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Días atrás, la nueva discográfica de Ilegales, PopUp, hizo justicia y entregó a Jorge Martínez el disco de diamante honorífico por superar el millón de ejemplares vendidos. El grupo se ganó tal distinción ya en los años ochenta, pero nadie tuvo narices de organizar un sarao en tributo al imprevisible, genial y altanero Martínez, quien por cierto ya montó un buen numerito en el hotel portuense Caballo Blanco cuando tocó en Puerto Real a mediados de los ochenta, espíritu del rocanrol con todas sus consecuencias, la bronca en do mayor, la libertad al pie de la letra.
Jorge Martínez se aprovecha ahora de las nuevas tecnologías y amén de crear su propia web y una televisión cibernética a su imagen y semejanza, reconvierte su talento en diferentes direcciones: lo mismo revitaliza la carrera de Ilegales, con la arriesgada edición de tamaña caja, que monta un grupo paralelo para rubricar su amor por las orquestas de baile, Jorge y Los Magníficos, puro carisma. Martínez, lenguaraz, silvestre pero también ávido coleccionista de gutarras eléctricas y profundo conocedor de los entresijos del instrumento, siempre supo construir a partir del caos, a lo bestia o con delicadeza, siempre sincero, nunca correcto, y ha dado en el clavo en algunas de sus etílicas profecías de los años ochenta. En los tiempos de la transición, Jorge caminaba en contramano, era capaz de pelearse a piñas con los Gabinete Caligari, de beberse un par de botellas de inspiración en la escena, de retar al destino incierto y salir airoso de todos los trances, ahí está el tío, con casi 55 tacos, al pie del cañón, con las botas puestas y un halo de misterio desde los tiempos del San Juan Evangelista, el Rock Ola y los locos locutores de la efe eme. Los bares conocen a Jorge, Jorge conoce el mal, no hay mal que por bien no venga envuelto en celofán con "126 canciones", pura historia del rock hispano. Y sin levantar el pie del acelerador.
Diciembre 09, Cultura, Diario de Cádiz
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