domingo, 6 de abril de 2008

El ladrillo se recicla

Todo el mundo conoce a alguien que trabajaba en una inmobiliaria. Todo pasa, algo queda. Atrás quedan cinco años de mesa, teléfono y estampitas en el escaparate. Por delante, otros cinco años en el desierto, auguran los expertos. Hay que ver la cantidad de expertos que salen cuando levantas la piedra de la presunta crisis. La profecía autocumplida. El paisaje urbano, el damero maldito del comercio gaditano refleja a las claras que el ladrillo se recicla, un nuevo giro en el destino del poderoso caballero don parné configurará pronto otra morfología del sálvese quien pueda, todavía no se conocen las cifras concretas, pero los quietos paraos aguardan en casita a que den la vez. ¿Cuál será el próximo negocio redondo? "Los bancos nunca pierden", sentencia Marisa, joven gaditana, casada y con dos hijos, que retorna a sus labores tras un quinquenio de vino y rosas al cuadrado. Es cierto, la banca, y las compañías telefónicas, nunca perdonan. Por algo algunas agencias inmobiliarias en plena estampida, basta con echar un vistazo al centro comercial gaditano, cambian de actividad de un plumazo. Por ejemplo, una de las inmobiliarias punteras del sector, Caldevilla Hogar, no es que haya dejado de vender pisos, es que se ha decantado por la reunificación, la refinanciación de deudas de los pobrecitos morosos. Una labor humanitaria, sin duda, a cambio de la correspondiente comisión. Esto es, dicho sea de broma: ahora se pondrá de moda acudir a María Arteaga a recoger la bolsa antes de plantarse en la agencia El Hipotecazo para renegociar los números rojos. Con tal de llegar a fin de mes. La vida moderna.
Todo el mundo conoce a alguien que se ha quedado en la calle tras el cierre casi masivo de inmobiliarias. Vuelta a la normalidad. Ladrillo por energía verde, ladrillo por prestamismo, ladrillo por franquicia del peligro y la oportunidad. Al acecho, como siempre, los reyes del imperio esperan agazapados para hacerse con el pastel, pronto las hamburgueserías y otras marcas registradas coparán los huecos dejados por los pillos del ladrillo. Un informe de Citigroup fija los puntos negros del "mapa del dolor" de España, hiperbólica manera de llorar en este loco mundo de nuevos ricos otra vez venidos a menos. Lo normal es que haya veinte inmobiliarias, y no doscientas, y que trabajen a pleno rendimiento las agencias con prestigio y fiabilidad. "Han quedado las de siempre, las de toda la vida", comenta Juan Tovar, presidente del Club de Calidad, el comercio del centro, que se sabe de memoria los constantes cambios de la geografía comercial gaditana. "Las inmobiliarias forman parte de los negocios circunstanciales", subraya. "Hace una década proliferaron como setas los locales de alquiler de video, y ya ves, apenas quedan unos pocos". Por no hablar de los telepizzas, que pasaron a mejor vida, los asadores de pollo, las tiendas de veinte duros, que parecían eternas, o los cines. Claro que las disquerías, librerías o cines representan a la cultura, vapuleada por la prisa y el fachion glamú.
En el aire, la pregunta del futuro, con qué preparación escucharán los nuevos parados la llamada del futuro, ya se sabe que en Cádiz hay gran formación profesional en lo que es poner copas, vender gafas ahumadas, coger el teléfono, sí dígame, o despachar en la boutique del día y la boutique de noche. Las agencias inmobiliarias que se dedicaban al pelotazo fácil, no las que llevan años de labor, apenas pedían formación a sus empleados. Pero proporcionaban comisiones por la ley del mínimo esfuerzo, antes de que el exceso de oferta tirase por tierra los precios y los más listos tomaran las de Villadiego antes del vámonos que nos vamos. Es curioso, antes de la presunta crisis era caro un disco y había pisos millonarios pero baratos, la gente bajaba las canciones de internet mientras veía subir el euríbor como un cosaco. Cruel ajuste de cuentas. Vendrán otras franquicias. Al tiempo.
La crisis baja los humos, como escribió el otro día Benítez Ariza en su columna de humo. La Federación de Consumidores ya alertó sobre el riesgo del endeudamiento feroz, menos mal que los solidarios te refinancian hasta las hechuras, arma de doble filo si no se hace en condiciones. A veces alargar la agonía es peor, pero hay agencias fiables, todavía se puede uno fiar de la gente. Eso sí, hay gente que no fía.
Vamos con el paisaje urbano, la geografía humana de la crisis necesita otros capítiulos. Juan Tovar dibuja el pretérito imperfecto con calles llenas de tiendas de discos (Elisia, Parodi ...), freidores por todas partes, en Cardenal Zapata, en Columela, en la avenida de Portugal ...; siempre nos quedarán Las Flores, aunque convenientemente reciclado, y bazares, el bazar Inglés, La Unión, la Puntilla. Y sastrerías, no queda una sastrería en Cádiz, atrás quedaron las de Columela, Caramé, Delfín, Varela, Hospital de Mujeres, las sastrerías para militares, por no hablar de los abnegados almaceneros de toda la vida, los pasteleros y los vendedores de caramelos. "Las fruterías se mantienen", certifica Tovar sorprendido, pero "cayeron casi todas las pastelerías, hoy transformadas si acaso en cafeterías". Y su prodigiosa memoria recuerda todas y cada una de las pastelerías, incluidas las legendarias de La Camelia. Así que no lloren, inmobiliarios, a todos les llega su hora y la cuestión reside en saber reciclarse. Otros, que eligieron negocios más modestos, tampoco sobrevivieron y no andan por ahí exigiendo soluciones. Adiós a las exclusivas, señores. Otras inmobiliarias, que han sabido escuchar el latido de la crisis y reaccionar con serenidad, optan hoy por fomentar el alquiler de pisos, más vale tarde que nunca.
Marisa cuenta con los dedos de muchas manos las inmobiliarias que están cerrando en la Bahía y suspira por los parados de la construcción y la fontanería y la electricidad y las puertas del infierno. Adiós a esa felicidad ficticia, a esos escaparates repletos de promesas hipotecadas, a la ilusión de cartón piedra, al negocio puro y duro. "La culpa de esta locura corresponde a todos. Mirábamos los escaparates de las inmobiliarias como si vendieran productos de ochenta euros, y no de ochenta millones de pesetas". Los parados del ladrillo siguen hablando en pesetas. ¿Por qué será?

Abril 08, Crónicas Urbanas (Diario de Cádiz)

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