lunes, 11 de agosto de 2025
Arrikitown psicodélico por derecho
viernes, 8 de agosto de 2025
Camarón vive
José era un niño muy bonito, rubio y rizado, nervioso como un rabo de lagartija. José era la alegría de la casa, pero a los tres años se quemó con una cafetera hirviendo y murió por una herida mal curada. Meses después, el 5 de diciembre de 1950, la matrona isleña Mariquita Vila acudió de nuevo a casa de Luis y Juana. También rubio como la candela de la fragua, José Monje Cruz, muerto y resucitado, escribía el prólogo de la leyenda del tiempo.
Camarón quería ser torero. Su padre cocinaba en la herrería, al compás, marineros fideos con caballas. Su madre, Juana la Gitana, causaba admiración con su cante a artistas como Caracol o Lola Flores, que la escuchaban embelesados en la habitación con colchones de paja donde se acurrucaba la familia por las noches. Sentado en el suelo, José se empapaba de duende y misterio, parecía una esponja. Luego, interpretaba a su manera las plegarias mayores que intuía.
Tímido, aunque capitán de la pandilla, José entraba por una puerta del colegio y se escapaba por la otra, a torear de salón y a coger nidos de pájaros. Quería ser torero, quería ser guitarrista, pero animaba con la gracia de su voz profunda de niño viejo las bodas y los bautizos, hasta que formó el taco con doce años en la Cueva del Pájaro Azul, en Cádiz, donde renació como flamenco divino, en contra de la opinión de su padre Luis.
El zagal atrapó al mundo entero con su talento descomunal. Debutó en las tablas del Carnaval en la comparsa "Currito y sus churumbeles". Todos los comparsistas de tronío querían aparecer en las fotos con él, conscientes de que José iba para figura grande del cante. Una vez fue a ver al Príncipe Gitano, quien le invitó a subir al escenario. "¿Tú qué cantas, niño?". "Lo que tú quieras".
El cuarto de Camarón, templo de la religión flamenca, en el corazón de la Venta de Vargas, muestra imágenes de la trayectoria vital y artística de José y sus circunstancias. Allí se reunían Beni de Cádiz, Chano Lobato, Pansequito y Rancapino y hasta un tal Pablo Picasso. La voz de José, y de otros muchos cantaores de la época, era su moneda de cambio. Cobraba por fandangos. Relata su viuda, Chispa, en su libro editado hace diez años que José nunca se dejó humillar por los señoritos. Una vez rechazó hasta siete mil pesetas contantes y sonantes que un cliente borracho le puso sobre la mesa, y luego pidió dos pesetas para coger el tranvía a Cádiz, donde solía alternar en el Matadero, en el Pay Pay, en Casa Manteca y más tarde en los Pabellones.
En el cuarto de Camarón de la Venta de Vargas, su alma gemela Mágico González firmó su primer contrato con el Cádiz, en el filo de una servilleta. Ambos dos, Mágico y Camarón, compartieron euforias y desdichas hasta los primeros años noventa. Mágico pedía a José que le cantara. José no era un enamorado del fútbol, si acaso iba a ver al Betis invitado por su compadre Curro Romero, pero se entendía con el Mago, que una noche se pintó los labios y se vistió de flamenca. Picardo y los camareros más veteranos aún alucinan con el luminoso relato inesperado de esta amistad. A Jorge y a José les gustaba la buena vida y la mala vida, valga la redundancia. Eran genios parcos en palabras, hablaban lo justo. Camarón se refugiaba en Casa Manteca, en la trastienda, apoyado en una caja de Cruzcampo, más allá del ruido. "Mágico y Camarón tenían amigos de verdad y amigos de los otros", señala José Ruiz Manteca. Y les iba mucho "la marcha tropical". Los Pabellones, el mítico bar gaditano, distribuía cada año entre lo mejorcito de su clientela un almanaque conmemorativo con los retratos de sus leyendas principales.
Camarón conquistó los catorce tablaos de Madrid con pasmosa naturalidad. A finales de los sesenta, los gitanitos de Cádiz invadieron la noche madrileña. Dormían de día y trabajaban hasta la madrugada. José desnudaba su alma en público como nadie lo había hecho ni lo hará. Pero le encantaba volver de cuando en vez a su San Fernando natal y a su Cádiz sentimental. Cuando tenía dinero, Camarón se perdía por los vericuetos del mundo raro. Y cuando le hacía falta parné, vendía su cante de ida y vuelta. Camarón se vendía caro. Hacía lo que le daba la gana. Maqueón, pinturero, artista de los pies a la cabeza, encandiló a la Flores, a Juan Valderrama, a todos, descubrió a Paco de Lucía en una juerga para señoritos, en Jerez, y su hermano Pijote se casó de urgencia para salvarle de la mili. Un día conoció a Chispa, que era una niña, y no logró el beneplácito de su suegro hasta que éste le puso un plato de lentejas por delante. Fue la señal. En la boda, que duró tres días, cantó hasta Curro Romero.
Camarón escuchaba música dispar, ponía en el coche cintas de Bob Marley y Serrat, Weather Report y Pink Floyd. Cuenta la leyenda que estuvo a punto de grabar al alimón con el trompetista negro Miles Davis, revolucionario del jazz. "La leyenda del tiempo", el disco más rompedor de José, fue un fracaso comercial. Los puristas no perdonaron a Camarón que fuera una mente fuera de su tiempo.
A su aire, Camarón pintaba alegrías muy grandes y callaba penas muy negras. Extremadamente sensible y huidizo, pasaba de papeles y compromisos, huía del mal fario, vestía ropa a medida y calzaba zapatos italianos y franceses o botas camperas. Nunca hablaba mal de sus compañeros. Tampoco salía contento de sus recitales. "Me sabe la boca a sangre". Cargó con la mala fama a cuenta de su intermitente informalidad. Visitó París, el estudio de los Beatles en Abbey Road, Nueva York, los cielos y los infiernos. Rechazó un contrato en Broadway aduciendo que en Manhattan "no hay pescadito frito", precisamente la misma frase que empleó Mágico para no fichar por equipos extranjeros. Camarón llegó a ningunear a los mismísimos Rolling Stones, sus satánicas majestades, que le ofrecieron cinco millones de pesetas para que diera esplendor a la fiesta posterior a su concierto del 82 en el Vicente Calderón. "Ay, José, yo te canto Camarón, te canto pa' que me cantes y me alegres el corazón". Camarón decía: "Cuando canto no pienso". Mágico decía: "Yo no pienso, yo tengo música en la cabeza".
Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir, Camarón se hizo eterno hace 25 años. El día 2 de julio a las siete de la mañana. Este fin de semana, la célebre Venta de Vargas se viste de gala en su memoria. Ensortijado, matarife del silencio y de la fragilidad, tatuado con una media luna y la estrella de seis puntos, Camarón vive.
jueves, 7 de agosto de 2025
El corresponsal del Fin del Mundo: La Marión, el doctor Fossa y Tercero Primera
Javier Tisera
Buenos Aires
Muchos argentinos que hoy tenemos
pinceladas de plata en las sienes cursamos nuestra educación media
(Secundaria) durante la dictadura militar (1976-1983), pero muchos docentes que
no resignaban a vivir bajo la bota de los dictadores enseñaban con la libertad
como bandera. Uno de ellos: el doctor Fossa fue un emblema. Este texto está dedicado a la poeta Adriana Jambeau, que siempre me pedía que
escribiera historias de alumnos de los colegios industriales.
El sol disparaba sus rayos de la media
mañana y entraba tímidamente por una ventana de la calle Belgrano. La puerta
empezó a abrirse y salió del alma ese saludo unánime de los alumnos: “Buenos
días, doctor”. Su traje con chaleco, sus zapatos clásicos relucientes y esa
curva elíptica que trazaban su paso antes de desembarcar en el escritorio, eran
marca registrada. Ese recorrido lo hacía con su mano en el aire pidiendo calma
mientras la popular saludaba a Fossa con todas las banderas.
Y unos minutos después, el silencio de
templo. Estábamos listos para enfrentar el consabido y tradicional” puedo pasar
la próxima clase”. Pero no. Miró a todo el curso, nos recorrió a cada uno y
treinta pares de ojos le retribuían la mirada.
“Tranquilos, zanahorias que hoy nos viene a
visitar “La Marión de Delacroix”. Imagínense lo que era un nombre de mujer en
medio de esa selva de hormonas de Tercero Primera que nunca había visto dos
piernas torneadas y el único perfume que se sentía era el de la grasa de litio.
Y encima “La Marión” como si el artículo femenino de un nombre francés abriera
la tranquera de la procacidad y la sensualidad. “La Marión” repetía el tano
Pinchetti como un rezo laico. Manuel dijo no se hagan ilusiones que es casada
“no escucharon que es de Delacroix”. Nosotros teníamos a “la Di Santo”, a “la
Martínez”, a “la Gremo”… pero “La Marión” era otra cosa.
En ese mismo instante se abrió la puerta y
entró ella. Estaba vestida con una túnica blanca casi transparente, descalza y
en su cabeza un gorro como el que está en el escudo. Un respeto sepulcral
invadió el aula. El doctor Fossa le dijo “Gracias por venir, su majestad”;
“encima es una reina” musitó Mario Sacco al “paisano” Romitti.
Estábamos anonadados. A Micha se le había
caído el belfo inferior y le ponía más atención que a un partido de los Lakers.
El “monkey” Montiel escudriñaba en los pliegues de la túnica tratando de
detectar sus detalles más sensuales. Juan Carlos se animó a decirle gracias por
venir señora en un tono meloso y pegajoso como el que utilizaban los galanes de
los radioteatros. Ella, austera, le devolvió el agradecimiento con una sonrisa.
En medio de ese salón, ella nos dijo que la
plutocracia era el gobierno de las corporaciones; y no era bueno para los
ciudadanos que los dueños de las corporaciones se enquistaran en el Estado. Y
que la gerontocracia (el gobierno de los ancianos) podría sospecharse como
sabio pero en realidad era una deformación y no permitía el trasvasamiento
generacional.
La Marión empezó a sonreír cómplice cuando
se dispararon todas las preguntas y el interés por hacerle acotaciones,
inquietudes… en fin, por participar. Dice la Marión, caminando entre los bancos:
“mi experiencia en Grecia como democracia novel fue en realidad parcial, ya que
los atenienses esclavizaban a pueblos para su servidumbre. Francia fue distinta,
los ciudadanos levantaron barricadas y con las horquillas el campesinado llegó
a fundar una república. No sin poca sangre… Eso es lo que más duele. México fue
insurgente pero la honraron Emiliano y Pancho. Y se escuchó en el fondo del
salón un “Viva Villa, Carajo”.
El colorado Oyola, que no sabía de qué se
hablaba, le puso música con silbidos: la Marcha de San Lorenzo. Ella lo miró, y
el colorado dejó de silbar “Siga, siga, así puedo hablarles de América del Sur,
que le llevó catorce años vencer el absolutismo y me subieron al trono de
majestad, en definitiva la que ganó esa guerra, también fui yo”. Y sus ojos se
empañaron recordando viejos amores. “Ellos dejaron sus ranchos y sus oficios
para luchar por la libertad. Llevo sus nombres tatuados en la memoria; y cuando cae el sol, lo recuerdo.
Me desperté y miré si alguien se había dado
cuenta. Y ahí nomás, como si Fossa me hubiera estado marcando, se escuchó un
“pibe el frente es todo suyo” dijo sin levantar la vista de la libreta, y
suponiendo el histórico “Paso la próxima”; lo desairé. Me abroché el único
botón del saco azul y salí diciendo: “La plutocracia era el gobierno de las
corporaciones; y no era bueno para los ciudadanos”. Se produjeron avalanchas en
los últimos bancos, el cabezón Del Pozo levantaba su regla T en señal de
victoria. El gringo Pérez gritaba como si hubiera metido un gol. Ninguno, ni el
propio Fossa, supuso que a mí me estaba dictando un sueño. Y corría el año 1978
y afuera, las sombras caían sobre algunos hijos. Y la Marion, como quien no
quiere la cosa, sentada en un banco del Industrial, nos aconsejaba “si salen el
viernes, lleven documento, no se hagan meter presos ni marcar; en unos años los
voy a necesitar”.
miércoles, 6 de agosto de 2025
Los secretos mejor guardados del humor gaditano
Cádiz revalida a estas alturas del almanaque el título de campeón mundial del humor de los pesos pesados. Una responsabilidad al alcance de pocos. Todos saben que el gaditano no es gracioso; tiene ángel, y que las coplas de Carnaval merecen un lugar privilegiado entre los más sofisticados sistemas de mecanismos de defensa y crítica social. Los humoristas profesionales de la Piel de Toro bajan al Sur para impregnarse del misterioso perfume a humor propio de la tierra y, de paso, zamparse unas suculentas viandas fritas a la orilla del tiempo quieto. En los clubes exclusivos de la comedia o los países para reírse de la existencia, esos programas de televisión de la nueva centuria que no ocultan su amor al chispazo de ingenio gaditano, apenas participan nuestros héroes de la risa porque ellos pertenecen a un mundo aparte.
Vamos a ponernos serios. Este artículo no contiene chistes. Rimas y leyendas del cuarteto, tal vez la modalidad más difícil y menos agradecida del concurso. Una vez me contó el Gómez, factótum, junto al Rosado, de algunas de las páginas gloriosas del humor en el Falla y en la calle, que El Libi, personaje sin igual que durante años manejó como pocos las claves de la retranca gaditana, estuvo a punto de formar parte de Tres Notas Musicales, el cuarteto por antonomasia de la era moderna. Pero la idea no cristalizó porque los entonces anónimos mandamases de Talleres Cuplesur, a la sazón los Lennon y McCartney de nuestro obladí obladá, prefirieron no contar con tres ases del protagonismo escénico, demasiado para el cuerpo, y prefirieron otorgar el brillo al Peña y al Masa, que nunca tuvieron rival en lo suyo, y así no provocar una lucha de egos gigantes.
El humor de Cádiz no busca excusas, ni hace prisioneros, quita las telarañas a la rutina, va con el viento de cara y no practica el "copiar y pegar"; el humor bueno de Cádiz tampoco juega con las cartas marcadas.
El cuarteto del Gago ingresó en el Olimpo, a mi juicio, hace ya algunos años. Hace reír con rimas sonantes y cantantes, y además da tela de caña. Sin miedo a ofender. Repartiendo a domicilio a diestro y siniestro. "El machismo de Cádiz se está perdiendo y es una pena". Blanquea el humor negro que algo queda. Hay muchos tipos de humor. El cuarteto del Gago muere por la ironía, incluso por el sarcasmo, y demuestra que el humor, como el amor, ha cambiado mucho aunque no tanto.
Años después de la irrupción de Tres Notas Musicales, tras el fallecimiento del Peña, que era el Fred Astaire del Carnaval de Cádiz, maestro de la interpretación con mucha elegancia y poca memoria, su compadre el Masa, sentado como un buda en el mesón Trinidad del barrio de La Viña, rodeando con su inmensa humanidad a una envidiable fuente de cuarenta albóndigas en tomate, reconocía, entre bromas y veras, que soñaba con salir con El Libi alguna vez. "Apunté su teléfono en una servilleta pero la he perdido", lamentaba. El Masa vivía muy cerca de la iglesia de la Palma, arriba de otro mesón, Ca Felipe, donde se gestó la meteórica ascensión y el célebre carajazo del aerolito gaditano, tú sabes, el trozo de hielo que analizaron los científicos mesetarios y que en realidad retrataba los restos del alivio de la nevera de Felipe Martín, con sus escamas y sus bigotes de camarones. Cuando murió, abandonado a su suerte, sin apenas amigos, tuvieron que bajar al Masa con cuerdas y poleas. El funeral se convirtió en la última parodia mancomunada del siglo. El cura se mosqueó, echó la bronca a los fieles por no prestar demasiada atención y no se lió de milagro. En Cádiz hay que tener cuidado con los límites del humor, el bueno y el malo, el humor de piel fina y el humor de trazo grueso, y conviene saber quiénes responden a las categorías de los elegidos y los proscritos.
De nuevo al compás del cuarteto del Gago, que hace frente a la nueva ola ultra de puritanismo, "hablando del bien haciendo el mal", esgrimiendo con naturalidad y gaditanismo recursos de ayer y de hoy, el destino se marca un guiño magnífico a sus mayores, el cuarteto del Peña y el Masa, pues los susodichos emulan aquella rima de Logroño con su particular oda a la envergadura de cierto jugador de color (negro). "Po la gente se ríe", dicen. "Po a la gente le gusta", declamaban Tres Notas Musicales. La burla, la irreverencia y la poca vergüenza completan el cuadro.
Tres Notas musicales marcó una época, la luminosa etapa de los años noventa, y con el tiempo se ha erigido en quitapenas fulminante para los ansiosos seres humanos que se calman y se vienen arriba sólo con presenciar sus actuaciones a toro pasado. A la carta. Nunca perderán vigencia los conciertos del trío; es más, se pueden encontrar detalles nuevos en cada visionado por el tubo cibernético. El concierto de año nuevo en Viena no vale na, to los años lo mismo, valses en papel de estraza, casualidades de la guerra mundial, popurrises sinfónicos insuperables, parodias a la familia irreal, rollazos culturales directos al mentón de las élites, lecciones de música clásica y golpes de efecto para toda la vida. El himno de la alegría, qué alegría de irnos.
A raíz de Tres Notas Musicales, el género cuartetero tomó tal pujanza que algunas agrupaciones punteras compartieron cartel con profesionales del humor patrio. El Velatorio del Libi, sin ir más lejos, ejerció de telonero del hispalense Paco Gandía, mucho antes de que las figuras del humor rimado salieran de gira en calidad de artistas propiamente dichos, más allá de las tablas del teatro. Hoy llenan salas sin apenas pestañear los Morera, Meni y Aguilera, por citar algunos ejemplos, o escriben artículos mayúsculos sobre las cosas de Cádiz, caso de Vera Luque. Otros, como aquel Pink Floyd del cuarteto de Rota, dirigen programas de humor.
El cuarteto de Rota quebró esquemas en el Falla, y su trabajito le costó, pues tropezó al principio con cierto desprecio de la afición más purista, que no admitía "intrusos" llegados de otras esferas de la cultura popular, por así decirlo. Los roteños propinaron unos cuantos pelotazos sonados hasta que optaron por hacer mutismo por el foro para, tal vez, no acabar quemados en la hoguera, pero dejaron huella. ¿Que no?
El verdadero congreso de la lengua reside en las catacumbas del humor gaditano que, lejos de mirarse el ombligo en estos tiempos inconclusos, se sitúa al lado del camino de su homónimo hispano. Imposible olvidar, quizá porque ha quedado para siempre, el lenguaje inventado por Chiquito de la Calzada para el resto de la humanidad, también en los rompedores años noventa. ¿Te da cuén? Si los gaditanos tomamos prestadas numerosas expresiones andaluzas para configurar el rico y ambiguo habla de Cádiz que propagó Pedro Payán y que rubrican cada año las mentes sobresalientes de la fiesta, Chiquito pintó un mundo nuevo. Aún se habla el chiquitistaní en las calles de Cádiz. Genio y figura. El absurdo y el surrealismo elevados a la máxima potencia. Cuando venía a Cádiz, la gente saludaba al artista malagueño como América trató a los Beatles durante la invasión del rock británico, un fenómeno de fans irrepetible. Candemor. La última vez que actuó en Cádiz, en la Punta de San Felipe, Chiquito se atrevió a medirse con Joaquín Reyes, miembro de la nueva generación de monologuistas que ha llegado hasta nuestros días con la cabeza muy alta y la lengua muy suelta. Herederos de Faemino y Cansado y muchos otros.
Tiempo atrás, no demasiado, al amparo de la notoriedad que concedía la primera cadena de televisión, cuando no había competencia mediática, por este rincón del mundo pasaban todas las estrellas del humor. Uno conoció, a la vera de los camerinos, a leyendas como Gila, Martes y Trece, Moncho Borrajo y demás. Hoy, gaditanos de postín como Selu o Yuyu, cada uno en lo suyo, a fuerza de currarse los entresijos del humor televisivo o radiofónico, merecen el respeto de sus congéneres del azaroso mundo cómico. Cádiz, por sus partes, siempre rindió tributo a sus ídolos. Este año se ha iniciado con un guiño a Eugenio, el catalán, la alegría de la huerta y con algo parecido a una reacción positiva de la chirigotas, otro cantar.
Por cierto, no es por nadie, pero algunos humoristas de aquí y allá carecen de gracia al bajar del escenario, ni falta que les hace, y otros parecen unos siesos y atormentados, la profesión va por dentro.
Mira tú si es complicado pero agradecido el humor en defensa propia que hoy en día gente como David Broncano o Leo Harlem conocen los vericuetos del espectáculo y el riesgo, las luces pero también las sombras del caprichoso asunto. Leo Harlem triunfa en sus series monográficas pero pincha en hueso cuando recurre a chistes de usar y tirar.
Total, que el humor de Gago y compañía aprovecha el altavoz que ofrece la libertad de expresión que no había antes, cuando los más osados terminaban en la prevención al ritmo de sus cocos locos.
Dicen los expertos que el humor de Cádiz, en síntesis, se diferencia del humor profesional en que basa su razón de ser en la ocurrencia espontánea conta el chiste fácil, sabes lo que te digo, la respuesta rápida y la naturalidad como parte de nuestra "indiosincrasia", menuda gracia, con el sentido crítico y la maldad intrínseca al fondo a la izquierda, la famosa "carga gaditana", que se traduce en meter el dedo en el ojo al semejante con guasa y arte, de tal guisa que los desconocidos o desnortados no saben si hablas en serio o en broma. Cuarto y mitad. Penalti a favor del Madrid.
lunes, 4 de agosto de 2025
I love you Cádiz
A veces llegan cartas. Amor es una palabra de cuatro letras. A la vera de los leones de Correos la prisa tiene delito. Parejas de edad indefinida, turistas de toda clase y condición, pensionistas persiguiendo sombras, erasmus recién levantados, suegras del mundo, rastafaris de andar por casa, perros con escafandra, estrafalarios coches de capota a punto de entrar en boxes, lo de menos es el niño. Un carrusel de color contra la gris costumbre.
"¿Funcionan los leones?", pregunta una muchacha a la funcionaria de turno, y el eco de su voz cierra un enorme signo de interrogación en el vestusto edificio que certifica los cambios de humor del viento de Cádiz desde hace casi un siglo. "Claro", contesta ella, molesta por las dudas. "De toda la vida". La revolución digital no ha podido con los leones de Correos, del mismo modo que el video nunca mató del todo a la estrella de la radio.
La Plaza asiste al enésimo espectáculo de la luz y el trasiego. El singular es plural. La Plaza de Abastos comparte este sábado paradójico con la Plaza de las Flores. Del freídor al Merodio, de La Marina a Tinoco. Mil octavillas de papel anuncian las rebajas de pretemporada. Americanas de calidad, prendas para "frío y calor". Una amplia gama de exclamaciones para puntualizar la caprichosa temperatura ambiental, vulgo sensación térmica. La pugna estacional sorprende a los gaditanos con camiseta interior, camisa, rebequita y cazadora de entretiempo, y a los visitantes en manga corta. Maneras de vivir.
No es extraño que la rutina pierda cobertura en este preciso momento y lugar, este mundo aparte aparentemente ajeno a la realidad decadente. Histórico. En vez de simular una llamada perdida a un primo de Bruselas o caer rendido al pantallazo del dispositivo inmóvil, a veces, el turista ocasional compra un pedazo de Cádiz postal en el Melli, por ejemplo, y frena el tiempo al dorso sin faltas de ortografía. "Greetings from Cádiz, te quiero una hartá, mamá, lo estamos pasando de categoría". Más allá de retornar al olvido, las postales resucitan, ha surgido una modesta pero interesante industria del correo ilustrado, las postales típicas de paisajes urbanos de "todo Cádiz y la Catedral" intercambian alegrías con las fotografías en blanco y negro con aires nostálgicos, de tal guisa que compiten sin complejos con los guasaps, los selfies instantáneos y los bailes de actualidad.
La conexión de los leones de Cádiz con el mundo no decae, todo lo contrario. En Correos confirman que "los leones funcionan", claro, y que la inaudita correspondencia "ahora se separa en Sevilla". Sintomático. El patio de Correos dibuja una metáfora de Cádiz: poca gente, mucha claridad y un montón de espacio sin ocupar, uno, dos, tres pisos en soledad. Parece que pronto decidirán los diferentes usos de parte del edificio. Al tiempo, imaginamos una montaña de curriculums, pues Correos ha abierto una bolsa de contratación para crear nuevas plazas. Trabajo es una palabra de siete letras.
Los escolares que frecuentan las oficinas postales en excursiones divulgativas estarán muy puestos en materia tecnológica y eso, pero su inspiración no difiere de las ilusiones de los niños de antaño. Ahora los chavales no cavilan en torno al túnel del tiempo y a los inventos por venir, no sospechan de las fauces de bronce, ni relatan como si fueran verdaderas las leyendas subterráneas de la comunicación. Pero hacen las mismas preguntas: "¿Podemos ver los leones por dentro?" Y se llevan un desengaño. Los leones tampoco son tan fieros como pintan. Los niños se encuentran de pronto con una "jaula", un trasmallo lleno de cartas de cartón. Los leones son dos: uno de Cádiz-Cádiz y otro más cosmopolita. Los leones han visto y escuchado de todo: tipos y cuplés buenos, tipos y cuplés chungos.
Nunca está de más jugar a fabular historias personales que tropiezan consigo mismas en el constante paso de gente diferente y captar conversaciones al vuelo. ¿Qué contarán de nosotros los guiris universitarios que sellan cien pernoctas en esta tierra, los efímeros cruceristas que coleccionan nuestras estampas, las familias que se reconcilian con la arena de la playa, los locos vagabundos que no necesitan mapas, tanta gente sin geografía? De improviso, escuchamos una sola frase al compás de un matrimonio de raza blanca que camina hacia el mercado. Él dice a ella: "Las paranoias de la juventud". Un relato breve.
Correos también despacha postales digitales. No hay color. Frío y calor. Un parado ofrece perejil sobre una mesa plegable. A las puertas del mercado, otros venden los recuerdos de sus abuelos, amén de los suyos propios: libros descoloridos, discos, figuritas de cristal, despertadores, fundas de almohada, un nintendo, cuadros, juguetes mecánicos, álbumes de cromos, huchas, carteles, y algunas cosas maravillosas. En las paredes, Jonatan Alcina muestra su visión acerca del mercado y el mar. Puedes comprar frutos secos, pájaros, bolsos, recuerdos del futuro, churros, fruta, pescado, carne y colesterol por un tubo.
Cuidado con las carteras. Los leones poseen una virtud desconocida. A veces, cuando la cosa se pone fea, entre las postales del día aparece distraída una cartera casualmente desprovista de billetes, así que digamos que los leones de Correos se encargan de devolverle a Cádiz su identidad, por si la hubiera perdido.
sábado, 2 de agosto de 2025
La burbuja inmobiliaria de las casetas de playa
Siempre hubo clases, hasta en la playa, donde sólo iguala el calor y, si acaso, el colesterol. Allá donde cotiza alto el sol, en la mejor playa urbana del sur de Europa, explotó hace algo más de treinta años la burbuja inmobiliaria de las casetas de colores. El alcalde Carlos Díaz ordenó el derribo de las casetas, las legales y las ilegales, en el verano orwelliano del 84. El Ayuntamiento iba a trincar un dinero curioso como indemnización del rescate del puente Carranza, más de tres mil millones de pesetas, así que había presupuesto para cristalizar el nuevo paseo marítimo. Muchos gaditanos lloraron la pérdida de un tiempo que jamás retornaría por la misma senda, se habían habituado a pasar el día de playa en su segunda vivienda de La Victoria, la caseta de mampostería, de madera o de mimbre, junto a otras familias de confianza que las ocupaban cada verano. Había listas de espera en San Juan de Dios para accedder al alquiler por temporadas. Siempre hubo clases.
Con el tiempo, la gente fue arrimando casetas ilegales al entramado de la geografía del litoral, del hotel Playa a Cortadura, y también hacia Santa María del Mar, hasta sumar unas ochocientas casetas de diversa edad y condición. Había casetas de uno por dos, con toldos y lonas, y también gastaban habitáculos mínimos para una persona, pero al fin se levantaron casetas sobre el paseo peatonal de asfalto, casetas con duchas y espacio suficiente para guardar la ropa, los flotadores, las colchonetas, los neumáticos, sillas, mesas, balones, sombrillas, neveras y hasta una bicicleta. Los más veteranos recuerdan el olor mestizo a sal y a cuerpo serrano, la jungla de la pasión y el rubor, la mar salada y el sudor colectivo, amén del sabor de las monumentales tortillas, los camarones de la Isla y las bocas, las sardinas asadas y las exquisiteces caseras, envueltas en intrigas de aceite, aluminio y mapas del tiempo, o servidas de gentil manera en los castizos y míticos bares y restaurantes del entorno, el Anteojo, el bar Ramón, el Málaga, el Felvi. Reinos de taifas de arena y refrigerio asistiendo al trasiego constante de la bulla playera y centros de reunión de los arístócratas del barrio.
El día que desahuciaron "las olitas" del paseo, cambió el viento de pronto. El adiós a la privatización del frente marítimo, por así decirlo, no dio paso a la era de la inocencia, precisamente, pues el desarrollismo salvaje ya conocía los entresijos del crecimiento de la ciudad, de modo que la calle de la mar gaditana sufrió los efectos del ladrillazo precoz al tiempo que los servicios de playa colmaban las necesidades del usuario con todo tipo de atenciones que antes del imperio de las casetas no se estilaban, ni mucho menos.
No hace falta incidir en la transformación de las costumbres en la toma de baños: la indumentaria, las precauciones, los deportes en liza. En la orilla de la playa de La Victoria se disputaban, ya en los años treinta, espectaculares carreras de caballos, que reunían al público en gradas, y motocicletas, la atracción del motor al compás de la marea. Hoy sería impensable tamaño dispendio medioambiental, se han prohibido hasta las barbacoas y han apagado la luz para que tengan sueños las mojarritas. Los sofocados vendedores ambulantes de tobillos generosos y precios irónicos de arena caliente, que llegaron a cultivar un arte genuino de comercio de cercanías e incluso un lenguaje propio, han cedido su hegemonía al multicolor zoco de variedades artesanales y marcas variopintas del paseo, la feria en el foco del antojo fugaz con su mismo voraz instinto básico.
Más de un siglo después del nacimiento del balneario Reina Victoria. los bruscos giros del urbanismo campante han tornado el viejo hotel Playa, que abrió sus puertas en los años veinte y fue adquirido por el Ayuntamiento en los cincuenta, por el flamante hotel Playa, tras la demolición del edificio original, a mediados de los ochenta. Todo nuevo, oiga. Días de reconversión forzosa, movidas de euforia colectiva, liguillas de la muerte, desempleo en segunda fila y la caída en desgracia de las casetas. Cayeron primero los recuerdos del rincón comprendido entre los números 307 al 334, qué pena más grande. La expectación derivó en indignación y pusieron el grito en el cielo los caseteros oficiales y los destrangis. Algunos de ellos, al más puro estilo de los propietarios de viviendas ilegales peleadas con los planes de ordenación urbanística de cualquier población con vocación turística que se precie, adujeron que estaban al corriente en el pago del suministro de luz y agua. Guiños del destino. Lo suyo sería alquitranarla.
No había mañana en que la imprevisible megafonía de La Victoria no cantase media docena de niños perdidos, el entretenimiento del bañista aburrido. La voz de ultratumba playera, que también anunciaba las ofertas de empresas locales y daba el parte marítimo, significaba el muro cibernético de hoy y la radio de mañana. A falta de dispositivos móviles y caprichos electrónicos, el personal se hacía compañía de otra manera y abusaba con gozo del transistor a pilas, el libro en vías de extinción, la digestión reglamentaria y los interminables juegos infantiles en boga.
De primeras, las casetas parecían confesionarios que sólo permitían unos cuantos movimientos memorizados y la inequívoca acción de taparse con la toalla o toldo completamente vintage. De la unipersonal pasaron algunas familias a disfrutar de un trastrero multifuncional o el recibidor de su particular casa en la playa, justo cuando apenas salpicaban unos cuantos chalés el paisaje urbano inmediato. Los veranos infinitos gaditanos retrotraen la estampa de algunas casetas públicas donde la gente pagaba por cambiarse y subrayan en rojo la figura inconfundible de las bañeras o bañeros, personas que limpiaban casetas y proporcionaban asistencia a las familias de paganinis. Una especie de suerte de sereno playero en dedicación exclusiva.
Ni que decir tiene que la playa triunfante extendió su mirada, perdió el miedo a lo desconocido y compartió usos y modales con la otrora lejana Cortadura, meta del atleta, refugio del solitario, paraíso del inconformista, legendario objeto de deseo. Los militares acotaron la zona en alguna ocasión para preservar la residencia de oficiales. Hasta allí llegaron las casetas en plena fiebre del sol urbanizable, lo mismo que se llenó de casetas ilegales el tramo entre el cementerio y Santa María del Mar.
Cuentan por bajini algunos bañistas jubilados que, ya en los años cincuenta, algunos bañistas desnudaban sus cuerpos al sol, en contramano moral y legal. Lo sabía todo el mundo. La libertad al pie de la letra se tomaba entre las dunas, las cañas y la zona amurallada, a buen resguardo de satirones y niñatos salidos. El lugar del naturismo clandestino se vino a llamar Solarium.
La excursión a la playa de las afueras de esta página nostálgica gaditana tenía nombre de tranvía con jadineras, esos fantásticos vagones de trepidación sentimental que asomaban asientos a la claridad de la calle y deparaban algunas sorpresas morrocotudas a viajeros y viandantes. El trolebús claudicó ante el autocar, a escasas décadas de la manía persecutoria por las rotondas, y el calimero o guardia municipal de blanco impoluto se jugaba las vidas anónimas. y la suya propia, en medio de tal fregado, nada que ver con la urgencia de la prisa del año diez después de la burbuja inmobiliaria con más veras, la del ruinazo climático del euro moreno de verde luna. Sobreviven al intento, por ventura, bastantes niños de la época de las casetas de playa, que crecieron a base de brechas en ambas rodillas, canciones de Roberto Carlos, bocatas de caballa, castillos de naipes, fantas de naranja, barro en los pies, viento en la cara, arena en los bolsillos, algas rebeldes, chanclas cambembas, biquinis a la última, cuadernos Rubio, gomas Milan, Castro y Gutiérrez, patatíbiris, relojes de pulsera, cromos de dinosaurios, combois da pejeta, pelotas de trapo, recortables, novelas del oeste, Karina, Nino Bravo, Valentina y Locomotoro.
jueves, 31 de julio de 2025
El corresponsal del Fin del Mundo: El Negro Maradona
Javier Tisera
Buenos Aires
Nadie va a negar que la inmigración europea es uno de los pilares históricos-sociales de la República Argentina. Pero detrás de esa fachada de garbo y chepa gallega o de gloria de Vía Apia y acueductos romanos; se esconde otro mundo.
Detrás de esas bambalinas aparecen sombras y memorias de esclavos negros que consiguieron su libertad en las cargas de infantería de la Independencia o que fueron a parar a las mazmorras virreinales por colaborar con los criollos; los hijos americanos de los funcionarios españoles.
Hace tres años, una periodista norteamericana acusó a todo el país como xenófobo por no tener negros en su selección campeona del mundo; las carcajadas y la bronca de los argentinos se encaminaron al norte. Quienes hacían la crítica; soslayaban que fue el estado más racista de todo el continente americano. Pero ese artero e infeliz artículo periodístico; corrió un velo que como la tristeza brasilera “nao tem fin”.
Pero esa injusta crítica no solo mostraba una inquina acendrada, sino que además carecía absolutamente de fundamento, por una sencilla muestra: Diego Armando Maradona era descendiente de afroamericanos. El ídolo más encumbrado de los argentinos: El Diego, El Pelusa, El Nene (como le decían los técnicos), Diegote, D10S o como le decía su nieto (el hijo del Kun Agüero) Babu. Y acá debemos decir que miles de argentinos en forma cariñosa o despectiva le decía: El Negro Maradona.
Quién se podía imaginar que es zurdo e ídolo del pueblo argentino; desde la tumba iba a volver a estremecer la identidad nacional.
Era como si la percepción empírica y popular, daba indicios que, esa mota en el pelo y su piel cobriza, esa solidaridad con los menos favorecidos eran signos más profundos de una argentina secreta.
Y una novedad fue que el genealogista y profesor de Ciencias de la Comunicación la Universidad Nacional de San Juan, Guillermo Kemel Collado Madcur, era descendiente de una familia de esclavos africanos pero le era imposible señalar si del Congo o de Kenia.
Investigaciones de distintas universidades argentinas confirman un dato poco conocido: uno de los tatarabuelos maternos de Maradona fue un esclavo afrodescendiente que vivió en la provincia de San Juan durante el siglo XIX.
De esta forma, se comprobó que Diego no solo se identificaba simbólicamente con las raíces populares, sino que también era descendiente directo de afroargentinos, lo que lo convierte en una figura todavía más representativa de la diversidad del país.
La madeja de antecedentes comienza Francisco Fernández de Maradona, que embarcó para América en 1745 afincándose en San Juan de Cuyo, donde se casó con Francisca Arias de Molina. Con este matrimonio se «fundaba» la saga de los Maradona gallegos (el anteapellido Fernández se iría perdiendo), una saga entre cuyos miembros se cuentan los gobernadores Timoteo y Santiago Maradona, y a la que perteneció el prestigioso abogado de la Universidad de Buenos Aires José Ignacio Maradona, quien decía recordar haber hablado con el padre de Diego, escuchado de éste que su madre había sido una de las hijas del “ingeniero civil Santiago Maradona gobernador de la provincia de Santiago del Estero” y que él llevaba el apellido materno “porque a su padre no lo conoció”.
Collado Madcur ha mencionado que logró recrear el árbol genealógico de Maradona, retrocediendo hasta cinco generaciones. Este análisis cambió la percepción común sobre el linaje del futbolista, que tradicionalmente se vinculaba a una familia de patrones de Cádiz.
Ahora, se sabe que ese esclavo tuvo un hijo que nació libre, Juan Evangelista, quien se mudó a la provincia de Corrientes y se transformaría con el correr del tiempo en el tatarabuelo de Diego Maradona.
Durante su vida, el Diego llegó a contar en una oportunidad que tenía sangre guaraní y su familia venía de Corrientes, con un apellido de origen español y una parte de su familia que nunca había llegado a esa provincia del litoral argentino. La investigación arrojó luz sobre los ascendientes de esa familia correntina y se descubrió eran esclavos africanos; como el 70% de la población de Corrientes que aún no lo sabe.
El Diego no es el único
El caso de Maradona ayuda a derribar mitos sobre la composición étnica del país y a reconocer que, detrás de los grandes nombres de nuestra historia, también hubo personas que descendían de esclavizados traídos desde África.
En la memoria los argentinos sabemos que el general de José de San Martin, representado en los iconos oficiales como un blanco con ojos azules a pesar que en el Cuartel de Murcia sus compañeros cadetes le apodaban “el negro”; Bernardino Rivadavia, el primer presidente de Argentina quien siempre ha sido objeto de racismo por parte de sus opositores políticos llamándole “Doctor Chocolate”; Josefa Tenerio, la abanderada del Ejército Libertador, era una esclavizada de Gregoria Aguilar; Antonio Ruiz “Falucho”, esclavizado negro de la familia Ruiz; María Remedios Del Valle, madre de la patria Argentina; el sargento Juan Bautista Cabral (héroe de la batalla de San Lorenzo), hijo de esclavizados africanos, José Jacinto Cabral y Carmen Robledo, originaria de Angola; Gabino Ezeiza conocido también como “Negro Ezeiza” o “trovador de la pampa”.
Regreso con gloria
Diego Armando Maradona visitó San Juan en cuatro oportunidades: dos como jugador profesional, una con su espectáculo de Showball y otra como entrenador de la Selección Nacional, previo a la disputa del mundial de Sudáfrica 2010. En ninguna de esas ocasiones pudo imaginar que su antepasado vivió en estas tierras y peleó por la independencia argentina.
La primera visita de Maradona a la provincia de San Juan, se produjo en octubre de 1979, vistiendo la camiseta de Argentino Junior. En esa ocasión, enfrentó en un amistoso a San Martín de San Juan. El equipo local ganaba 3 a 0, pero unas pinceladas de Diego fueron más que suficientes y el Bicho de la Paternal terminó imponiéndose 4 a 3.
La segunda vez que pisó suelo sanjuanino fue tras el fracaso en el mundial España 82. En esa oportunidad, integrando el seleccionado argentino, enfrentó a un combinado de Cuyo. La albiceleste se impuso 9 a 1, con cuatro goles de Maradona.
La tercera visita del ídolo se registró con su espectáculo de fútbol reducido, llamado Showball. En esa oportunidad el combinado argentino enfrentó a Chile y el partido terminó 7 a 7.
La última vez de Diego en San Juan fue en el año 2010. Argentina ya estaba clasificada para el mundial de Sudáfrica 2010. Enfrentó a Costa Rica, que en el arco traía a Keylor Navas. Argentina ganó 3 a 2.
La historia de Maradona afrodescendiente permite poner en foco un tema muchas veces invisibilizado: la presencia de personas afrodescendientes en Argentina. A pesar de que hoy representan una minoría, su legado cultural y social es profundo.