Los camareros, esos seres veraniegos omnipotentes, seleccionan a la clientela, pura intuición en oferta, y convierten a los más desgraciados en invisibles. Todo el mundo ha querido ser o parecer invisible en alguna ocasión. Imagine la situación. Bar huérfano de ruido, dos asiduos al fondo y un charlatán en la barra. Los tres camareros pasan de ti, ni te miran, ni te escuchan, ni siquiera te sienten cuando farfullas una pamplina o llamas la atención agitando las cejas, levantando la mirada, por compasión, una cervecita. Y una tapita de olvido en adobo. Hostelería a prueba de paciencia infinita. La cerveza da igual. Ya es por dignidad, por vergüenza torera. ¡Una cerveza, cohone!
Caracartón ha perdido el juicio, serán los bruscos giros del viento gobernante. Prejuicios de faltas, dos euros por taco, dos testigos falsos, una juez contundente, levántese el acusado invisible. ¿No es menos cierto que usted llegó al lugar del presunto mamoneo con cinco minutos de retraso con respecto al horario previsto? Palabras, palabras. La semana que viene, la justicia se marchará de vacaciones, pero el sol y los camareros permanecerán de guardia.
viernes, 30 de julio de 2010
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