Sanlúcar, estos días, tiene un color especial; está llena de sevillanos y madrileños, por este orden, y ofrece una estampa, un ambiente, un sabor diferente. Manzanilla, humedad relativa, levantazo en la esquina del viento, caballos al galope, marea alta, helados de piña, tortillitas de camarones, chocos en Balbino, arena en los ojillos, apuestas por el 4, el 3 y el 5, niños, perros, gente harta de mirarse a la cara, futuros divorciados, silencios abismales, amiguismo puro y duro, bañadores de metro y medio, langostinos de buena familia, negros ambulantes, sablazos, un aire añejo, la esencia de un pueblo que se resiste a caer en las garras del maldito turismo indigno, pijos, progres y al fondo, Doñana. Lástima este Levante que enciende la mala leche, destroza previsiones, agota al más pintado y ofrece su peor cara. También limpia y oxigena, pero a qué precio. De costa a costa, el Atleti juega hoy la final del Carranza y hay barbacoa karaoke en la playa, a ver quién pisa mañana la arena con garbo.
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