La gira sin fin de Bob Dylan, que estos días de otoño recorre el norte de los Estados Unidos, siempre depara sorpresas, asombros, luces, sombras, repertorios imposibles, versiones dispares de la vida, bruscos giros del destino y descubrimientos. Dylan volvió a tocar la guitarra acústica, no lo hacía desde julio de 2004 en Barcelona, cuando abrazó con notas inesperadas el bis de All Along the Watchtower. Miento: cuentan que el año pasado, Bob rasgueó una acústica junto a un invitado especial, el gran Elvis Costello. Interpretaron Tears of Rage. Pero a conciencia, apartándose del "puto piano", como lo definió Sabina, cuatro años estuvo el tío erre que erre. Ya se está quitando. Menos mal. Poquito a poco, al inicio de la enésima tourné sólo ha empleado la guitarra acústica en contadas ocasiones. A saber: en Victoria, British Columbia, el 23 de octubre, se estrenó con Just Like a Woman, como no podía ser de otra manera, aunque un par de piezas antes cantó Till I Fell in Love with You sin recurrir al teclado. En ambas se acompañó de la armónica. Al día siguiente, en Vancouver, abrió el concierto con la acústica, Leopard Skin Pill Box Hat, y volvió a tocarla en la octava canción, Make You Feel My Love, con la salvedad de que también se sentó al piano y sopló la armónica. Tres en uno. Y el lunes, en Calgary, no se conformó Dylan con dotar a Just Like a Woman de nuevas tonalidades ácústicas, sino que interpretó Tweedle Dee & Tweedle Dum ¡en el centro del escenario, solo ante el peligro, sin guitarra ni piano! Como un viejo rocanrolero, como el gran crooner que es. De chico, recordemos, Dylan quiso ser Little Richard, Hank Williams, Woody Guthrie y Elvis, todos a la vez, y así creció su inmenso talento creativo a la hora de interpretarse a sí mismo y a su otro yo, a ese Dylan que no está donde lo esperas ni es lo que esperas que sea.
Desde que se sentó al piano de la señorita Pepis, Bob perdió o cedió el control de las canciones, según m humilde opinion. Los músicos ya dominan la estructura de los temas y no dependen tanto de los prontos del artista. Antes, Dylan, en ocasiones, sembraba el pánico entre los músicos, que desconocían las intenciones del cantante y le seguían como podían, de la mejor manera posible, porque con Dylan no sale cualquiera a la carretera.
Por contra, creo que la música de Dylan en su conjunto, que no su magia y su poder de seducción, ha cambiado para bien siempre y cuando Dylan no saque punta a la eléctrica, ahí el gachó se pierde, se empeña en ir a su bola y desespera a los músicos. Un inciso necesario: confiesa el artista en la primera entrega de su autobiografía circular que en los últimos veinte años su tacto no ha sido el mismo por mor de algunas lesiones. El retorno de la acústica, más que nunca, se saluda con entusiasmo, buena señal; tócala otra vez, Bob.
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