Javier Tisera
Buenos Aires
Muchos argentinos que hoy tenemos
pinceladas de plata en las sienes cursamos nuestra educación media
(Secundaria) durante la dictadura militar (1976-1983), pero muchos docentes que
no resignaban a vivir bajo la bota de los dictadores enseñaban con la libertad
como bandera. Uno de ellos: el doctor Fossa fue un emblema. Este texto está dedicado a la poeta Adriana Jambeau, que siempre me pedía que
escribiera historias de alumnos de los colegios industriales.
El sol disparaba sus rayos de la media
mañana y entraba tímidamente por una ventana de la calle Belgrano. La puerta
empezó a abrirse y salió del alma ese saludo unánime de los alumnos: “Buenos
días, doctor”. Su traje con chaleco, sus zapatos clásicos relucientes y esa
curva elíptica que trazaban su paso antes de desembarcar en el escritorio, eran
marca registrada. Ese recorrido lo hacía con su mano en el aire pidiendo calma
mientras la popular saludaba a Fossa con todas las banderas.
Y unos minutos después, el silencio de
templo. Estábamos listos para enfrentar el consabido y tradicional” puedo pasar
la próxima clase”. Pero no. Miró a todo el curso, nos recorrió a cada uno y
treinta pares de ojos le retribuían la mirada.
“Tranquilos, zanahorias que hoy nos viene a
visitar “La Marión de Delacroix”. Imagínense lo que era un nombre de mujer en
medio de esa selva de hormonas de Tercero Primera que nunca había visto dos
piernas torneadas y el único perfume que se sentía era el de la grasa de litio.
Y encima “La Marión” como si el artículo femenino de un nombre francés abriera
la tranquera de la procacidad y la sensualidad. “La Marión” repetía el tano
Pinchetti como un rezo laico. Manuel dijo no se hagan ilusiones que es casada
“no escucharon que es de Delacroix”. Nosotros teníamos a “la Di Santo”, a “la
Martínez”, a “la Gremo”… pero “La Marión” era otra cosa.
En ese mismo instante se abrió la puerta y
entró ella. Estaba vestida con una túnica blanca casi transparente, descalza y
en su cabeza un gorro como el que está en el escudo. Un respeto sepulcral
invadió el aula. El doctor Fossa le dijo “Gracias por venir, su majestad”;
“encima es una reina” musitó Mario Sacco al “paisano” Romitti.
Estábamos anonadados. A Micha se le había
caído el belfo inferior y le ponía más atención que a un partido de los Lakers.
El “monkey” Montiel escudriñaba en los pliegues de la túnica tratando de
detectar sus detalles más sensuales. Juan Carlos se animó a decirle gracias por
venir señora en un tono meloso y pegajoso como el que utilizaban los galanes de
los radioteatros. Ella, austera, le devolvió el agradecimiento con una sonrisa.
En medio de ese salón, ella nos dijo que la
plutocracia era el gobierno de las corporaciones; y no era bueno para los
ciudadanos que los dueños de las corporaciones se enquistaran en el Estado. Y
que la gerontocracia (el gobierno de los ancianos) podría sospecharse como
sabio pero en realidad era una deformación y no permitía el trasvasamiento
generacional.
La Marión empezó a sonreír cómplice cuando
se dispararon todas las preguntas y el interés por hacerle acotaciones,
inquietudes… en fin, por participar. Dice la Marión, caminando entre los bancos:
“mi experiencia en Grecia como democracia novel fue en realidad parcial, ya que
los atenienses esclavizaban a pueblos para su servidumbre. Francia fue distinta,
los ciudadanos levantaron barricadas y con las horquillas el campesinado llegó
a fundar una república. No sin poca sangre… Eso es lo que más duele. México fue
insurgente pero la honraron Emiliano y Pancho. Y se escuchó en el fondo del
salón un “Viva Villa, Carajo”.
El colorado Oyola, que no sabía de qué se
hablaba, le puso música con silbidos: la Marcha de San Lorenzo. Ella lo miró, y
el colorado dejó de silbar “Siga, siga, así puedo hablarles de América del Sur,
que le llevó catorce años vencer el absolutismo y me subieron al trono de
majestad, en definitiva la que ganó esa guerra, también fui yo”. Y sus ojos se
empañaron recordando viejos amores. “Ellos dejaron sus ranchos y sus oficios
para luchar por la libertad. Llevo sus nombres tatuados en la memoria; y cuando cae el sol, lo recuerdo.
Me desperté y miré si alguien se había dado
cuenta. Y ahí nomás, como si Fossa me hubiera estado marcando, se escuchó un
“pibe el frente es todo suyo” dijo sin levantar la vista de la libreta, y
suponiendo el histórico “Paso la próxima”; lo desairé. Me abroché el único
botón del saco azul y salí diciendo: “La plutocracia era el gobierno de las
corporaciones; y no era bueno para los ciudadanos”. Se produjeron avalanchas en
los últimos bancos, el cabezón Del Pozo levantaba su regla T en señal de
victoria. El gringo Pérez gritaba como si hubiera metido un gol. Ninguno, ni el
propio Fossa, supuso que a mí me estaba dictando un sueño. Y corría el año 1978
y afuera, las sombras caían sobre algunos hijos. Y la Marion, como quien no
quiere la cosa, sentada en un banco del Industrial, nos aconsejaba “si salen el
viernes, lleven documento, no se hagan meter presos ni marcar; en unos años los
voy a necesitar”.
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