A la vida, al dolor. Enrique Morente no admite etiquetas, ni siquiera en estas horas de esquelas audiovisuales, su arte siempre trascendió más allá del flamenco, del rock, de la poesía de la luz del sur, pero es cierto que agarró del cuello a la ortodoxia para crear un nuevo quejío, el suyo, sin tópicos revolucionarios, más bien desde la necesidad de renovar el aire mismo como artista global. Recuerdo con emoción su participación en una de las obras cumbre de Gualberto, "A la vida, al dolor", combinando su voz hispana con el inglés de Todd Purcell, unas seguidillas impresionantes. Fue en el 76, mucho antes de su decisiva incursión en el rock junto a Lagartija Nick, Omega de Lorca, Cohen y la música callejera andaluza. Si ya en el 71 cantó a Miguel Hernández con Parrilla de Jerez al toque, en su madurez viajó por enésima vez al universo del Nueva York de Lorca, sin salir de la Alhambra, arte de magia. "Tú vienes vendiendo flores, las tuyas son amarillas, las mías de tó los colores". Escuchando Omega se caen las estatuas, se abren las puertas, el vals de la rabia y la belleza muere en los brazos del mundo. Morente viene a desquitarse, oiga, "condenado a veinte años de hastío por querer cambiar el sistema desde dentro".
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