sábado, 1 de agosto de 2009

El ritmo de la emancipación (La Isla del Blues)

A los gatos siempre les gustó el blues. Música rural negra nacida al sur de la América profunda. Miseria, alcoholismo o emigración. Del esclavismo a los guettos de las ciudades industriales. Crisol de culturas en las plantaciones de algodón, tabaco y maní. La segregación creó el blues. Bailes, cantos de trabajo, espirituales, baladas mestizas. Indios, europeos, africanos en la frontera del 1900. Doce compases, el alma en vilo, mensajes repetitivos, la individualidad y el grito común, hasta la presunta libertad de movimientos y de expresión. El descubrimiento del blues por parte del hombre blanco trajo consigo la revolución del rock, allá por los años 50 y 60 del siglo pasado. El mismísimo Muddy Waters, símbolo del artista hecho a sí mismo desde la plantación hasta el hotel de cinco estrellas, ascensión y caída del juglar negro, agradeció a los Rolling Stones, y a todos los solistas y grupos blancos que emplearon el blues como pilar de su música, que devolvieran el género a la actualidad y rescatasen a sus protagonistas de la nueva miseria. Ricos y pobres, blancos y negros, campesinos y urbanitas, mano de obra, al fin y al cabo, que cuando canta y rasguea la guitarra su mal espanta. Ni que decir tiene que el blues, como el flamenco, apenas suena ya a blues, poco o nada tiene que ver con sus raíces originales. Pero lo tocan en todo el mundo revestido de hechuras y tradiciones dispares. La considerada "música del diablo" se emparenta directamente con el jazz, el rock y ahora el hip hop.
En la Bahía de Cádiz, al frente de Blueshow, el irreductible José Peinado organiza cada año, doce años más uno, el festival Isla del Blues, una auténtica isla en el desierto de la música eléctrica veraniega. Su ojo clínico no falla; suele traer figuras de indudable calidad, unas de prestigio sobrado y otras con brillantes trayectorias por delante. Este año llegan dos exponentes del blues rock britániico, de la escuela que precisamente reconquistó el terreno perdido por el blues y lo alzó a la cúspide del rock, la psicodelia y los géneros que confluyeron en los años decisivos de la música popular.
No sólo de ritmos africanos se nutrió el blues en sus primeros tiempos, hace una docena de décadas. Los pirmeros bluesmen, los songsters, ejercían las música ambulante en los centros de trabajo del sur de los Estados Unidos, incluso antes de la llegada de las guitarras, que no se produjeron hasta la guerra de Cuba, cuando los soldados negros trajeron tan fantásticos instrumentos desde el país caribeño. Hasta entonces, primaban el rudimentario banjo africano y el violín. Las tonadas anglo-irlandesas y los sones del continente negro se fundían en un canto amargo y liberador, amén de algunas baladas hispanas o piezas afrancesadas. Todo ello en cautividad, claro, en las plantaciones donde germinó la música del siglo veinte y venideros. Los años de la progresiva emancipación acenturaron el poder de atracción y fijaron el inconfundible estilo, cuya primera grabación data del año 1923. La incipiente industria discográfica le vio color al blues, nunca mejor dicho, y programó numerosas expediciones al sur de los Usa en busca de nuevos talentos y figuras rentables de cara a vender los discos de música negra. Otro modo de esclavitud, en principio, que en pocos años cambió la vida de un montón de artistas de la calle, llenó los bolsillos de los emprendedores más agresivos y astutos y abrió la mente al público. Poco antes de que el rock moviera el esqueleto del planeta.
Del Delta del Mississipi a Chicago, pasando por Memphis, constituye la cuna del blues, y a su paso susbsisten un buen número de lugares de peregrinaje, turismo cultural que se llama ahora, donde rendir tributo a los grandes y fomentar la cultura de la tierra. Las universidades americanas imparten nociones de blues, la discoteca del Comgreso nada sería sin blues y las películas perderían color y sabor sin ese ritmo triste y contagioso en constante evolución, el padre de todos los ritmos.
El blues se electrificó en los años treinta, preludio de todo un huracán de sonidos, y la emigración, consecuencia de la Segunda Guerra, la Guerra de Corea, que provocaron la apertura de fábricas de armamento, y la industrialización de muchos núcleos urbanos, modificaron el mapa sociológico de Estados Unidos, y el blues desplegó sus tentáculos y se diversificó de manera impresionante. La reciente película "Cadillac Records", que relata la historia del sello fonográfico Chess Records, se antoja indispensable para conocer los vericuetos, las luces y las sombras de una época irrepetible. Con Adrian Brody y Beyoncé en sus papeles estelares, la cinta refleja la azarosa vida de Muddy Waters, las malas pulgas de Howlin Wolf, el triunfo del blues en las listas de éxito y el posterior atraco a mano armada por parte de compositores e intérpretes blancos, quienes copiaron y endulzaron el estilo para popularizarlo entre la hinchada de tez pálida. Chuck Berry, precursor del rock and roll, fue devorado por Elvis Presley, y así sucesivamente. Pero en realidad ambos bandos estaban condenados a entenderse. Los hermanos Chess hacían negocios con la Sun Records, de hecho el blues y el country sólo se diferenciaban en su color de piel. El rocanrol murió de avaricia, pero el blues continuó en la senda. Hasta la libertad final. Recuérdese que en plena explosión del rock & roll de Elvis Presley y compañía aún persistía la segregación en los colegios de medio país, y el racismo se empleaba duro a sus anchas. Tuvieron que pasar años para presenciar el renacimiento del blues, que cayó en desgracia entre tanto cantante melódico blancucho o en franca desventaja ante el rythmn blues, el rock y el soul, los estilos que se pusieron en boga a partir de la clara influencia del sonido de New Orleans. Los predicadores del soul (James Brown, Otis Reding, Ray Charles o Sam Cooke) reemplazaron a las figuras del blues, y nadie parecía recordar a John Lee Hooker, Big Bill Broonzy, Leadbelly, Willie Dixon o el mismísimo BB King hasta que los rockeros blancos forzaron su resurgimiento, Tantos años después, Eric Clapton, a quien tildaron de dios de la guitarra de blues, homenajeó al indispensable Robert Johnson en sendos discos y un deuvedé que se plantea como lección magistral del blues negro practicado por una leyenda negra y una leyenda blanca.
La lucha por los derechos civiles y la libertad de expresión enlazó canales de comunicación. Bob Dylan cantó a Luther King, el folk tomó prestadas tantas emociones del blues, los grupos de rock de finales de los sesenta siguieron los pasos a los Stones, Beatles y demás, y se miraron en el espejo del blues, atraídos quizá por el campo en días de paz, amor e inocencia supina. En Gran Bretaña prendió la mecha, con John Mayall y los Cream a la cabeza, pero en los Usa apareció un tal Jimi Hendrix, uno de los pocos negros de esta historia, y Janis Joplin. De costa a costa, el rock cogió color, los Led Zeppelin inventaban el heavy a partir del blues, los Allman Brothers rendian pleitesía a los monstruos del sur, y hasta un puñado de sureños racistas como Lynyrd Skynyrd sonaba tan negros como sus pensamientos.
Nadie pensó en 1947, cuando Muddy Waters grabó la canción "Rolling Stone" para Chess Records, que dos décadas después él y otros tipos de su clase y condición pasearían por el mundo como héroes, como maestros de tantos músicos. Tampoco nadie imaginaba que un tal Miles Davis, a quien un policía propinó una paliza a las puertas de un local nocturno coincidiendo con la primera cúspide de su carrera, iba a influir a tantos artistas. Nadie daría un euro por ver convertido a Bob Dylan en un viejo "bluesmen" blanco con alma de negro.
 
 
 
Dos figuras del blues rock
 
 
El cartel de mañana promete. Dos figuras del blue rock británico. Matt Schofield, considerado uno de los nuevos embajadores del blues con acento inglés. Y The Brew, el potente grupo liderado por un chaval de diecinueve años que toca la guitarra como un poseso, a medio camino entre Hendrix y Page, negro sobre blanco.
Matt Schofield practica un blues elegante, fino, sofisticado y distinguido que puede hermanarse con el funk o el jazz, y obviamente con el rock de los años setenta. Desde Manchester, la sensación de las últimas temporadas.
The Brew proceden del nordeste, de la ciudad portuaria de Grimsby, y su guitarrista, Jason Barwick, despunta en los ambientes musicales como una de las próximas figuras del género.
José Peinado, promotor de la Isla del Blues, suele acertar cada año con sus apuestas, en muchos casos arriesgadas por mor del escaso apoyo recibido por parte de instituciones que en otras provincias sí impulsan este tipo de festivales como atractivos culturales y turísticos. Diputación y JUan pasan del blues. El Ayuntamiento gaditano se deja caer, aunque sin pasarse. A Cádiz fue a parar el festival tras ocho años de celebración en San Fernando, su lugar de nacimiento. Desde entonces, la Isla del Blues ha propuesto grandes noches, sin olvidar la visita de los legendarios Ten Years After, el arte de Deborah Coleman, el poderío de Hook Herrera, el descubrimiento de Lance López y el bautizo de un grupo español con los gaditanos Kool, que pronto emprenderán su fase de relanzamiento con nuevo disco e integrados en una promotora de conciertos. Mañana, en el Baluarte de la Candelaria, para los amantes de las fuertes sensaciones, blues negro para corazones blancos. Y viceversa.

Agosto 09, Verano, Diario de Cádiz

3 comentarios:

Sito dijo...

buenas;

hay mucho folk, blues,.... en los ventorrillos gaditanos. No solo del Pay Pay vive el hombre.

Ignacio Lobo dijo...

Luengo artículo, sí señor, y gran concierto. Matt Schofield estuvo bien, aunque al pobre no atinaran en ponerle bien su nombre en la entrada.
Blues mu elegante y elaborado.

Y luego salvajismo de the Brew, con el Mini Hendrix haciendo diabluras y el papi bajista del batería moviéndose como un loco. Mucha energía, mucho rock, buena noche.

Saludos!!

Enrique Alcina Echeverría dijo...

blue monday por no haber podido asistir a los últimos conciertos bajo la luna creciente, saludos a Sito, no sólo de papas con lula vive el hombre, y gracias por la reseña a Ignacio. Ayer, en la feria del disco, alguien comentaba maravillas sobre el chaval de The Brew, el Mini Hendrix, jeje. Un monumento a José Peinado por abrir cada año su Isla del Blues, enhorabuena !!