lunes, 6 de octubre de 2008

El chamán del sol

Lo primero, para descubrir Cádiz, es encajarse en el Mentidero, crisol de tiempos, esquina del viento, paradoja de siglos que se miran de reojo en un momento dado. Una heladería italiana, un burguer castizo, un bar de ayer, unas tapas de hoy en el gotinga alemán, la barraca del pistacho infinito, la zapatería de la generación de la plastilina, una plaza en otoño. En la mesa de junto, una morena recién operada muestra sus principios y sus finales, apenas habla con el maromo, que se decanta por tensar el rostro al ritmo de unas gafas ahumadas, disimular y esperar a que se abra el cielo. El cielo de Cádiz abre de diez a dos y de seis a nueve, dios menguante, y el sol se abre paso en la estación terminal del tren de lejanías. En la otra mesa, dos turistas hispanos cuchichean, pa mí que son turistas de interior, de Puertatierra o Cortadura, y comentan que no somos gaditanos, no, qué va. Marcelo relata sus peripecias con el chamán del sol chamuscado, a miles de kilómetros de distancia. De las papas con alioli al strawberry fields forever, de cucurucho o en tarrina, media una sesión de esoterismo barato. El chamán insta a los presentes a desembarazarse de pamplinas y de prejuicios y a seguir la música con el alma y los brazos como aspas de molinos de viento, la respuesta está en el viento, Marcelo fue a encontrarse consigo mismo y se encontró con una hartá de gente haciendo el candao en una pista de baile imaginaria, hola, qué hay, me encuentro en un cuchitril compartiendo musiquita planeadora con un ejecutivo agresivo, una ama de casa reconcentrá, una estudiante de inglés, un repartidor de pizzas, un escritor frustrado, dos chinos mandarines, y servidor, en plena crisis existencial, musita Marcelo, que pega un par de volatíos y se pira con las mismas. Nunca más. En otra mesa, cuatro currelantes apuran el sabadito, quinto whiskicito de la tarde, los ojos como brecas, la mirada impoluta. Suena la copla de mañana. Un vecino de toda la vida llega a su casa mañana por la mañana, tras encontrarse a mil quinientos conocidos, siete en cada esquina, y pararse con doscientos de ellos. Con los demás, no se habla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Está bien el Mentidero, no digo que no, pero para mí una pare importante de Cádiz está -lo que queda, la verdad- en el barrio de Santa María. Y las piedras hablarán un día de los pies que las pisaron. saludos.

Enrique Alcina Echeverría dijo...

Tampoco está malote, Santi, lo que queda del Barrio es pura historia sentimental de Cádiz. En realidad, el pimpi que llevó de visita a Marcelo eligió el Mentidero por razones personales, familiares, laborales ... uno siempre acaba donde empezó, quizá andando sobre sus pasos. Luego, el visitante conoció las murallitas, la Alameda, el Parque Genovés, La Viña, los Castillitos, el centro, y al final dieron un salto a la playa Victoria. Un fallo no pasar por Santa María, pa la próxima ... las piedras hablarán un día, saludos !!