domingo, 13 de abril de 2008

Mujeres de banderola


En nombre de la dignidad, la fraternidad, la igualdad y el dinerito contante y sonante hablan hoy con desparpajo los representantes de la nada. El show de Cádiz debe continuar. Ahora tocan las banderolas, la mesa donde la Pepa pegó el firmazo, el liazo de las faldas y los semáforos machistas, el lenguaje inequívocamente insultante y la anestesia. Todo lleva nombre de mujer, y de pronto el país se entera antes que el Rey de que Zapatero ha nombrado ministra a una gaditana de Alcalá. Bibiana se ha ido ya, qué manera de subir peldaños, tiemblan los grandes satirones, Bibiana la ministra de Igualdad, equis en la quiniela, discriminación positiva. Y para más inri, una mujer, embarazada y ministra de Defensa. Se imponen las morenas arrepentidas, se cortan los hombres a la hora de opinar, no vaya a ser políticamente incorrecto, aunque en los foros de la madrugada, desde la oscuridad del anonimato, agreden verbalmente a las mujeres o se cachondean virtualmente de los gachós. Lo dicho, equis en la quiniela. Cádiz, en femenino plural: la Pepa, la Teo, la Bibiana ...
Hincan banderolas en los costados ensangrentados del patrimonio histérico, Cádiz vive anestesiado por la cartelería, la propaganda pura y dura, Cádiz punto es, hemos conseguido el fin del mundo, 2012 será del copón, Delphi no se cierra, qué va, la Aduana se cae, ay, que se cae, y los gaditanos miman su patrimonio con esmero, aro, aro. Como escribió Juan Carlos Aragón, Cádiz no es patrimonio de la humanidad, es patrimonio de los gaditanos, y las gaditanas están hasta el moño de la traicionera humedad, y un voltio por el Cádiz de las Cortes demuestra que otros, los vasallos de doña Teo, son peores, en algunos casos, que los prebostes que hincan eslóganes en el corazón de la ciudad. Observen los carteles fluorescentes que anuncian las ofertas de papeo de ciertos bares de postín, papeles naranjas, verdes o amarillos de tamaño familiar pegados sin conmiseración en las paredes del local, y las paredes de la ciudad son también patrimonio de los gaditanos, además de las mesas, las sillas, la playa, el pirulí, el viento, los castillos y el pasado. Clavan con chinchetas la publicidad, el mal gusto se apodera de la escena y todo Cádiz es un spot. Stop. Desde el vendedor de lotería que promociona el trece, el 513, y en primera persona de Cádiz confiesa que "como me toque va a trabajar mi suegra", no sé si lo multarán por machismo leninismo, hasta las enredaderas que crecen en los descoloridos y mohosos muros de madera al final del soterramiento. Trepan las enredaderas mejor que algunas personas cuyo ángel las visita cada tarde del cielo celeste.
Mientras los moradores de las esquinas del poder se disputan ahora la propiedad intelectual de la mesa de 2012, gran forma de dar caoba al personal y de entretener el tiempo hasta que no haya tiempo material para reaccionar y entonces todos se arrojen los trastos a la cabeza y la gente se distraiga de nuevo con las cuitas de la ciudad de la libertad condicional, suenan violines y trompetas. Y nombres propios. La Pepa, la Teo, la Bibiana, y se puso en boga atribular a los hombres con desconfianzas mutuas. La pifian, en parte, quienes atribuyen la problemática de género al simple nombre de pila empleado para dar cercanía o sintetizar o vaya usted a saber. Soraya, Teófila, la Pepa. Pero no a todos los hombres se les llama por su apellido, ahí está Pepeblás, ahí están todos los diminutivos gaditanos, ahí está el genoma gaditano para llevar la contraria. Algo hay, siempre hay algo de trasfondo en Cádiz, miren si no el asunto de faldas de la enfermería local. Presumiblemente, los abnegados sindicalistas y la tropa de junto pondrán el grito en el cielo, en breve, por la labor y las hechuras de las azafatas: las azafatas de vuelo, las azafatas de congresos, las niñas monas que lucen tipazo en el circuito de velocidad pa buscarse la vida, las pibas contratadas para adornar los eventos más punteros de la clase pudiente de la ciudad, las dependientas del centro comercial, los tunos disfrazados de gaiteros, las patinadoras del supermercado, la ciudad que se viste por los pantalones. Y hasta los semáforos machistas, pronto pedirán que la figurita de colores sea ahora una mujer, ahora un hombre, para que la igualdad sea intermitente. Por no hablar de los don ticos, esos centros culturales donde los hombres relajan el cuerpo y la mente, en plena trata de blancas y trata de negras, ahí no entra la autoridad a mirar la longitud de las faldas. Eso sí, en medio de la vorágine, y sin cortarse un pelo, las mujeres que se encuentran al frente de la selección de personal de mujeres para una empresa de mujeres siguen preguntando a las mujeres si están casadas, preñadas o en situación de traer al mundo más mujeres a las que pagar menos que a otras mujeres, en este mundo de hombres asilvestrados. Luego reconocen las mujeres que no han podido hacer más por las mismas mujeres. Y la gran paradoja: Diputación y Junta, las grandes defensoras del pantalón, promocionan en internet las ofertas de empleo del lugar donde se libra la batalla de las faldas. Una cosa es el simbolismo y otra el parné. Mafalda en Cádiz fliparía en colores. Y Sabina entonaría su rumbita de las faldas cortas y las lenguas largas. Y a veces no se distingue bien entre Carnaval y realidad, el rollazo mediático y la igualdad verdadera, ¿verdad?
Hay quienes aconsejan a la juventud, sea mujer u hombre, que no se meta en problemas si quiere prosperar, que haga méritos sin escrúpulos, que olvide su presente, y mucho más su pasado inconfesable, si algo pudiera entorpecer su ascensión a los cielos de la vanidad. Años atrás, cuando el escritor Pérez Reverte ejercía de jefe de prensa ministerial, en un alto como reportero, un gran debate de dirigentes juveniles besó al sistema sin decoro. Los contertulios recibieron la consigna clara de los polítiquillos: "Si quieres prospera, no te metas en problemas". Algunos prosperaron una hartá.

Abril 08, Crónicas Urbanas (Diario de Cádiz)

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