A la vera de la Catedral, cuya silueta vuelven a hurtar de la mirada curiosa del turista por mor de esos armatostes de memoria inoxidable, alguien se queja de los precios. Cómo no. Palmerita criminal a dos euros. Zarzaparrilla de varios quilates. Causan sensación la Casa del Obispo, por aquello de las peripecias de los locos romanos en la California del siglo no-sé.cuantitos, y la torre, prima hermana de la Cámara Oscura de la Torre Tavira. "Tendrían que ofrecer bonos para visitar los mejores atractivos de Cádiz, pues de esta manera una familia se puede gastar cientos de euros", lamenta un visitante llamado Lorenzo, como el mismo sol que porfía con el ruido de marras. Demasiado ruido. Si España ostenta el subcampeonato en contaminación acústica, a escasos decibelios de Japón, Cádiz parte la pana. Nunca falta un taladro en el instante preciso, ni una familia escandalosa, ni el zumbido del pasado glorioso revoloteando por las calles del centro. Top manta, por cierto, a la caída de la tarde. La camiseta oficial de Villa suena a chufleteo, nada hay imposible bajo el cielo de la economía submarina. Vendedores morenos al quite, arde la calle al sol del Levante, disparan fotos digitales por todas partes, hay quien no ve el paisaje con tanto click, ni dsfruta del verdadero placer de la nada merengada. Las mejores marcas registradas, tiradas por el suelo. Y una estela de espuma blanca trae catamaranes y vaporcitos, tomando las mejores olas, mareando al personal en cubierta, montaña rusa mojada, alguien retransmite sus movimientos, puro exhibicionismo, y otros se muestran sin tapujos. Un turista americano musita: "España, donde el pudor no existe". Cualquiera nos aguanta. Los indígenas tienen cara de campeón del mundo, los locos de la calle ya no emulan a sus locutores favoritos con nombres de la antigüedad. "Lleva la pelota Xavi, se la pasa a Iniesta", murmura un vagabundo peatonal a las puertas de la franquicia de turno, donde campa por sus respetos el abominable hombre de las nieves, marqués de Kelvinator, ráfagas de frío y luego una bofetada de calor. En fin.
La gorda te da de comer, el canijo pasa en moto a escape libre, el gafas se casa, los hartibles del acordeón perpetran la banda sonora del Padrino con aires de tango, sucedáneos sin dignidad, nada que ver con los músicos de postín que suelen tocar en la calle Ancha por la voluntad. NI cielito lindo, ni leches. Los chavales de la Ruta Quetzal son confundidos de primeras con los boy scouts, en Los Italianos hablan cuatro idiomas: vainilla, fresa, limón y chocolate. Pasan unos angangos sin camiseta, en Cádiz no cabría la norma impuesta en Salou, mil duros por ir de aquella manera, trabajos forzados a la luna de la luna, un poquito más de educación y el humorista Manu que entra en el salón con varios amigos y se encienden todas las luces del personal, que pierde los papeles por el típico famoseo. Manu firma autógrafos. Le ríen las gracias. Un turista se recupera aún del costalazo. Traspiés en la catedral. Miraba fijamente el objetivo de la cámara y pasó lo que pasó. Se sacó la cresta.
Conviene escuchar a los turistas. "¿Cuántos años tiene?", preguntan a cada paso que dan. "¿Cómo vivían ustedes?" "¿Adónde vamos ahora?"
Agosto, Verano, Diario de Cádiz
martes, 3 de agosto de 2010
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