viernes, 8 de agosto de 2025

Camarón vive


 

José era un niño muy bonito, rubio y rizado, nervioso como un rabo de lagartija. José era la alegría de la casa, pero a los tres años se quemó con una cafetera hirviendo y murió por una herida mal curada. Meses después, el 5 de diciembre de 1950, la matrona isleña Mariquita Vila acudió de nuevo a casa de Luis y Juana. También rubio como la candela de la fragua, José Monje Cruz, muerto y resucitado, escribía el prólogo de la leyenda del tiempo.

 Camarón quería ser torero. Su padre cocinaba en la herrería, al compás, marineros fideos con caballas. Su madre, Juana la Gitana, causaba admiración con su cante a artistas como Caracol o Lola Flores, que la escuchaban embelesados en la habitación con colchones de paja donde se acurrucaba la familia por las noches. Sentado en el suelo, José se empapaba de duende y misterio, parecía una esponja. Luego, interpretaba a su manera las plegarias mayores que intuía. 

Tímido, aunque capitán de la pandilla, José entraba por una puerta del colegio y se escapaba por la otra, a torear de salón y a coger nidos de pájaros. Quería ser torero, quería ser guitarrista, pero animaba con la gracia de su voz profunda de niño viejo las bodas y los bautizos, hasta que formó el taco con doce años en la Cueva del Pájaro Azul, en Cádiz, donde renació como flamenco divino, en contra de la opinión de su padre Luis.

El zagal atrapó al mundo entero con su talento descomunal. Debutó en las tablas del Carnaval en la comparsa "Currito y sus churumbeles". Todos los comparsistas de tronío querían aparecer en las fotos con él, conscientes de que José iba para figura grande del cante. Una vez fue a ver al Príncipe Gitano, quien le invitó a subir al escenario. "¿Tú qué cantas, niño?". "Lo que tú quieras". 

El cuarto de Camarón, templo de la religión flamenca, en el corazón de la Venta de Vargas, muestra imágenes de la trayectoria vital y artística de José y sus circunstancias. Allí se reunían Beni de Cádiz, Chano Lobato, Pansequito y Rancapino y hasta un tal Pablo Picasso. La voz de José, y de otros muchos cantaores de la época, era su moneda de cambio. Cobraba por fandangos. Relata su viuda, Chispa, en su libro editado hace diez años que José nunca se dejó humillar por los señoritos. Una vez rechazó hasta siete mil pesetas contantes y sonantes que un cliente borracho le puso sobre la mesa, y luego pidió dos pesetas para coger el tranvía a Cádiz, donde solía alternar en el Matadero, en el Pay Pay, en Casa Manteca y más tarde en los Pabellones. 

En el cuarto de Camarón de la Venta de Vargas, su alma gemela Mágico González firmó su primer contrato con el Cádiz, en el filo de una servilleta. Ambos dos, Mágico y Camarón, compartieron euforias y desdichas hasta los primeros años noventa. Mágico pedía a José que le cantara. José no era un enamorado del fútbol, si acaso iba a ver al Betis invitado por su compadre Curro Romero, pero se entendía con el Mago, que una noche se pintó los labios y se vistió de flamenca.  Picardo y los camareros más veteranos aún alucinan con el luminoso relato inesperado de esta amistad. A Jorge y a José les gustaba la buena vida y la mala vida, valga la redundancia. Eran genios parcos en palabras, hablaban lo justo. Camarón se refugiaba en Casa Manteca, en la trastienda, apoyado en una caja de Cruzcampo, más allá del ruido. "Mágico y Camarón tenían amigos de verdad y amigos de los otros", señala José Ruiz Manteca. Y les iba mucho "la marcha tropical". Los Pabellones, el mítico bar gaditano, distribuía cada año entre lo mejorcito de su clientela un almanaque conmemorativo con los retratos de sus leyendas principales.

Camarón conquistó los catorce tablaos de Madrid con pasmosa naturalidad. A finales de los sesenta, los gitanitos de Cádiz invadieron la noche madrileña. Dormían de día y trabajaban hasta la madrugada. José desnudaba su alma en público como nadie lo había hecho ni lo hará. Pero le encantaba volver de cuando en vez a su San Fernando natal y a su Cádiz sentimental. Cuando tenía dinero, Camarón se perdía por los vericuetos del mundo raro. Y cuando le hacía falta parné, vendía su cante de ida y vuelta. Camarón se vendía caro. Hacía lo que le daba la gana. Maqueón, pinturero, artista de los pies a la cabeza, encandiló a la Flores, a Juan Valderrama, a todos, descubrió a Paco de Lucía en una juerga para señoritos, en Jerez, y su hermano Pijote se casó de urgencia para  salvarle de la mili. Un día conoció a Chispa, que era una niña, y no logró el beneplácito de su suegro hasta que éste le puso un plato de lentejas por delante. Fue la señal. En la boda, que duró tres días, cantó hasta Curro Romero.

Camarón escuchaba música dispar, ponía en el coche cintas de Bob Marley y Serrat, Weather Report y Pink Floyd. Cuenta la leyenda que estuvo a punto de grabar al alimón con el trompetista negro Miles Davis, revolucionario del jazz. "La leyenda del tiempo", el disco más rompedor de José, fue un fracaso comercial. Los puristas no perdonaron a Camarón que fuera una mente fuera de su tiempo. 

A su aire, Camarón pintaba alegrías muy grandes y callaba penas muy negras. Extremadamente sensible y huidizo, pasaba de papeles y compromisos, huía del mal fario, vestía ropa a medida y calzaba zapatos italianos y franceses o botas camperas. Nunca hablaba mal de sus compañeros. Tampoco salía contento de sus recitales. "Me sabe la boca a sangre". Cargó con la mala fama a cuenta de su intermitente informalidad. Visitó París, el estudio de los Beatles en Abbey Road, Nueva York, los cielos y los infiernos. Rechazó un contrato en Broadway aduciendo que en Manhattan "no hay pescadito frito", precisamente la misma frase que empleó Mágico para no fichar por equipos extranjeros. Camarón llegó a ningunear a los mismísimos Rolling Stones, sus satánicas majestades, que le ofrecieron cinco millones de pesetas para que diera esplendor a la fiesta posterior a su concierto del 82 en el Vicente Calderón. "Ay, José, yo te canto Camarón, te canto pa' que me cantes y me alegres el corazón". Camarón decía: "Cuando canto no pienso". Mágico decía: "Yo no pienso, yo tengo música en la cabeza".

Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir, Camarón se hizo eterno hace 25 años. El día 2 de julio a las siete de la mañana. Este fin de semana, la célebre Venta de Vargas se viste de gala en su memoria. Ensortijado, matarife del silencio y de la fragilidad, tatuado con una media luna y la estrella de seis puntos, Camarón vive.


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