El nota de la imagen, un poco descompuesto y con la carita desencajá, desgrana su repertorio en la esquina de la liberación o algo así. Dispara rimas impertinentes, se pega unos cabezazos contra su biblia, que en realidad es un manual de estribillos pa salir del paso, y extiende su mano izquierda, la voluntá.
Pronto llegarán los discursos buenos, los golpes de efecto, las melodías gamberras, los disfraces estrambóticos, algo vivo que nos calme la angustia, nos baje los humos, nos devuelva a la surrealidad y nos haga retroceder para avanzar, curioso escorzo del tiempo. Algo que nos libre del mal ajeno. El Carnaval en tiempos de insatisfacción, rebelión y mentira. La crisis del mejor momento y de las palabras huecas de la manipulación, el miedo y la rabia, la guasa y el doble sentido, los coros en la calle y un romancero de improviso, las chirigotas ilegales danzando como locas y los gatos a sus anchas. Sale gratis imaginarlo. Tampoco cuesta trabajo celebrar la derrota como se merece, jartándose de coplas y dejándose llevar por los ritmos en contramano.
El romancero de la revolución se escribe con sangre en el mundo árabe, algo está pasando.
Entre tanto, en Cádiz cantamos por no llorar, el concurso ingresa en la segunda fase, noches por delante para descubrir nuevas letras y buscarle las cosquillas a las musiquitas gaditanas de este año raro.
Por cierto, vuelve el Gómez, con el Rosado, figuras indiscutibles del carnaval del anonimato, el genuino carnaval callejero moderno del que son pioneros saldrán a la calle con "Los que ponen la primera piedra".
De vuelta a la foto, el nota suda cada vez más, gran premonición, y se ha puesto a gritar como un condenao al final del popurrí. Observen al chaval de atrás, el sobrino de Cat Stevens de postulante por Cádiz.
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