Maletines en plena crisis del ladrillo, la desaceleración al primer toque. Vuelven las susceptibilidades, los cargos de conciencia y la mafia del balón envenenado. Un presidente en el palco, un árbitro en el césped, la sangre en la arena y la cara de tonto tamaño familiar. Nuevo capítulo de "Primos hermanos" o de "Cómo hacer el carajote sin que se note". Dicen que hay pruebas, que son irrefutables, y que levante la mano o que tire la primera piedra o que haga "ajín" con la cabeza el que no haya trincado un dinerito extra, el mal llamado chapú de las entretelas del acabóse de la temporada más rara que se recuerda. Rara, porque surrealistas y rocambolescas registra el historial submarino un puñado. Hablan de primas por ganar, de robos a mano armada, del nuevo estadio que tendrá tropecientas plantas para acoger un hotel. Hotel Carranza, suite para ilusos, con lo fácil que es decir que no llegaremos a tiempo. Soplan vientos sospechosos.
Invertir el parné negro en victorias ajenas se estila mucho a estas alturas de Liga, pero aún hay quien recuerda el empate más sonrojante pero necesario, veintidós años atrás, la tarde en que el Cádiz le buscó la ruína, en defensa propia, al Valencia, el último descenso de los chés tras el partido de la fraternidad, que tal apelativo adoptó el cero a cero patatero cosechado por Cádiz y Betis el 20 de abril de 1986, primera salvación matemática del Submarino de Irigoyen en Primera. Aún no había ministerio de la igualdad, qué va, pero un menesteroso Cádiz y un generoso Betis jugaron a nada y sellaron las tablas. "A mí que me registren", apuntan desde la distancia algunos protagonistas indirectos de aquella tarde. Así que mejor no rasgarse las vestiduras, ni fusilar metafóricamente a un trencilla deshonesto, ni disimular por la calle del infierno. Cada uno cuenta la Feria según le va.
Hasta la marcha de Koeman, la trayectoria del Valencia se parecía en exceso a la del equipo que descendió por las cañerías a Segunda. Cambios de entrenadores, de presidentes, de rumbo e ilusiones. Peligrosos paralelismos de uno de los clubes más ricos del planeta. El Valencia cayó ante el Barsa en 1986, precisamente su próximo rival, y no le valió el último choque de la temporada, igual que al Cádiz de Paquito, que había heredado el banquillo de Benito Joanet. Ambos levantinos en la tierra del Levante en calma. Los nervios cundieron entonces en una plantilla de campanillas, la valencianista, compuesta por nombres legendarios como Quique Sánchez Flores, Tendillo, Urruti, Bermell, Arroyo o Arias. Problemas extradeportivos, fichajes fracasados, presidentes de aquella manera y al pozo comandados, nada más y nada menos que por Alfredo Di Stéfano.
El encuentro de la fraternidad y de la igualdad comenzó horas antes en el hotel Caballo Blanco de El Puerto de Santa María, donde solían concentrarse los rivales del Cádiz. Irigoyen y Rematero se citaron en dichas instalaciones, para hablar de sus cositas, y a resultas de dicha reunión el Betis ofreció a sus jugadores una prima exclusiva, de las que ya no se estilan. El vicepresidente García de la Borbolla, que tenía premio, prometió a los futbolistas más dinero por empatar que por ganar: cien mil pesetas por la equis, noventa mil por el dos. Lo nunca visto. Se conoce que los jugadores no aceptaron, habráse visto, y que a la postre recibieron las 45 mil pelas por el empate. Ni siquiera aceptaron una votación, anunciaron que saldrían a ganar y que denunciarían la pasividad en el campo. Aro, aro. El argentino Calderón, fino extremo que luego destacó como entrenador y comentarista, fue uno de los rebeldes verdiblancos. Se negó a pactar el empate, y le acusaron de descolgar el teléfono y escuchar una oferta valencianista, precisamente de diez kilos de billetes, un dineral antes de la llegada del euro, eso sí que fue un robo a los primos europeos. Total, que Calderón corrió demasiado y fue sustituido a las primeras de cambio en Carranza, por parte del míster Luis del Sol, entre las chanzas del público, que celebró con guasa el antifútbol practicado.
Cuentan que los béticos Rincón, Hadzibegic y Cervantes fueron llamados a capítulo por la cúpula bética horas antes del choque, ante la incertidumbre reinante, pero nunca se sabrá a ciencia cierta qué ocurrió con exactitud. Amarillos y béticos jamás confesarán, como es obvio, y al fin y al cabo de trató, presuntamente, de un acuerdo entre clubes, sería injusto atribuir la responsabilidad a los currelantes. Eso sí, hubo quien tuvo más dignidad que otros y al menos disimuló una mijita. Hoy, tantos años después, mejor no mentar la bicha.
El comité de competición investigó lo suyo, o hizo que investigaba, y nada más se supo del choque de la igualdad que concluyó con el abrazo en el palco entre Irigoyen y Rematero. Ese año jugaron en Primera, junto al Cádiz, el susodicho Spórting de Gijón, su prima hermana la Real Sociedad, el Celta de Vigo, Las Palmas y Hércules. Las vueltas de la vida. Otro grande venidos a menos, que quizá pase aún más apuros que el Valencia, por no augurarle lo peor, la caída en desgracia, también se ha visto implicado en peripecias varias con el Cádiz. El Zaragoza, que diecisiete años atrás participó en una de los pasajes milagrosos de la historia submarina. Sin suspicacias, no vayamos a pensar que el Submarino lo logró todo a base de primos y primas, todo lo contrario, lo hizo con tesón y esfuerzo, el trabajo de la cantera, una pizca de suerte y San Irigoyen, que no era tan bueno ni tan malo como le pintaban. El año 86, por ejemplo, presenció el retorno al Cádiz de Sandokán Juan José, tras su periplo por el Real Madrid, y vio jugar de maravilla a Pepe y Salva Mejías, a Escobar y Dieguito, a Pintinho y Villa, y a un tal Amarillo. cuyo apellido inspiró a la afición y encajó a la perfección con la posterior leyenda del submarino, que en realidad se forjó a raíz del choque referido contra los maños, que supuso el lanzamiento de Kiko, y la postrera promoción taquicárdica contra el Málaga.
Más curiosidades dignas de mención, y de trazar paralelismos: como Joanet ya había anunciado el año anterior que no pensaba seguir en el Cádiz, la prensa y los aficionados más avispados se dedicaron a buscar a entrenadores potenciales, como hacen ahora antes de tiempo, y no cayeron en la cuenta de la presencia del gran Paquito en las gradas de Carranza. Iba disfrazado con peluca y barba canosa. Hoy los lobos vienen con el tipo de corderos, de igual modo, y se guarecen en oficinas, ministerios y garitos.
En la foto, Mágico González y Alejandro Sanz
Abril 08, Submarino Amarillo (Diario de Cádiz)