Digan lo que digan, sigue siendo aquel. Raphael presenta esta noche en Cádiz,
en el Gran Teatro Falla su lado más íntimo, tras los fastusos conciertos con motivo de su cincuenta aniversario sobre las tablas. Un piano, la inconfundible voz del cantante de Linares, más de treinta canciones en dos horas y media. Las crónicas de la gira acústica de Raphael no ahorran superlativos, como no podía ser menos. El propio Raphael advierte que acaba de cumplir sus primeros cincuenta años de artista. Qué sabe nadie. En carne viva. Un escándalo de la naturaleza. Raphael abarrota teatros allá donde va, aunque tiene tiempo para ofrecer el pregón de las fiestas de San Isidro, acumular galardones y cultivar su leyenda. El histriónico cantante, que viene a Cádiz contratado por la Cope, tendrá hoy tiempo para rendir tributo a sus compositores de cabecera, entre ellos el prestigioso y fecundo Manuel Alejandro, que desde hace años vive en El Puerto retirado del mundanal ruido. Raphael debe mucho a Alejandro, de igual modo que algunos artistas de generaciones posteriores han bebido de las fuentes del talento de aquel chaval de monumental caudal escénico que acudió a Eurovisión dos años consecutivos, 66 y 67, y actuó en primera línea de Ed Sullivan Show en el 70, sobre las mismas tablas donde emergió un tal Elvis Presley. La memoria rescata al Raphael de las películas, el chico locuaz que arrasaba en la radio, terror de cualquier maquinita de play back, artista con personalidad y agallas. Un Raphael un poquito engolado, cómo no, que ha renacido en los últimos años sin convertirse en sombra de sí mismo, con dignidad y esos aires que siempre envolvieron su figura. Ha vuelto Raphael a encabezar las listas de ventas con álbumes arriesgados y duetos con grandes artistas, alrededor de su mito. A sus 65 años, Raphael ha vencido la adversidad física, que desembocó en trasplante hepático, y ha sabido obrar el milagro, sólo unos pocos saben frenar el tiempo de aquella manera. Raphael, que se casó en Venecia, que fue nominado tres veces a los Grammy, que ha recibido 350 discos de oro, 50 de platino y uno de uranio, parece incombustible. Y su expresividad, un tesoro con denominación de origen. Maestro de la hipérbole, un tipo con genio y carácter capaz de eliminar barreras ideológicas entre su amplia y fiel audiencia, Raphael dijo alguna vez que no encontraba herederos en la música actual, aunque señaló a Enrique Bunbury como uno de sus discípulos aventajados. Es curioso. Bunbury vuela ahora por Estados Unidos, forjando su propia leyenda, tras su estancia en El Puerto. Otra vez El Puerto. Rapahel no pudo cantar en El Puerto el pasado verano por razones aparentemente técnicas ajenas a su voluntad, así que hoy puede aparecer un Raphael al cuadrado, con el orgullo y la rabia intactos, dispuesto a todo. Las crónicas de la gira dibujan emociones en do mayor, conexión entre artista y público, una colección morrocotuda da canciones ligadas a la historia de este país, con sus luces y sus sombras, y un tipo que canta a su manera. Desnudo junto al piano, mirando de frente a la gente.
Junio 10, Cultura, Diario de Cádiz
martes, 1 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario