domingo, 24 de agosto de 2025

Camarón y Mágico, leyendas del pescaíto frito

 


En la madrugada infinita del verano del 92, donde doblan la esquina los vientos de la Bahía de Cádiz, Mágico González, travestido con un traje de flamenca, a gustito, de lunares, empinado sobre unos tacones de aguja y con los labios pintados de carmesí, se dejaba mecer por la doliente, profunda y luminosa voz de niño viejo, tal vez por alegrías, de su amigo Camarón de la Isla. En el reservado de la célebre Venta de Vargas de San Fernando, que con los años adoptaría el subtítulo de "Cuarto de Camarón" por las lunas que dibujó el cantaor durante décadas en este rincón, ambos astros del fútbol y del cante jondo cultivaron su particular universo de gracia y complicidad.

En la misma Venta, meses antes, pero a horas menos sospechosas, Jorge González, el joven salvadoreño, materializaba su primer contrato con el Cádiz. El Mago entró por la puerta grande merced a su destacada intervención en una hermosa catástrofe mayor: el 10 a 1 que encajó la selección centroamericana frente a Hungría, el día que debutó Jorge en un campo español. El éxito dentro de un horror.

"Ponnos unas copitas", reclamó el presidente del Cádiz, Manuel de Irigoyen, banderillero de joven y constructor del ramo. Los camareros notaron que González solo tenía ojos para los platos que salían de la cocina y que, por último, centraba sus deseos más urgentes en una bandeja de berza, media fuente para cuatro personas que se zampó del tirón, sin remordimientos.

Varias rondas después, Irigoyen y su director técnico Camilo Liz lograban que Mágico firmase su rendición por el Cádiz, un equipo de Segunda con ínfulas. El contrato se consumó al filo de una servilleta. No se hable más. Siete millones de pesetas costó el traspaso. No transcurrieron muchos domingos hasta que Irigoyen tuviera que acudir con peores ideas en la cabeza a la Venta isleña, templo del flamenco donde Camarón creció como cantaor gitanito rubio hasta destronar a Manolo Caracol. El presidente perseguía por las noches al atribulado y desobediente Mágico, a quien le gustaba mucho la marcha tropical. Trabajo no, diversión, era su máxima.

 Los camareros ayudaban al deportista a salir escopetado por una puerta trasera. Irigoyen puso a Mágico espías, asistentes y hasta un psicólogo. A Jorge le fascinaba el género musical de rancio abolengo que aprendió de Camarón. "Cántame, José", cuentan que soltaba en las noches sin fin. Y Camarón, ocho años mayor que el indio americano, desnudaba su alma como en las mejores galas. La enigmática amistad descansa en la fantástica y sin embargo impenetrable memoria de los camareros. A veces recibían a ambos colgados de los brazos de una, dos, tres mujeres. "Yo lo he visto". Otras veces, en la intimidad, saciaban el hambre atrasada y la sed de soledad de tamaños personajes, que morían por las tortillitas de camarones y las papas aliñás, especialidades de la casa, su segunda casa.

A Camarón no le motivaba el deporte de la pelota envenenada, pero se dejó convidar a algún partido de tronío verdiblanco, en los días señaladitos, por su compadre Curro Romero, fanático del Betis.

No hay constancia fotográfica de los encuentros fugaces en el más allá del arte accidental de Mágico y Camarón, que se sepa, lo que engrosa la leyenda con más veras. El paso del tiempo no ha aclarado, ni falta que hace, las glorias y miserias de la pareja, cuyo recuerdo, como en la copla de Serrat, se antoja cada día más dulce. No demasiada gente del sur concita tanta creatividad en torno a la leyenda sobre lo que ocurrió y lo que late en el corazón del sueño en la ciudad perdida al oeste del edén, cuando no había teléfonos móviles, ni rotondas.

El destino que unió a ambas personalidades alimentó ciertas coincidencias. José y Jorge procedían de familias numerosas y muy humildes, conocieron los bajos instintos de la infravivienda, las penurias económicas y la marginación social. También se enfrentaron a caracteres huidizas, vulnerables, por lo general tímidos. Demasiada intuición y sensibilidad a flor de piel y pocas palabras. "Hablaban lo justo, había que sacarles las palabras", comenta un camarero de la Venta de Vargas, quien en cambio alucinaba como pepinillo en vinagre ante el carisma y la expresiva manera de conjugar otros muchos verbos que no fuera hablar de Mágico y Camarón.

El dinero no llamaba la atención de tales genios de la improvisación y la vida despreocupada, se mostraban inocentes y confiados. Mágico rechazó a lo largo de su carrera interesantes contratos con el París Saint Germain y el Atlético de Madrid, antes de recalar en Cádiz, y en otros equipos europeos durante su ascensión y fulgor, aduciendo, entre otras razones de peso, que "tan lejos" de la trimilenaria ciudad andaluza "no hay pescaíto frito". Es curioso, pero Camarón deslizó el mismo argumento, el pescaíto frito, para no viajar a Manhattan a actuar en un teatro de Broadway. También declinó la oferta de los Rolling Stones, acompañada de cinco millones de pesetas, para que diera lustre a la fiesta posterior al mítico concierto que sus satánicas majestades brindaron bajo la lluvia en el estadio Vicente Calderón, durante el Mundial de España. Indicó que Mick Jagger y Keith Richards "no entienden ni papa de flamenco".



José, de chico, quería ser torero, y Jorge, gaditano. Camarón también quería ser guitarrista. Su padre cocinaba en la herrería, al compás, fideos marineros con caballas, y su madre Juana la Gitana causaba admiración con su voz florida a artistas como el mismísimo Caracol o Lola Flores, que la escuchaban embelesados en la habitación con colchones de paja donde se acurrucaba la familia por las noches.

A la postre, los años ochenta de reconversiones industriales frustradas, desencanto, descubrimientos, trepidación y espejismos culturales, presenciaron los destellos inequívocos de dos artistas que "parecían poca cosa", a simple vista, y que, sin embargo, se comportaban como rutilantes estrellas de rock, por sus actitudes y hechuras.

Ya en lo alto de su propio mito, Mágico apareció una noche en la tele, entrevistado por el crítico musical Ángel Casas, y subrayaba, por si quedaban dudas: "Casi todas las cosas que se dicen sobre mí son verdaderas, pero nada se cuenta como sucedió exactamente". Ausencias injustificadas, dormilonas mañaneras, retrasos, espantás sonadas. Mágico y Camarón sintieron los gajes de la mala fama endura pugna con su talento sobrenatural.

Lo dicho, ni un tributo al vil parné. De joven, Camarón se atrevió a negarle a un señorito un cantecito a cambio de la astronómica cifra de siete mil pesetas que el gachó puso en lo alto de la mesa. Dejó plantado al ebrio veleidoso y luego solicitó dos pesetas a su madre Juana para tomar el tranvía camino de Cádiz.

Mágico y Camarón alternaban su afición de juglares callejeros en otros lugares reputados como Casa Manteca, que como la Venta de Vargas, con los años ha pasado de ocupar los ratos de juerga y condumio de una reducida clase popular nihilista a ocupar las listas de los establecimientos hosteleros más atractivos para el turismo. "Mágico y Camarón tenían buenos amigos y amigos de los otros", según José Ruiz Manteca, que el siglo pasado fue torero y mercader de gallos de pelea. Su tasca ubicada en el carnavalesco barrio de La Viña, fundada en 1953, también fue refugio contra la soledad de Mágico y un Camarón con enormes altibajos a quien recuerda "sentado en una caja de cerveza Cruzcampo, tras las cortinas de la trastienda, con la cuchara caliente".

Mujeriegos y generosos, los amigos de la noche "tenían la virtud de no hablar mal de nadie, cuando compartían mesa y mantel, y de no contar embustes", pero se rodearon de aduladores y vampiros de toda clase y condición. Estos artistas ajenos al mundo moderno, que hoy resultarían casi imposibles, se conocieron en plenos ascensos a Primera del Cádiz, que logró ostentar la categoría de Submarino Amarillo merced a una década dorada de más triunfos que decepciones. Camarón ya había grabado "Como el agua" y se disponía a preparar "Calle Real", los discos que siguieron a "La Leyenda del Tiempo", gran fracaso comercial pero con los años piedra angular de la música popular española.

Tuvo Mágico otro gitano muy amigo de lealtades y correrías, de la estirpe de los Bojiga, que carecía de rival en la percusión flamenca a base de cajas de palillos de madera, una cosa tremenda. Bojiga sorprendía por sus ritmos malabares, que le granjearon una actuación televisiva, y Mágico propinaba cien toques al aire con un paquete de tabaco de contrabando, una naranja o un yo-yo, con tal de echar una tarde de asueto al libre albedrío.

De regreso al Cuarto de Camarón, se asoman imágenes de la trayectoria vital y artística de José. Allí se reunían Beni de Cádiz, Chano Lobato, Pansequito, Rancapino ... y un tal Pablo Picasso. La voz de Camarón era su moneda de cambio, cobraba por fandangos, hasta que se largó a Madrid para conquistar sus catorce tablaos. Nadie ha podido superarlo, pero él jamás quedó contento: "Me sabe la boca a sangre".

El escritor salvadoreño Geovani Galeas, a la sazón ex combatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo, logró extraer de Mágico unas palabras acerca de Camarón, de quien dijo que "era una figura única, mi amigo, una persona muy especial".

El camarero que organizó el servicio la tarde que Mágico selló su compromiso por el Cádiz, Manuel Delgado, aseguraba que se sumó a la cita el compañero y amigo íntimo del salvadoreño Jaime Rodríguez, La Chelona, defensa central, y que Jorge amenazó a Irigoyen con levantarse de la mesa si su colega no integraba la operación. El presidente hizo un par de llamadas y convenció a los jugadores, La Chelona jugaría en el Málaga, muy cerca del Mago. Pero luego se descubrió que había fichado por el Bayer Uerdingen alemán. Años después, el trotamundos Jaime Rodríguez fue ministro de Deportes de su país.

Antes del declive, que en el caso de Camarón se tornó en tragedia, ambas figuras irrepetibles, héroes y villanos, presentaron luces y sombras, regates en seco a la melancolía y afición desmedida a la velocidad de la noche. Camarón no dio del todo su brazo a torcer delante de los puristas aunque desaprovechó buenas oportunidades. El Mago, conductor en sus ratos libres de un Ford Escort rojo que no pasaba desapercibido en la noche gaditana, llegó a protagonizar una memorable gira americana con el Barcelona de Diego Armando Maradona y César Menotti, pero terminó su etapa más oscura exiliado a Valladolid por su mala cabeza hasta volver a las andadas. Entonces, Cádiz bebió de sus mejores gestas pero acabó condenado al ostracismo y sometido a multas disciplinarias de hasta un millón de pelas.

El por entonces estudiante Bosco Prada cuenta que una noche, apoyado a la vera de una discoteca gaditana, vio parar a Mágico con su Ford Escort rojo. De improviso, el futbolista instó a Bosco a zambullirse en la noche gaditana junto a otros gladiadores del vámonos que nos vamos. Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, Bosco se quedó de una pieza al asistir, en el estadio Carranza, a una nueva demostración de destreza y precisión del Mago, que jugó como nunca, pese a acostarse de aquella manera a las claras del día.



Cuando apenas llegaba a fin de mes, Mágico almorzaba y vestía gracias a la generosidad de sus compañeros, que incluso solicitaron a la cúpula técnica del club que convocase los entrenamientos por las tardes para ver a Mágico despierto. Mágico dormía mucho, y le gustaba tela un cachondeo, así que el asunto se complicó al ritmo de la música que destilaban el enorme radiocasette del futbolista y el aparato estereofónico del bólido de Camarón. Ambos compartían su amor por los discos de Pink Floyd, Queen, grupos españoles como El Último de la Fila y Radio Futura, y en especial Bob Marley, gran futbolero, de quien el cantaor admiraba que "tiene gracia en la voz". Y a José y Jorge les vinculó una querencia exclusiva por los niños. Mágico jugaba en cualquier plazoleta, a cualquier hora, con los chavales del barrio e intercambiaba diez cromos de otros futbolistas por un cromo suyo, su peculiar tarjeta de visita, y una tarde, cuando salía del estadio, fue interpelado por una señora en pos de una foto autografiada. "¿Tiene usted tiempo, señora?". Y volvió con un póster a todo color firmado por la plantilla cadista en las duchas. Camarón regalaba a los niños de su entorno ropa, calzado, material escolar, de todo, y jugaba con los juguetes infantiles.

La exigente afición flamenca fantaseaba sobre los devaneos de Camarón con otras músicas y mundos remotos que llevaron al cantaor a los escenarios de París y Nueva York o al estudio Abbey Road de The Beatles, y pregonaban por ahí que se forjaba una reunión con el revolucionario trompetista de jazz Miles Davis.

Medio Cádiz y parte del extranjero aseguraba haber salido de juerga con Mágico y asistido en directo a partidos asombrosos que jamás existieron. Todavía cuentan con detalle la remontada del Cádiz al Barcelona, propiciada por Jorge tras ingresar en el campo a raíz del descanso, recién llegado de una noche de garabatillo y poco descanso de la mirada. Un choque de consolación del Trofeo Ramón de Carranza, que giró del 0-3 al 4-3 definitivo. Nunca sucedió. Pero mucha gente lo vio, como miles de personas dicen haber visto con sus propios ojos el triplete monumental que endosó el Mago al Rácing de Santander en el 86, acaso su obra cumbre.

Otro bar legendario, que ya cayó en el olvido por mor de la hegemonía de las franquicias, Los Pabellones, sito en el flamenco barrio de Santa María, alardeaba de contar con Mágico y Camarón entre su clientela más distinguida, y cada año obsequiaba a la parroquia con un calendario de ambos. Desde entonces, el santo grial del tiempo quieto gaditano respira por sus tres costados: Camarón, Mágico González y el Nazareno. Camarón confesaba: "Cuando canto no pienso". Mágico terciaba: "Yo no pienso, tengo música en la cabeza".

Publicado en la revista Panenka en enero de 2020.

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