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Voz, guitarra y piano, canciones delicadas, sutiles y elegantes, a la par que inteligentes y embaucadoras, aguardan al público de Alcances en el Baluarte de Candelaria. Christina Ronsenvinge, hija de padre danés y madre inglesa, rubia eléctrica, cantautora musa de la escena independiente, producto del baby boom, de la mal llamada movida y de tantos hitos por venir, se presenta en solitario, por derecho, con un disco menos elaborado y denso que los pertenecientes a la trilogía americana, pero a años luz de aquella chica pizpireta que rompió esquemas en el machista mundo rockero, ella tiene desde entonces una legión de seguidores en América del Sur, donde vivió glorias y censuras, nadie la olvida por allá, ni la valora suficientemente por acá, cosas de la vda.
Del pop deslumbrante a las oscuridades del planeta gris, de la euforia colectiva a la introspección personal, la Rosenvinge se muestra versatil y sincera a cada paso que da. En Nueva York logró el apoyo de un Sonic Youth, Lee Ranaldo, y creció junto a Ray Loriga. Ahora lo hace a la vera del peculiar Nacho Vegas, con quien compartió gira y disco recientemente. Pero Ella se basta para sentirse extranjera en cualquier parte, la mejor manera de evolucionar y de conocerse a sí misma, y de hacer canciones nada sencillas pero igualmente directas al corazón que las de antaño. Christina, nieve y deseo, lánguida y rotunda, abre fuego.
Septiembre 09, Cultura, Diario de Cádiz
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