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En el primer encierro, los corredores veteranos, dolidos en su orgullo por el show que algunas teles han montado en su tierra a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de sus protagonistas, se rebelaron de dos maneras: cortaron el micro a una cadena y jorobaron casi toda la retransmisión de la otra. Un toque de atención. Tonterías las mínimas. Cuatro, la tele que vi, ha comenzado con suavidad, hablando bajito, respetando los silencios, tanteando el terreno. Parece que los pamplonicas no están dispuestos a hacer el canelo, la fiesta es suya. Los corredores huyen de los focos, pasan del figuroneo, sienten el aliento de los toros como una necesidad vital. En los encierros no maltratan a los toros, los acompañan a pasar el trance, jugarse la vida es voluntario, cafres hay en todas partes, la fiesta debe continuar, pero la gente pide dignidad y respeto. La que luego no obtiene el animal, dicho no sea de paso. Pero los encierros navarros distan mucho de las salvajadas de pueblo inculto que se estilan en otras partes. Y el encanto de los Sanfermines carece de rival.
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