"Amoallá, maestro", exclama alguien en el momento preciso, y la guitarra de Manolo Sanlúcar peina una cana por cada pena y tirabuzones de luz por cada alegría de la vida. Falla casi lleno. Entendimiento y respeto. Sobriedad y virtuosismo en la escena. Sin grandilocuencias, la orquesta interior del músico se arranca por tangos, retórica y asombrosa, y el hombre que revolucionó la guitarra desde la raíz, erre que erre, rebelde con causa de la evolución de la tradición, argumenta la noche. Homenaje extraordinario al pintor sevillano Baldomero Romero Ressendi, otro espíritu libre que captó al vuelo el alma de la luz y se negó a pintar el color de los caídos. La paleta de Manolo Sanlúcar ofrece siete cuadros flamencos, pinta estilos entreverados, impresiona al personal con su expresividad y recogimiento, pone el dedo en la llaga: "Los jóvenes guitarristas de hoy, en su angustia vital, buscan la mezcla de músicas del mundo desfigurando la nuestra", dice un vanguardista que vuelve atrás en el tiempo del flamenco para alcanzar la autenticidad, desde la tradición se halla dispuesto a avanzar en su contribución a la música sin etiquetas". A su vera, el joven David Carmona no pierde la vez, asimila todos los colores y no deja de mirar a su maestro. Complicidad entre dos generaciones de flamencos pintores de la esencia espiritual de la música del sur. El clásico Sanlúcar despliega una lección magistral de toque, compás y profundidad.
Bulerías con sabor añejo, bulerías al golpe, los golpes que da la vida comparten honores en la música de Sanlúcar con la sal, el baile, el agua y la voz. "Ay, si me bailaras, primo". Salpica el agua, la gente ovaciona a los poetas del ritmo, voz en el aire, amor en la fragua. Imágenes a mil por hora, en sepia y en tecnicolor, las manos de Manolo acarician a su público, transportan a otra parte del desconsuelo, subrayan el discurso crítico del autor, la pasión por un pintor emparentado como artista con Velázquez y Goya, Valdés Leal y su propia genialidad. La intensidad de la aliteración suena a blues descarnado norteafricano, las seguiriyas y soleás conmocionan, provocan oles, y la obra maestra del pintor, "El Papa negro", destila tonadas de ida y vuelta, tanguillos y habaneras y hasta un tambor rociero que se pasea por las tablas latiendo como un corazón de nadie. La pintura y la música casan a la perfección, nada parece más abstracto que la pura realidad, los sueños transoceánicos del músico dan paso a sendos retratos del pintor, cambio de sentido del humor, Manolo dibuja ritmos al tres por cuatro, su guitarra gime o sonríe, la música se antoja simple y complicada, las sombras se quitan el sombrero y saltan las alegrías para firmar un rosario de estrellas con la llegada de la primavera. Ya es primavera en el teatro Falla. Palmas y nudillos. Guitarras, percusión y voces. Madera y cuero, doce cuerdas vocales, Sanlúcar brinda su corazón al aire. "Amo esta tierra y su cultura. Desde los trece años soy profesional del flamenco", confiesa el guitarrista que lleva más de cincuenta años en la brecha, más de cincuenta fronteras derribadas. "Escudriñando en el fondo de nuestra cultura, junto a otros compañeros, pretendo que se vea la verdadera condición de nuestra música, su pureza y grandeza. Y seguimos buscando ..." Manolo Sanlúcar prepara en la actualidad la enciclopedia definitiva del flamenco, un descomunal trabajo literario y sonoro. Manolo mantiene el pulso con la memoria y con el porvenir. No pierde su carácter indómito cuando presenta uno de los tres bises: "Ahora otros harían una rumba, pero yo voy más profundo, buscando el corazón de la mente, música para conocernos mejor".
De la noche al día, antes de coger la puerta, el músico se pone al servicio de la voz de Carmen Grilo, suenan campanas de redención, todo parece viejo y nuevo, se escuchan tacones lejanos, se escucha el silencio y todo es de color, de nuevo, con la postrera "Tauromagia". El tiempo vuela.
Foto de Jesús Marín
Abril 09, Cultura, Diario de Cádiz
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