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La Rosenvinge, cautivadora, a veces tierna, otras vendaval en calma, niña chica con mucho peligro, ahora una muñeca, luego una Kidman en Los Otros, se mostró transparente, como sus canciones más profundas, y juguetona como sus estribillos adherentes. "Iremos juntas donde haya que ir".
Guitarras, piano, un violín, una flauta y poco más. Letras de categoría apenas perceptibles. Resquicios en el mundo real, sacrificios del talento, oídos sordos, charlas inoportunas, susurros feroces de la rubia, miradas que matan, gestos implacables. Christina se mosqueó ligeramente con las circunstancias adversas, sin levantar la voz, y sin pretenderlo empleó sus composiciones para retar al enemigo invisible. "Ya es mañana, qué más da". Puñales en la memoria, cartas boca arriba y ecos de la Velvet, Leonard Cohen o la bohemia gala. Ella funde hechuras musicales a su manera.Una noche a "Escribe un pasado nuevo, olvida el futuro ya, el cielo está en obras, nadie nos va a salvar". Del hermoso apocalipsis al crudo vaticinio, la niña se enfurece, "estoy en tu portal planeando una atrocidad", y rima cuentos de soledad y alta tensión, bajo la atención de la luminosa prima lejana del sol "arrogante y español". Lluvia a todas horas en el corazón. Piezas del nuevo disco se hermanan con recuerdos del pasado, entre ellos la primitiva "Hoy por ti", reconocida por los fieles en su atractivo formato reducido a la mínima y lúcida expresión. La ironía del dolor, al por mayor, "quiero sufrir", y la música, convertida por la mayoría bulliciosa en ruido de fondo. De pronto, el silencio. Hay gente que sólo sabe hablar entre el ruido de fondo y sólo calla cuando el silencio corta el aire, rara noche de contrastes.
La foto es de Joaquín Hernández Conde, Kiki
Septiembre 09, Cultura, Diario de Cádiz
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