Pedro se presenta con pelo corto, gafas livianas, delgado y sonriente, Pedro aparece en la escena con bambas verdes y blancas, las mismas que luce el notable trío de músicos. Pedro ya no desnuda sus pies, ya no habla con sus dedos entreverados. Peter Pan está mayorcito, por eso esta noche no hay "Dibujos animados", ni "Golosinas", ni siquiera "Las gafas de Lennon" o la susodicha "Peter Pan". El artista lo explica, a modo de crónica anunciada del concierto: "Tras varios años ausentes, hemos vuelto". Abre el recital con "Humo", y un efectista sistema de luces geométrico caleidoscópico que acompañará e incluso mutará algunas canciones. Sigue con las cosas que dejan "Huella", ecos del pasado, imágenes directas al youtube, bossa vieja, ritmos atlánticos, guerras y cruces, "el presente ayer fue el mañana". Pedro evoca su época rompedora, "el tiempo ha pasado para todos, antes había mucha gente joven entre el público". El público ríe, nervioso y cómplice, y confiesa su edad a regañadientes. "Ahora los chavales me piden autógrafos para sus madres". Una hora y media después, en las postrimerías del concierto, Pedro cierra el círculo con la canción de bienvenida a su hijo Pedro. Ahora se entiende todo. El hijo de Peter Pan interpreta una serie de vidas cruzadas, y el espectador imagina las parejas que aplaudieron, en el Falla, al mismo Guerra hace una docena de años. Hoy acuden los matrimonios consumados, que han tenido hijos, como el cantante, o quizá el destino travieso haga coincidir esta noche a él y a ella con distintos partenaires. "Vidas", el nuevo disco de Pedro, cae casi entero. El público también. Cuarentones por doquier.
Una docena de temas recientes y una docena de recuerdos, así estructura Guerra el concierto y su nuevo discurso, repleto de sencillez, poesía limpia y soleada, guiños y golpes de efecto. Sin embargo, Pedro parece cansado al principio, no agarra el vuelo hasta la media hora, más o menos, y el calor reinante contrasta con cierta frialdad del público, que tampoco cuaja hasta bien entrado el concierto. El cantante abre las siete puertas de su tierra canaria, canta a la gente sola, y entonces la gente reacciona y canta bajito, el propio artista se sorprende, pues antes no había encontrado eco, no adivinaron las primeras piezas memorables de su cancionero. Eso escuece. Pedro resiste. Su pianista de cabecera, Luis Fernández, el brillante bajista Marcelo Fuentes y el sugerente batería Vicent Climent aportan calidad en su justa medida. Pedro evoca a su admirado Tom Waits, quien compara la composición con el arte de la pesca, tira la caña por la mañana, pescador de canciones sin saber qué vendrá.
Cuando el canario recurre a piezas de sus primeros tiempos en solitario, como "El marido de la peluquera", "Mujer que no tendré" o "Contamíname" halla los momentos más celebrados, aunque también rescata emociones de pasajes de casi todos sus discos, elige al menos una perla. "Miedo", "Niños", "Raíz" o el "Circo de la realidad", ironía sobre la tele que lo impone todo. La gente canta bajito y se enamora de canciones nuevas, las hay de todos los colores. El artista se crece tras unos momentos críticos, susurra al oído de su público, ya entregado a la causa, en cuerpo y alma. Esqueletos abrazados, cinco mil años. "No creo en la eternidad, pero si muero, que me entierren abrazado con María". Su mujer. La mujer y la madre de Peter Pan. A la gente de la tierra trimilenaria le gusta la idea; no la ocurrencia de la muerte del artista sino la del amor imperecedero, y celebra hasta la melancolía, las luces muestran hermosos fondos de escritorio, infiernos y cielos, palmas acompasadas, verbos por descubrir, corazones enfadados, fados y candombes maravillosos, dos bises por nones y al final llega Pedrito, el hijo de los Guerra, y se queda con todo el mundo. El renacimiento de Pedro Guerra. In crescendo, hasta las últimas consecuencias.
Junio 08, Cultura (Diario de Cádiz)
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