Tras jugar al ibertren con los caballitos de Dusseldorf o hacer el indie con el nota de la nota suspendida en el aire, el personal cierra filas en torno a los legendarios Buzzcocks, la razón de ser y de estar para bastantes espectadores de las noches del Monkey Week. No decepcionaron los viejos Buzzcocks. En el Penal de El Puerto siempre hubo muchos vascos, sobre todo al calor de la Guerra. La mítica cárcel portuense acogió a numerosos presos políticos vascos, que configuraron tras los barrotes una especie de "masa gris", universidad a distancia y de intercambio. Ilustración contra la muerte, fusilamientos al amanecer, agua baldada en el piso y llamadas a los presuntos juicios sumarísimos. Una mañana, un vasco con mucha retranca acudió al matarile a pecho descubierto y un mensaje pintado en el cuello: "Córtese por la línea de puntos". Eso eran punkies, como los Buzzcocks que rompieron la pana en El Puerto y congregaron en las primeras filas, para bailar el pogo, a decenas de cuarentones con todos los papeles perdidos. Gloria a los prejubilados del vicio.
Los Buzzcocks se mostraron enormes, energéticos, vacilones, atronadores. Y a tenor de sus caritas, sus gestos y sus palabras, lo pasaron de miedo. Enlazaron éxitos, muchos temas de sus primeros discos, diamantes en bruto, rocanroles con melodías ocultas, corazones de fuego. El cantante parece recién salido del bar Manolo. El guitarrista posturita no cesó de alimentar filias, un gran tipo para fotógrafos y camareros, a gustito, animador socio cultural, "ole, ole, ole", y a la postre, verdugo del pie de micro golpeado y revoleado como Dios manda. Shelley y Diggle dirigieron el cotarro con maestría, la gente botó en condiciones y pasó el tiempo raudo y veloz, en permanente pugna contra el aburrimiento, la autonomía del vámonos que nos vamos, el paraíso pobre o las promesas del pasado. Desfilaron los personaes y las historias de antaño, a golpe de vértigo, y los viejos demostraron que para dar diez mil vueltas a los snobs de pacotilla que gastan tanto tiempo y energía en aparentar sólo hay que dar vueltas. Sin respiro. Como los Ramones, salvando las distancias, claro. Todavía hay clases en el género punk ¿Dónde estabas tú en el 70 y tantos? Muerte al gafapastismo, cadenas masoquistas y cinturones de Gibraltar, a un paso de la autocomplacencia. El peligro reside en caer en las mismas tentaciones que repudias. Los punkies originales arrasaron en un par de años contra el poder musical establecido, los dinosaurios del rock, el virtuosismo alejado de la calle.
Tantas décadas después, escuchando a los entrañables Buzzcocks cavila uno en torno al bumerán, los tíos tocan una pieza de cinco minutos con solo de guitarra incluido, un sacrilegio en sus tiempos, y más vale no barruntar incoherencias, las cosas son como suenan, los Buzzcocks abren fuego dando los buenos días y cierran el quiosco clamando de aquella manera: "Fuckin' TV, revolution". Por cierto, en la previa de su concierto surgen de los altavoces, para gusto del espectador veterano, los Television del gran Tom Verlaine. Y mucho antes, como por arte de birlibirloque spanish bombs yo te quiero infinito, los murcianos Triángulo de Amor Bizarro despliegan su sonido de coctelera enciclopédica, de los 70 ingleses a los 80 madrileños, del Nueva York de los Dolls al desierto actual; no sería justo llamarles punkies de academia, pero los gachós tocan todos los palos del género, pop siniestro, o algo así. "Tarde o temprano todo el mundo recibe un disparo", cantan entre alfileres, pesadillas, cuerdas rotas, algún topicazo y buenas maneras. Simplemente poesía de la nada, efervescencias de la juventud, hermanos de sangre y publiquito con cara de bolero acelerado de dos minutos y medio.
Volviendo a los Buzzcocks, tuvieron detalles estéticos para las primeras filas y canciones rotundas para quienes entraban y salían del Monasterio en libertad condicional. Como dice un aparcacoches portuense, hombre péndulo a euro la cambayá, "de allí se escapó el Litri". ¿El Litri? Toreros ladrones de gallinas, letrados del ritmo, punkrockeros devoradores de pizzas, botellas de amor vacío, futuro imposible. Ahora sí que no hay futuro. El lema de la anarquía en UK, no hay futuro, viene al pelo, pruebe a ver Wall Street y luego escuche a los Sex Pistols o similares. La bomba de neutrones. Estamos rodeados. Entre el Ginferno y la Herbaliser, herederos de Joy Orbison, la prima portuense de Sid Vicious y el repertorio redondo de la útima noche del Monkey Week, que dejó para la posteridad un par de teorías más sobre el devenir y el veneno de la industria musical y su azaroso público. Teorías del sitio de paso, teorías del pesado de turno. El sitio de paso puede fijarse en cualquier rincón del recinto, los amantes de la Ley de Murphy saben que si encuentran un hueco, un cuelo maquiavelo en medio de la marea de aficionados medios independientes, siempre puede aparecer una impertinente pandilla de niñatos con sombreritos, dos parejas de tórtolas de Sobona y Gomorra o simplemente una racha de viento que se lleve todo por delante y por detrás. Por el sitio de paso también pasan, y a veces se paran, los pesados, grandes pesos pesados del palique infinito, que acuden a la llamada del señor silencio con ganas de dar el coñazo al prójimo más próximo. ¿Dónde estabas tú en el 77? Leyendo el Melody Maker en el cuarto baño de la casa de tu ...
Unos viejos con edad y hechuras de estar tirados a la bartola o disfrutando o perreando en sus particulares lunes al sol (conviene recordar que el punk británico nació por mor del paro industrial), firmaron acaso uno de los mejores momentos nocturnos del festival. Cada visitante tendrá su lista de favoritos y sus conciertos predilectos. Los caballitos, el nota de la nota, grandes ratitos a la vera del Guadalete. Adiós al puente de los descubrimientos. Holanda ya se ve. One, two, three, four ... guatifó.
La foto es de Fito Carreto
Octubre, Cultura, Diario de Cádiz
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