lunes, 14 de julio de 2025

Regreso al underground


 El Rollo Higiénico fue una publicación marginal que se publicó en Sevilla en la primavera de 1978. Duró un número. Nació muerta, pero hoy se considera precursora de la prensa contracultural andaluza e hispana, mira tú que cosa más linda. Me estrené en el primer y último número del Rollo Higiénico con una historia del rock and roll, un artículo extenso, que prometía segunda parte, elaborado a base de retazos tomados de las revistas que consumía entonces, y algún que otro libro especializado. No había cumplido siquiera los quince años. Logré subirme al carro del fanzine, cuando este tipo de revistas aún no se llamaban así, merced a un anuncio publicado en Disco Exprés, legendario diario musical semanal que compraba en la tienda Al Paso, abajo de casa, a la vera del edificio El Fénix de Cádiz, muy cerca de la plaza de San Juan de Dios. El editor y alma mater del Rollo Higiénico, José Luis Ibáñez, configuró un ejemplar maravilloso, plagado de música, cómic, poesía, teatro y cultura alternativa. Fracasó rotundamente, pues no se vendió apenas y no obtuvo el apoyo necesario, pero pasó a la historia de aquella manera. Hace unos años estuvo a punto de reeditarse en papel y en internet, pero no fructificó la idea.


Firmé el texto con el nombre de Enrique Alcina BIS, apodo que me pusieron en el colegio. Había dos enriques en la clase y no encontraron otra manera de llamarme. Años más tarde publiqué otra pamplina surrealista, titulada Señora Rayos X, bajo la influencia de Like a Rolling Stone de Bob Dylan, ya en Bachillerato, con el pseudónimo de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. No se entendía un carajo, me las daba de escritor, moría por el Blonde on Blonde de Dylan y emulaba malamente la manera del judío errante de dibujar imágenes crípticas a modo de escritura automática. Ya en la Universidad, me alisté a un grupo de poesía con parecida intención de mostrar rollazos dylanescos con detalles de canciones pop, pues no era capaz de acercarme ni por asomo a mis ídolos de entonces y de ahora, Federico García Lorca y Juan Marsé.


Cuando vivía en Cádiz solía agenciarme ese tipo de revistas gracias al mecenazgo de mi padre, gran melómano, que me inculcó el amor por la música de todas las hechuras, la literatura hispanoamericana, las biografías, el fútbol y la prensa diaria. Amén de Disco Exprés, que se editaba en Pamplona y Barcelona, leía con pasión Vibraciones, que era una publicación mensual a todo color, a veces Popular 1, que era aún más rockera, y a veces Star, El Viejo Topo, Ajoblanco y otras cabeceras que no sólo trabajaban la crítica musical. Luego llegó Sal Común, una revista extraordinaria que simulaba la célebre Rolling Stone americana, y a caballo de los años setenta y ochenta conseguía algunos números de la inglesa Melody Maker, en la efervescente época del punk rock. Mi cabeza estaba llena de rock, folk, country, punk, nueva ola, rock andaluz, sinfónicos, rock duro, sin prejuicios. Todavía no me había marchado a estudiar Periodismo a Madrid.

Un libro reciente, Todo es Posible, sintetiza con brillantes y profusión la etapa de revistas contraculturales, en el período comprendido entre 1968 y 1983. Una virguería de libro muy aconsejable que particularmente se queda corto en su intento de abarcar una inmensa colección de revistas que afloraron antes y durante la transición.   
Es curioso. Comencé a escribir en los márgenes del periodismo y vuelvo a hacerlo de otra guisa, en diferentes formatos, pero con la misma vocación y sin pretensiones. Atrás quedaron los trabajos en la prensa diaria, los espacios en internet, los libros, las corresponsalías, la especialización cultural, deportiva o de información general. Vuelvo a mis orígenes. De haber existido internet a finales de los años setenta, me habría embarcado en numerosos proyectos como los blogs, contracultura del siglo XXI, cultura a la contra. ¡Contra, la cultura! Hoy, tal vez, la cultura interesa menos que nunca a los medios de comunicación, así que se siente uno mejor al lado del camino, on the road again. Sálvese quien pueda.  

domingo, 13 de julio de 2025

Sin conversación

 


Esta mañana la playa parecía Brighton. Nunca he estado en Brighton, la playa donde se atizaron los rockers y los mods con la hegemonía del olvido adolescente en juego, pero esta mañana la playa vestía a la gente de colores pálidos y arrastraba espuma blanca en la cresta de la ola, las parejas caminaban solas por la pasarela de madera y la estampa de este exilio interior me ofrecía mi nublada infancia a un lado y las guerras por venir al otro, la nostalgia de futuro a la izquierda, la silueta de Cádiz con sus torres que ya no vigilan apenas nada, sus catedrales de desidia, las grúas del esplendoroso pasado industrial, los puentes de ida y vuelta y los tópicos invasores, los talleres grasientos donde dormían de estrangis los sueños de los chavales llegados de los pueblos, los elevados edificios que se cargaron la estampa, los cromos, los calendarios dinámicos, y las canciones de Roberto Carlos. A la derecha, las vidas truncadas y las plegarias de las madres abandonadas.

Sin conversación. Nos han dejado sin conversación. La gente habla por la vereda, unos con auriculares y otros a viva voz, pero en verdad casi nadie se pone en el lugar del otro, ni siquiera juega a ser otra persona en un momento dado, sino que deja escapar lo que aún no ha sido arrebatado, qué lástima de criaturas, pensarán los perros que sacan a pasear las penalidades de sus dueños para que se sientan solos al aire libre del albedrío del teatro de la anestesia en do mayor. Los niños, en cambio, parecen felices. ¿En qué bando alistarán a los niños de mañana cuando estalle este desatino por los cuatro costados? ¿Se harán los encontradizos sus sueños de libertad?

Te cruzas con ciertos amigos desconocidos por las pasarelas del amor propio y unos te dicen que están ocupados, otros escuchan mensajes de audio como cosacos, otros se hacen los locos y el menda disfruta con el caos ordenado del atareado y ensimismado personal.

En el supermercado de junto, sin embargo, un usuario del centro de día de salud mental, un esquizofrénico recién llegado a la ciudad, sobresale sobremanera en medio del mundanal hastío con su particular manera de entender el mundo: un día sí y otro también ordena y desordena los productos en las estanterías, no cesa de colocar y descolocar los paquetes de café, los envoltorios de galletas, las bolsas llenas de aire y papafritas, las botellas de agua, y a mí se me ocurre llamarle el ordenador personal del verano.  

Con franqueza, ahora que se acerca la ultraderecha a todos los rincones de poder de la piel de toro, barruntamos que los poetas del turno de noche y los funcionarios del silencio cómplice volverán a figurar en la secta del mar de los luchadores, pero creo que será tarde. 

Produce un poco de asco y medio el espectáculo mediático. Unos defienden a los suyos y otros atacan al adversario. Sin conversación. Sin pruebas. A muerte. Ustedes seguir así.

La última canción de Ed Sheeran abunda en la inmensa tristeza que le produjo al músico colorín encontrar su viejo teléfono en un cajón, allá donde pierde el rumbo la nostalgia de futuro. El siniestro dispositivo le recordó errores inmensos, nombres de familiares desaparecidos en la bruma, conversaciones con amigos y parejas, mensajes de personas muertas, compadres perdidos, compañeros en el limbo y familias fracturadas por el tiempo, la codicia y la incomprensión. La distancia. Los padres ultrajados, las residencias de ajustes de cuentas, los verdugos disfrazados de víctimas, los ladrones de recuerdos, los restos de los naufragios vendidos al peor postor, las mentiras gruesas y las pinturas imbatibles, el sonido de la calle y la vulneración de los códigos de honor, las herencias sin fortuna, los años sin perdón, los enemigos en casa y las fotos sin corazón. La canción pone los vellos de punta. El mundo se ha quedado sin conversación. Pero en las escaleras que conducen a esta playa suben y bajan las esperanzas que nadie podrá borrar, las cosas que no tienen precio, las charlas que aún tenemos pendientes.

Fueraparte de estos elementos sueltos de desazón, basta con afinar el oído por las calles de Cádiz o sentarse en un banco de alguna de sus plazas públicas para reconciliarse con el ser humano aún no adocenado por la ansiedad del rollazo mediático o la asquerosa estructura socioeconómica del enfermo planeta. Los más veteranos de la conversación global gaditana escriben las mejores páginas del día. Un señor mayor perfectamente vestido de dandy de la Caleta relata a su sobrino, en el corazón del Palillero, la aventura que vivió en un centro de salud, y ella me dijo, y yo le dije, y ella me dijo, y yo le dije, nos están llevando a la ruina, destrozando la sanidad pública, pero yo no me rindo, me duele la espalda, a mi mujer le ronea el motor de los pulmones, a los dos nos cuesta una barbaridad salir a la calle con la sonrisa puesta, pero el lunes vuelvo al ambulatorio, a echar cohone. Y su interlocutor contesta a cada torrente de expresiones con una frase: Qué bastinazo. Y la vida sigue, y en la playa de Brighton aparece Sting to maqueado, Quadrophenia a la caída de la tarde, y los rockers se lían a piñas con los mods, suena una copla salida del alma y nunca el tiempo es perdido.  


          


jueves, 10 de julio de 2025

El penúltimo concierto de Freddy Mercury: Queen en Marbella, verano del 86

 


Histriónico, algo cansado, pero carismático y pinturero se mostró Freddy Mercury el 5 de agosto de 1986 en Marbella. El menda lerenda asistió al penúltimo concierto de la formación original de Queen, y al día siguiente escribió una extensa crónica. Queen llenó a rebosar el estadio municipal de la localidad malagueña. Las 26.000 personas que apoquinaron 2.500 pesetas por el ticket sellaron una recaudación total de 65 millones de pesetas, 38 millones de beneficio. La nefasta organización del festival, alertada por la alta tensión que se vivió a las afueras del recinto, impidió que la gente sin entrada se colase por la cara, a las bravas, a pique de un repique, y lo hizo de aquella manera: cerraron todos los accesos con enormes candados, todos menos uno, destinado a la salida del público. La Policía evitó un desastre cortando con tenazas los candados. Una cosa tremenda. Ya metidos en harina, los matones de la organización no se anduvieron con chiquitas en las inmediaciones del escenario y llegaron a retirar amablemente a los fotógrafos acreditados, tras la segunda canción, esgrimiendo enormes barras de hierro. Herederos cutres de los angelitos del infierno, sin duda. 

   Mercury sólo volvió a cantar con Queen cuatro días después, el 9 de agosto, en el festival de Knebworth, rubricando así los rumores de separación de la banda. Uniformado con casaca y pantalones blancos, Freddy estuvo inmenso, aun cuando sufrió diversos problemas de sonido y cantó tal vez en un tono más bajo, lo cual no restó brillantez al concierto, ante una muchedumbre rendida de antemano. Muchos ingleses, en especial llegados de Gibraltar. El concierto completo, 108 minutos de rock and roll, se puede escuchar completo en YouTube. 

    A las tantas de la mañana, la banda británica celebró un festín por todo lo alto en la discoteca marbellí Jimmy's, que fue cerrada para tal ocasión a cambio de un millón de pesetas, según publicó la prensa local. La crónica de este plumilla, que se hizo eco de las luces y sombras del concierto, integrado en la gira de promoción del disco "A kind of magic", que no se distinguió precisamente por ser uno de los mejores trabajos de la carrera de Queen, en el suplemento de televisión y variedad del viejo rotativo gaditano.

   Al verano siguiente, el mismo estadio de Marbella acogió otros recitales multitudinarios como los de Genesis, ya sin Peter Gabriel, obviamente, y Tina Turner. Genesis inició en la Costa del Sol su gira europea del 87, por cierto, y ofreció una nutrida rueda de prensa en un conocido hotel. Algún reconocido periodista de cuyo nombre no quiero acordarme provocó al grupo. Primero preguntó por qué inauguraban el tour en un lugar tan tercermundista y luego ironizó sobre el aspecto físico de Phil Collins. "Eso me lo dice usted en la calle", retó Collins al impertinente crítico. En esos tiempos los que escribíamos de música nos creíamos muy listos. La realidad, a la postre, nos bajó los humos.


miércoles, 9 de julio de 2025

Corresponsal en el Fin del Mundo: De odios y salvaciones

 


Javier Tisera

Buenos Aires


No conviene aseverar que un dolor o una alegría pueden ser definitivos, el siglo XXI no ha finalizado su serenata.  Lo que hoy aparenta ser insoportable, pasado mañana puede ser recordado con un "no estábamos tan mal". 

El relativismo no es exclusivo de las ciencias sino que también es inherente y exclusivo de la condición humana.

Lo que si hoy, por miles de ejemplos y demostraciones, es que la sociedad argentina está fragmentada y dividida por el odio.

Cada facción o grupo, según sus intereses o simpatías pone la fecha de las grietas en distintos puntos de la historia reciente o del pasado. Y cuando las describen aparentan ser irreconciliables. Y esto que afirmo de la tierra en que me tocó nacer no sólo es obvio sino que estamos mal acostumbrados (palabra nefasta en las ciencias sociales).


Pero el sumun y el cenit de los odios se desata por motivos impensados; que parecerían ridículos en cualquier otra geografía y en este tiempo.

Durante dos semanas los medios y el periodismo argentino estuvieron sentenciando una película, parece de ciencia ficción. Y precisamente, fue de este género la producción cinematográfica: El Eternauta (Netflix) protagonizada por Ricardo Darín y dirigida por Federico Jusid.

Para el poder mediático de hoy, los que antes eran antiperonistas (Darin y Jusid); después del estreno de Eternauta son denostados  por peronistas. Y esto es únicamente un ejemplo del momento. Por más de siete décadas la grieta ha sido irreconciliable.



Hoy, que es el día de la independencia en Argentina, lo más saludable es no dar opiniones en el almuerzo familiar, porque al menor atisbo de comentario, aparecen los partidarios de los borbones pidiendo crímenes de lesa humanidad y los visigodos reclamando la Patagonia.





Blanqueo show, vuelve el ladrillazo

 


El agua no sale tibia, sale peroné. Transpirando como yeguas. Con la música a tope. Vuelve el ladrillazo: hoteles de lujo, promociones de apartamentos y bungalós, obras de ampliación con menos papeles que una liebre en suelo rústico. Blanqueo show in the summer, relaxing cup of coffee, como dijo la madrina de la especulación y los contratos basura. El fútbol a cámara lenta es una estafa inmobiliaria.

 El otro día pillaron a un capo de la mafia en Villa Narco, urbanización de tapadillo sita en la costa oeste californiana de El Puerto. La noticia, a simple vista, no se aloja en el contexto que todos barruntamos, parece un suelto sin importancia. No nombran el nombre del detenido, ni por supuesto lo vinculan a su amo y señor de alto copete, pero la cosa tiene mandanga, vuelve el ladrillazo con todos sus avíos justo cuando Vox quiere echar de Espagna a ocho millones de obreros de la construcción con menos conejos que un papel de estraza, precisamente cuando los narcos de postín necesitan personas para el servicio en sus mansiones y picoletos que miren para otro lado. Alguien voló sobre el nido de la UCO, alguien voló sobre el cuco Del Nido, alguien maneja los drones del catastro y los aviones de primera generación que los americanos ponen en forma aquí al lado, en la Base de Rota. Si P. Sánchez no conoció el presunto mangoneo de sus secretarios de desorganización,¿cómo va a saber lo que se cuece en la Base de Rota? Otan no, besos fuera.

Drones no, pero ladrones, a manojitos, oiga. Y cultura, poca. La cultura de hoy pertenece al sector de ocio, entretenimiento, gastronomía, experiencias de usar y tirar. Aún recuerdo cuando un listo del viejo rotativo decidió eliminar la sección de cultura para integrarla en la agenda de actos, el horóscopo, la farándula, la tele y demás zarandajas.

Los de Vox lo único que buscan es notoriedad y un quince por ciento. El trabajo sucio se lo dejan a otros, encabezados por el gallego miserable. Ahora utilizan a tres o cuarenta pseudoperiodistas en pseudomedios de comunicación, lo cual se antoja indignante y escandaloso para una parte del gremio de mercenarios de la información que lo están haciendo tan bien, también a favor de viento de sus patrocinadores pero con una pátina de romanticismo del viejo oficio que no se cree ni el Tato. Díganme si no son pseudoperiodistas los que únicamente dan caña al enemigo y se arrodillan ante el amigo. Lo mismo digo de esa exhibición de publicidad encubierta que emplean ahora los otroras diarios "serios", abandonados a la suerte de los clicks de internet y los vicios ocultos de las redes sociales. Por no hablar de los esquiroles de antaño, los que se vendieron a la patronal cuando había que luchar por el susodicho oficio horas antes del naufragio, hoy premiados por el vil parné y el cinismo en do mayor, oh, oh, el mundo al revés, a veces los progresistas lucen más intolerancia que sus antagonistas, pa' qué vamos a negarlo, y viceversa. Adalides de la educación pública que matriculan a sus hijos en los colegios más caros de la zona, denunciantes de las injusticias que enchufan a sus parientes en el negocio funcionarial  de cercanías, charlatanes de la lengua gadita que luego abusan de los anglicismos y del adjetivo brutal, qué rollazo, ío, la cultura, un rollaso, como ironizaban Tres Notas Musicales. 

Nada que ver, pero dicen que los canallas principales del planeta se disputan el premio Nobel de la Paz, el genocida y el psicópata colorao que dirige el cotarro. Una broma pesada si no fuera por los miles de niños, mujeres y hombres muertos en Palestina a cuenta de tamaños criminales. 

martes, 8 de julio de 2025

Urgencias públicas, prisas privadas

 


Festival de virus de ida y vuelta en el dispensario privado de salud. La cola llega hasta la calle. Hace un calor de demonios. Las moscas sin cita previa campan por sus respetos. Una señora mayor con cara de bolero suelta del tirón: "Luego hablan de la Seguridad Social. Vámonos pa' Urgencias, hija". La hija niega con la cabeza, no quiere perder la vez. Las pantallas del pintiparado centro de salud ruegan silencio a la la concurrencia. Silencio, dice. Silencio el Viernes Santo. La gente fuma en la puerta, parece que echarse un pitillo en la puerta de los hospitales da mucho postín. La señora mayor, que también tiene muchos humos, maldice su suerte de martes por la mañana y lo echa a cara o cruz, Asisa o Adeslas. Así gana el Madrid. 

Los informativos nunca critican las listas de espera en la sanidad privada, ni los recortes de servicios de paganini, ni la falta de personal en los centros concertados. Será porque los periódicos y las emisoras viven de la publicidad engañosa, de los fondos de inversión y de las prestigiosas firmas que nos roban el dinero y la salud a partes iguales.

La pantalla dice ahora que la psicóloga Menganita se acaba de suicidad en la consulta número 14, al fondo a la derecha. Yo le conté mi vida un par de veces, hace ya tiempo, y la verdad es que no me hizo mucho caso. Esa mujer estaba peor que yo. Por eso no me extraña que se haya pasado a la sanidad pública, ni que los usuarios del centro apenas se inmuten al leer la triste noticia de su inesperada marcha. Levantan la mirada de sus pantallas personalizadas un instante y sólo reaccionan cuando oyen su código de seguridad al compás de una máquina con voz de pito que desordena el caos como quien baila en la noche de San Juan. Sálvese quien pueda. Los impacientes entran con la tarjeta plastificada en la boca. "Malos días, ¿cómo se encuentra?"

Por mis partes, acudo a la consulta del urólogo con la próstata bastante hinchada de tantos telediarios, intoxicado con noticias en mal estado. Mi padre fue urólogo, uno de los mejores, y le tocó los huevos a medio Cádiz. Yo fui periodista, uno de los peores, y se los toqué a la otra mitad de Cádiz. Mi padre exhibía las piedras de riñón más gordas en enormes tubos transparentes, cuando la especialidad requería de más fuerza que maña tecnológica. Él era de Ciencias y yo de Letras, a él le gustaba Frank Sinatra y a mí Bob Dylan. Fuimos juntos dos veces a ver a Miles Davis, maestro de la trompeta de jazz, el bebop sincopado, los silencios y las urgencias. Siempre nos quedará Urgencias, uno de los pocos lugares de este puto país donde prima la igualdad, o la desigualdad por igual, no estoy seguro. Allá donde se cruzan los caminos de las familias de vendedores de chatarra con su patulea de churumbeles recién resfriados, la duquesa en bata con la sonrisa de medio lao, el chulo de playa en condiciones lamentables, el personal sanitario de gran categoría, la medicina de verdad, el cuñado cabrón, la hermana quisquillosa, los heridos leves, la gente grave y la prisa esdrújula. Pura sociología de domingo por la tarde a la vuelta de la playa. Urgencias sin prisas.  El futuro, en lista de espera.  Queda usted privatizado. 


Estibadores con gancho


 Un capítulo completo de mi libro "La vida en toneladas", historias del muelle de Cádiz, que escribí en 2012.

Treinta y siete años a régimen del mar. Desde los 19, Paco Parra ha vivido en carne propia la evolución de la estiba, pasando de la Organización de Trabajos Portuarios a la Sociedad de Estibadores de Cádiz, del cien por cien estatal al actual sistema de gestión compartida, a los intentos de privatización, al más vale pájaro en mano y a los gajes del oficio. Paco presidió el comité de empresa de la Autoridad Portuaria, así que conoce ambas bandas y habla en primera persona de puerto plural. Curiosamente, empresarios y obreros hablan parecido lenguaje, la lengua del mar, con escasas diferencias, si acaso formales.
Cuando Paco se estrenó como estibador, la plantilla se dividía en carga general y pesca, entre la dársena del muelle y la lonja pesquera. El mundo parecía más pequeño, aunque también más redondo. Paco tuvo en sus manos la diversidad, cargó fardos de tabaco, café, garbanzos ... "Aún no funcionaba la Cabezuela, sólo existían la Zona Franca y el muelle de Cádiz". Café de Colombia y Brasil, años antes de la era del contenedor y las grúas de metros. Juan posa su memoria en el suelo y la eleva hasta el infinito, dependiendo de la carga.
Azúcar moreno de Cuba, garbanzos mexicanos. Toda la mercancía a granel, oculta bajo lonas a la vista. Mucha necesidad en Cádiz. "Se ganaba una miseria, abundaba el trapicheo, había que buscarse la vida y el puerto era el lugar adecuado. Antes del 74, mi padre y otros estibadores me contaron que se descargaba de otra manera. Salían de los barcos con el carbón clavado en la cabeza, cargaban sacos de trigo de cincuenta kilos, era una época de trabajo puramente físico, a veces a expensas de temperaturas extremas, de hasta veinte grados bajo cero.
En los años ochenta, con la llegada de las flotas japonesa y rusa de congeladores "tenías que buscarte la ropa para trabajar, no había nada de equipamiento de seguridad, ni protección, ni nada. Si acaso, tres pantalones y un chaquetón". Con la calor, el estibador pasaba el verano casi en calzoncillos, sudando a chorros cuarenta grados de justicia y de azúcar refinada blanca. No olvidemos que antes de las grúas, de las rotondas, de los teléfonos móviles, el internet y la play station, la carga se transportaba en mulas de carga, nunca mejor dicho, en sus correspondientes carros. "Ahora la mercancía va de puerta a puerta. Antes trabajaban 1.200 personas en la carga y la pesca, en el muelle de Cádiz. Ahora no llegan a 50 los trabajadores de la estiba". Media un abismo entre ambas generaciones. Circunstancias tan opuestas como las vividas por los puertos de Cádiz y Algeciras en las últimas décadas. "Ahora ocurre a la inversa: Algeciras necesita la mano de 1.500 trabajadores y aquí, 50. Las grandes compañías se marcharon a Algeciras".
La plantilla del muelle se componía de capataces (generales y de operaciones), apuntadores o controladores, y trabajadores de estiba, tierra y arrumbadores. "Venían barcos con docenas de sacos de café casi a diario, así que acudíamos al nombramiento con la seguridad de que habría trabajo. Si el buque traía cuatro bodegas, se necesitarían cuatro manos o equipos de trabajo. La mayoría de los barcos eran de puntales o llevaban su propia grúa. Rápidamente corría la voz. Oye, que mañana Pérez y Cía tira un barco de café y va a trabajar con tres manos ..." Había que nombrar capataces, controladores y hasta un amantero, el que hace señas a la grúa, ojo avizor, el tipo más despierto del muelle. Ah, ocho estibadores para la bodega, que estén sanos y robustos. Y nada de cachondeíto ...
En tierra, la gente que correspondía a la mercancía en cuestión. Todos los días lo mismo. Todos los días diferentes. Mundos paralelos, comercio transoceánico, faena dura y especializada, con cuerdas de nylon. Ocho horas a destajo, de ocho a doce y de dos a seis de la tarde. "Y sueldos muy bajos, la gente no quería ver el muelle ni en pintura. Era quizá uno de los trabajos más penosos en Cádiz", rubrica Paco, que recuerda los años gloriosos de Astilleros y otras factorías gaditanas. "El muelle era el último recurso. Hoy es un trabajo goloso", sentencia.
Observen la imagen. Paco la relata como si la hubiera vivido, claro. Muelle de la Zona Franca. Sacos de excelente café colombiano de ochenta kilos de peso, gran remontada a las espaldas de los nombrados, los elegidos. Las furgonetas de descarga estacionaban a la vera del bar Lucero, centro de operaciones urbano, en la misma esquinita del viento, junto a la calle Plocia, a escasos siglos de historia de la plaza de San Juan de Dios, la puerta del mar. Si había suerte y se pillaba una descarga de diez días, negocio asegurado en el Lucero. Negocios en la Bella Sirena, en La Primera de Cádiz, la Cepa Gallega, los tugurios de buena muerte, las cantinas, el reposo del guerrero y la guerra diaria del estibador. El célebre autor Pedro Romero inmortalizó en el Carnaval de 1987 la labor de los estibadores con la comparsa "Con gancho", que obtuvo el segundo premio en el concurso del teatro Falla. Paco se sabe el repertorio completo, canturrea parte del popurrí. "Con gancho nos llegó al corazón". "Portuario, compañero, compañero, en la Bella Sirena te espero ..."
Carnavaleros portuarios los hubo y los habrá, como Pepito Martínez, el guitarra y padre de Antonio Martínez Ares; Emilio Prats; Manolo Castellón, en cuartetos; Paco Scapachini o el Habichuela. Y no conviene obviar los escarceos de grandes figuras del Carnaval por el mundo marítimo, hasta el cuarteto que el Masa sacó, para buscarse literalmente la vida, en la regata del 2000, en su peculiar papel de novia del mar. También la Semana Santa, cómo no, ha atraído a los portuarios, como no podía ser de otra manera, grandes cargadores gaditanos.
Para cerrar el círculo o culminar la trilogía gadita, Paco recuerda sus tiempos de futbolista: jugó de central, pero sufrió una lesión de clavícula en el Balón de Cádiz.
Menos carga, más toneladas. Sintomática ecuación de los tiempos de cambio. Cambiaron los barcos, creció la ambición del mundo, más medios mecánicos, menos medios humanos. Se produjo la transformación del trabajo manual, se perdieron muchos trabajos de tierra, adiós a los arrumbadores. La estiba acogió a éstos en su seno. Y viceversa. En los años noventa, el personal supera los cursos de formación al tiempo que las grúas convencionales dan paso a la electricidad, la Junta del Puerto por la Autoridad Portuaria. Los gruístas pasaron a la estiba con otra vuelta de tuerca a las leyes.
El atentado de las Torres Gemelas sorprendió a Paco Parra descargando mercancía de un barco en la Base Naval de Rota. A partir de ahí se produjeron más cambios en materia tecnológica, se reforzaron las medidas de seguridad, huyó el mundo hacia adelante, hacia el nuevo siglo. Llegó el imperio de las grúas móviles de enorme tonelajes, que adornan el Bajo de la Cabezuela, las cucharas o almejas de cuarenta toneladas. Lo que hace años representaban veinte días de carga y descarga, hoy se resume en tres días de trabajo. Menos materias primas, más cemento. "Los barcos ganan dinero navegando".
"No veo a las nuevas generaciones de hoy en día echándose 500 sacos de café a la espalda. Tengo una hernia discal, aunque el deporte me ha servido de mucho en mi vida, para mantenerme bien, pero otros compañeros han sufrido enfermedades severas, producto del duro trabajo. Además, agrega Paco, los trabajadores portuarios siempre hemos estado expuestos a enfermedades cancerígenas". Amianto como telón de fondo. "Yo lo toqué poco, pero trabajábamos sin protección, el polvo del trigo, por ejemplo, causó estragos. Sufrimos un índice de mortalidad en torno a los cincuenta años, como los mineros".
Paco recuerda olores y estigmas con sabor a tabaco, barcos sin las mínimas condiciones higiénicas, mucho azufre, chatarra, el maldito amianto. A partir del 95, con la homologación de medidas de seguridad e higiene, cambió todo. Una vez más.
La irrupción de los buques rorro, la vorágine de contenedores, el complemento del Bajo de la Cabezuela para grandes tonelajes, el brusco giro del destino conduce a otros caminos. A Paco le tocó cargar molinos eólicos, teniendo que marinear hasta sesenta metros de altura; le tocó un tiempo loco. "Antes íbamos a cargar, y ahora a descargar". Antes golpes de riñón y ahora, cómodas operaciones a bordo de grúas móviles.
Cual marineros en tierra, los estibadores viven otros mundos, en regímenes de seguridades sociales de la mar, envueltos en historias ciertas e inciertas, como en la célebre película La Ley del Silencio, donde Marlon Brando se rebela tras la muerte de varios estibadores en huelga. En blanco y negro.
Paco ejerció también de aguador, a los diecisiete años, en Dávila. "Iba a la calle Villalobos y compraba veinte cántaros. Eran tiempos muy duros. Solían nombrar aguadores a gente con enfermedades físicas. Ya de chico, mi tío me llamaba para que arrimase herramientas y agua". En aquellos tiempos, se fumaba en el trabajo. Se fumaba en todas partes. El tabaco en hojas se vendía barato, así como la ropa usada o los cotizados vaqueros. El trato era más cercano, más familiar. "Acompañábamos a veces al capitán a su camarote para recoger un obsequio de Fidel Castro para el Rey Juan Carlos, una caja de puros pertegaz, una caja de madera lacrada. Siempre cuadraba algún gesto generoso y alguien lograba un cartón de tabaco o algo.
Entre el correo de ultramar había mantas de gran calidad, chaquetones punteros. Corría la voz en San Juan de Dios. Con el café ocurría lo mismo. Muchas familias gaditanas saboreaban el café de primera, no veas el olor a café tostado que desprendían algunos bajos de las casas de los portuarios, tostando café de grano verde, a quinientas pesetas el kilo ...
Los cubanos decían que Cádiz era clavadito a La Habana. El tabaco cubano daba trabajo para una semana, y el barco del arroz jugaba con lo inesperado. "Soy portuario y vivo de cara al mar, que es mi cruz y mi calvario", cantaba la comparsa Con Gancho mientras alguien llenaba los búcaros de cubatas o de Valdepeñas. Con las moscas de caballo. Un día, un americano orondo, de unos doscientos kilos de peso, quiso montar en coche de caballos. Uno de los caballos estaba canijo, "medio listo", pero el yanqui insistía: "Yo querer ver Cádiz". Cien mil pesetas le vino a costar la broma, merced a la picaresca, como aquel que pidió ir al puerto y cruzó la Bahía.
El "cajerío" era de categoría Una tarde, un equipo de estibadores asombró a un capitán al presentarse con los zapatos relucientes, como nuevos. Como que eran nuevos, los habían cambiado por los "tenis viejos". Gente de estraperlo, gente de importación. Trueques urgentes a cambio de grandes peonás. Por no hablar de las líneas que enlazaban Cádiz con Ceuta y Melilla. Algunos barcos venían ya "robados" por su tripulación, el mangoneo por bajini entraba ya en los cálculos de las compañías, así como el cambalache en los puertos.
A veces, los estibadores se ponían los guantes y jugaban al béisbol con los chinos, como los antiguos gaditanos que bautizaron el fútbol en la Bahía disputando amistosos con los tripulantes ingleses, hace un centenar de años. "Los americanos siempre han dado mucha vida. No nos faltaba de ná. Nos regalaban pollos, ternera, mantequilla y alimentos que aquí escaseaban, y nos convidaban a tomar café. Al tiempo, el vino, el aceite y el corcho de los Alcornocales viajaba a América y así hasta el infinito. Muchas costumbres y hechos culturales han cruzado el charco de manera natural, impregnándose en cada puerto. "Ahora la mercancía ni siquiera se ve", y todo parece menos humanizado.
Ahí viene un barco moro entrando por la bocana del muelle, pero al revirar coge escora y parece que se va a tumbar, cuidado, hasta que se endereza. En casa suena el teléfono. Es el capataz. Hay un camión tumbado en las bodegas del barco. Con langostinos, gambas, cigalas, veinte toneladas de marisco. Ni Romerijo, oiga. Hay que llamar a gente externa, falta personal. Que venga el inspector de Sanidad. Que dice el inspector que hay que tirar la carga, que no aguantará. Mira, que pasa esto. Yo le explico el tema. Aquí no se tira ná. "Nos tiramos un año comiendo gambas".
Un barco cargado de gluten, de bandera británica, alerta al personal en la Zona Franca. No trae a dos polizones cualquiera, trae a dos prostitutas con hechuras de modelo que dan mucho de qué hablar. No vamos a reproducir lo que pudo ocurrir y jamás sucedió. Alguien las subió a última hora y quedaron bajo custodia del capitán. Era verano. Las chicas vivieron en Cádiz unas vacaciones a sus anchas. Los gruístas alucinaban en colores cuando ellas tomaban el sol en pelotas. Mete la cuchara en la bodega, arría, arría, sigue arriando ...

domingo, 6 de julio de 2025

Un verano literal


 Llegó la familia Ruido. El domingo, a las ocho de la mañana, la Black & Decker se toma la revancha en los pisos turísticos y el cortacésped hace amigos en los "chaleres" de la costa oeste californiana de El Puerto. No les digas na que se mosquean y acuden a los tribunales por un "me cago en tus muerto" a destiempo.

 Domingo, a las ocho y media de la mañana, adagio cantábile, empezó la temporada alta por todo lo bajo. Tengo la próstata grande y la esperanza escuálida, los expertos se preguntan si estamos preparados para el turismo, primeros cortes de luz intermitentes, la familia Ruido reza una plegaria por sus quince días de escándalo en do mayor y el tren de cercanías se llena de chavales disfrazados de raperos chungaletas camino del botellón portuense, turismo de borrachera, hemos pasado de la ciudad de los cien palacios al Magaluf al Sur de nuestras entretelas, falta personal en el bar de abajo, la camarera de turno se vuelve turulata sirviendo desayunos a los recién llegados de la tierra de la libertad y uno aprende nociones de economía acelerada mirando de reojo el periódico del usuario de junto. El banco doble uve se quiere comer al banco no sé qué, opá, métele una opa al ricachón adversario del Ibex 30 y pico. El Gobierno pone pegas, dicta normas alternativas, echa cohone, aparentemente, pero el banco doble uve, accionista de ese grupo maqueón con tanta prisa, se lo pasa por el arco del triunfo y sigue adelante, hasta que la señora pitiminí, la hija que se hizo con el botín cuando falleció la ambición de la familia Ruido se marca una jugada perfecta y compra las voluntades del banco no sé qué, no sé muy bien para qué porque no entiendo mucho de economía pero voy aprendiendo poco a poco morsegando las noticias que muestran los móviles de los vecinos de desayuno. 

"Irse al carajo", se despide un lugareño enfadado porque no le han atendido a tiempo, mientras el deseo se arremolina precisamente a la vera de un cajero automático patrocinado por la hija del Motín y uno de los últimos de la fila me pregunta: "¿Está usted aquí?", y yo le respondo: "No. Bueno, sí, estoy aquí, pero no estoy aquí. A mí que me registren". Literal.

 El nota se mosquea un poco, pero a mí me hace gracia este verano literal, y por demás criminal, y de improviso embarco la pelota y respondo con segundas a Lorena, que me pregunta con guasa: "¿A que nos sabes con quién me encontré ayer?". ¿Cómo voy a saberlo? ¿Qué? ¿Bien, no? Y la vida sigue como si nada. Nos quedamos más tranquilos, y suspiramos por un futuro de categoría, cuando vemos la foto del amiguito del narco y sus dos ex enemigos en la cumbre de la mentira, los recortes y el peligro. Eme Punto Rajoy farfulla que en sus tiempos se luchaba un montón contra la corrupción, jajaja, y ahora me acuerdo de las castas del vecino de la cortadora de césped, todos llevamos un José María Aznar dentro, un yonqui del dinero, un asesino en serie, un ruidoso compulsivo, un tocapelotas profesional. Tengo la próstata grande.  



viernes, 4 de julio de 2025

Pájaros en celo

 


Los pájaros en celo, obsesionados con el poder de atracción de los espejos, chocan una y otra vez contra el ego del mundo, creyendo encontrar a sus compañeros y/o rivales en el traqueteo constante de la maquinaria pesada del reflejo de su propia estampa. la crueldad del instante preciso y las ráfagas de luz. Engorilados, encantados de conocerse dentro de su mismo mecanismo, y de aplicarse el correspondiente dolor a base de insistencia y pura violencia física y verbal, apenas se reconocen en el intento, como los presuntos culpables cuando escuchan las atrocidades en boca de otros. Locos por lo que viene siendo un apareamiento en condiciones, el reconocimiento ajeno, la fama y el dinero, los pollos piones buscan entonces pelea, manipulan sus fotos en los caralibros y al no obtener respuestas, más bien indiferencia, caen de nuevo en picado y siguen dándose de chocazos contra la puta realidad en las ventanas del salón mientras Lorena, que se ha levantado, como cada día laborable, a las 5,40, hace gárgaras en el cuartobaño y uno mezcla el acostumbrado sonido con el vuelo de los bombarderos yanquis recién despegados de la vecina Base de Rota, camino de alguna guerra rentable, y el gorgoteo de la cafetera al compás de las peores noticias de la jornada. Buenos días, amigos, bienvenidos a la tercera o cuarta guerra mundial, levante la vista del teléfono, que se va a chocar contra los espejos retrovisores. Nos acaban de confirmar que el big bang no hizo ruido, nos dieron coba, como hacen ahora los expertos aprovechando la falta de certezas, los nutricionistas, charlatanes, farsantes y mercenarios que hacen caja a costa nuestra en esta cosa nostra.

Hilario Camacho, el hipersensible cantautor que supo sacar partido a la tristeza, cantaba que "el peso del mundo es amor", una versión muy particular del poema de Allen Ginsberg, electrizante barbudo de la generación beat. "Debajo de la carga de la soledad, debajo de la carga de la insatisfacción, el peso del mundo es amor". Hilario cambió carga por caos, como está mandado, e incluyó la pieza en su segundo disco, publicado en 1975.

Tantos años después, el peso del mundo es ego, un descomunal ego que nos ha convertidos en muñecos de feria amarrados a la puerta del baile, enamorados de la moda juvenil, hipocondríacos perdidos, celosos del más allá, tontos del culo, pájaros en celo presos del yo-yo, very idiotas people. Los psicólogos de medio mundo estudian el comportamiento de las aves que mueren contra los espejos, víctimas de su propio ego, y la actitud suicida de los humanos, capaces de votar a lo largo y ancho del planeta a semejantes psicópatas.

Al otro lado de la puerta se escucha a Lorena cantar "Eldorado era un champú", y yo le contesto: "El pecado una página web". La canción de Joaquín Sabina, Peces de Ciudad, se mira en el espejo de la maravillosa versión de Ana Belén. Nadie sabe cómo hemos llegado hasta aquí.