domingo, 22 de agosto de 2010

El blues de los ausentes

Dos horas de ventolera al calor de Juan Perro, que apenas recurre a la nostalgia en un notable concierto acústico

Salta el Levante. Una pareja de tortolitos sale escopetada de una limusine de dos metros y medio de largo. Otra boda en La Caleta, que es plata quieta. Santiago Auserón agota las entradas, cuarentones hacen fila india, gente de la Bola de Cristal "p'arriba". Juan Perro luce sombrero Keaton y sonrisa de medio lao. Imagina en voz alta que la gente "se habrá puesto fijador en el flequillo, pues hace un vientecillo que dificulta la navegación", comenta en plan jocoso. Y advierte que la noche se antoja proclive a disfrutar de un concierto como "en el patio de casa", ideal para "rodar las nuevas canciones" antes de registrarlas en disco o similar. Problemas técnicos. Un blues vacilón para comenzar, "A ver si cae del cielo una canción", pero el cielo anda remolón. Y el Levante, amnésico perdido. El que fuera líder de Radio Futura deja su impronta de primeras y dedica la segunda pieza a Joe Strummer, el recordado cantante de los Clash. Cuenta que cultivó su amistad en Lavapiés, cuando el artista pasaba por una mala temporada. Dibuja un Strummer tragicómico, un punky de Valle Inclán, castellaniza al personaje con "José Rasca" y luego estrena otra pieza inspirada acaso en la pena negra de García Lorca, canción de cuna de extraña crueldad. El publiquito variopinto consume cerveza como si rondase el juicio final. Al final, el trovador acústico, que acude a la llamada junto al maestro Vinyals, un estupendo guitarrista, no consigue dominar el viento pero al menos doma a la fierecilla anestesiada y dispersa, la gente parece dispersa por los flancos postreros, al fondo hay quien se ha equivocado de barbacoa, Juan Perro ataca temas antiguos como "El carro", sintetizan las guitarras estampas de ayer y de hoy. "Cuando sea sesentón ..." Auserón emula los sones vodevilescos y traviesos, acaso un guiño al "When I'm sixty four" de Los Beatles, pero del tirón se abandona de nuevo a los blues carpetovetónicos, la noche se presenta propicia, el artista no recurre al pasado, da vida a numerosos temas nuevos y esta vez elige destino americano del norte, pocos toques cubanos, algún detallito extra y buen rocanrol sin apenas electrificar. Está la cosa cortita. Auserón sortea las señales oscuras del destino, roba girasoles y engancha poco a poco. En los bises logrará poner en pie y arremolinar al personal sobre la escena. Antes, se lo trabaja con hechuras de cantor de jazz, alas rotas, las charlita del pescado o la perla negra. El juglar riza el rizo, presenta a los músicos ausentes, su verdadera banda. Inaudito. La gente aplaude a los instrumentistas invisibles. Ironías al viento. Está la cosa cortita. Dos botellines de agua y pa la casa. "La próxima vez esperamos venir con toda la banda". Auserón lo deja caer. El formato no parece el adecuado, o quizá el lugar, el fantástico Castillo de Santa Catalina, no se ajuste al espectáculo. O quizá sea todo lo contrario. "¡Muy bien, Santiago!", exclama una veraneante de traje floripondeado que se ha hartado de charlar antes. Hay gente que oye llover mientras habla. La mujer, luego, sale a bailar. Otros cuentan los vasos de cerveza que sus próximos se han metido ya entre pecho y espalda. Vasos superpuestos, grandes cambayás, noche surrealista, será el Levante. Alguien discute a Auserón cierto acento italiano, antes de un country blues de categoría, y el cantante no se deja amilanar y responde al graciosillo, vuelan las veletas violetas, el artista luce el sombrero a rosca, arrecia la ventolera a traición, Santiago ronea, ejecuta fraseos inconfundibles y provoca otro milagro: la gente reconvierte un 5 por 8 al compás flamenco, "ole ahí, todo puede ocurrir en Cai", suelta el artista ambulante, que pesca sin caña, desde media distancia tienen un punto de James Dean, nadie discute que se conserva en formol, a sus 56. Gracias a Grecian 2012, por otra parte. Sin tiempo para pensar, las dos horas de ventolera y de bulla íntima sirven postres de boleros ibéricos, un tributo a Malasaña, universo de barrio republicano donde los haya, y Santiago convida a viajar en la nave estelar del absurdo, un cómic estilo Kiko Veneno. Perro flaco contesta "no me da la gana" a cierta petición, y envuelve los bises en celofán, en cambio. Sólo un recuerdo a Radio Futura, la inmensa, más serena y pausada, "La estatua del jardín botánico", que valió por toda la noche. Esperando un eclipse, hasta "La fonda de Dolores" final. Un respeto a los músicos ausentes.

Agosto, Verano, Diario de Cádiz

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