoy se mantiene vivo compartiendo honores en "El Palacio de las flores", el regreso al pop de Calamaro. Por no hablar de Charly García, que maravilló al mundo latinoamericano en Sui Generis, una de las bandas seminales de los setenta, y aún sigue haciendo el loco, literalmente, al piano de su mundo surrealista y absurdo, bigote de dos colores, figura quijotesca, salto al vacío de la creatividad en forma. Los estiletes del rock argentino del nuevo siglo, Babasónicos, Divididos, Vicentico, como antes los Auténticos Decadentes o los Fabulosos Cadillacs, o los Ratones Paranoicos, deben mucho a sus antecesores y poco al futuro por venir. La música argentina se alimenta de su propio ego, de una forma especial de rimar contra la rutina, de un modo único de ser y de hacer las cosas. La argentina mundial. La marcha del golazo solitario.
Los discos conmemorativos de estos días evocan piezas de oro de Manal, La Máquina de Hacer Pájaros, Seru Giran, Virus, Pescado Rabioso, Soda Stereo, Ataque 77, un sinfin de autores y grupos, cuatro décadas de música llegada de los barcos.
Cuarenta años después, Calamaro es padre de una nena, pero Charly García o Moris miran cómo sus hijos editan discos, ruedan películas y viven sus vidas. Aquí, la amnesia se apodera de la escena cañí, entre karaokes y lolailos, entre orejas y amarales, regatones y bucaneros. No parece que haya reconciliación entre los tiempos verbales, ni humildad, ni ganas de perseguir estelas en el mar. Aquí nació el rocanrol hispano de igual modo, cambiando el acento al ritmo, pero con peores aires. Primero fueron traducciones, luego llegó la aventura del español sincopado, enriquecido con lenguajes sonores autóctonos e imaginación ajena. Otra historia. En otro tiempo y en otro lugar, argentinos y españoles cantan ya juntos, hermanados por la desaparición de las fronteras
y el fulgor de las nuevas tecnologías. Por ventura, los grandes nombres de la música canta a ambos lados del charco. Van y vienen. Como los barcos.

Mayo 07, Cultura (Diario de Cádiz)

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