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Manolo trabajó en una carpintería, de descargador de muebles, delineante y publicitario. Es curioso, destacó como creativo en una agencia publicitaria. Hoy rechaza de plano el patrocinio de sus conciertos. Un día se reveló como cantante y ganó unos duros registrando versiones más o menos aproximadas, con destino al otrora suculento negocio de casetes de venta en carreteras, de Triana, Miguel Ríos y la Orquesta Mondragón. Luego llegaron Los Rápidos y todo se precipitó. Tocó, aun así, la batería en el primer disco del argentino Sergio Makaroff, "Tengo una idea", y a bordo de su primer grupo serio, Los Rápidos, y su continuación, "Los Burros", más cercanos en planteamientos a El Último de la Fila, estuvo a punto de abandonar la música por falta de sustento, por así decirlo. De pronto, la pobreza entró por la ventana, el amor cogió la puerta, Manolo y Quimi Portet sellaron la alianza más fructífera y peculiar de los años posteriores a la mal llamada movida, y ambos enfilaron el camino contrario al fracaso con total naturalidad. Hasta hoy. Manolo siguió solo, volando con sus pájaros de barro, y desde entonces, nadie sabe desde cuándo, hace lo que le viene en gana de un modo la mar de fructífero. El joven aprendiz de rockero que diseñaba camisetas y enviaba sus propias notas de prensa a los medios de comunicación a modo de divertidas misivas, hoy pinta mucho en la escena hispana, hasta expone sus cuadros con regularidad, y su prestigio se antoja intocable. Manolo vuelve a la provincia gaditana, donde ya ha cosechado numerosos trofeos merced a su sencillez, que contrasta con un repertorio tan abstracto como luminoso, honestidad y trabajo, vacaciones musicales, respeto al público, generosidad, y aversión a los focos más allá de su hábitat natural, el escenario de su vida.
Julio 09, Verano, Diario de Cádiz
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