viernes, 25 de abril de 2008

Un Domingo inolvidable


Siete lustros atrás, el Cádiz de Gutiérrez Trueba puso los cimientos del futuro, nostalgia del porvenir que se espera con ilusión y esfuerzo. La mayoría de la afición que hoy acude a Carranza enfundada en los colores soleados de la pasión amarilla, aún no había nacido cuando el incipiente Submarino ni siquiera era yellow submarine y el presidente que acuñó la expresión "Con el Cádiz, a Primera", osadía en do mayor, contrató a uno de los mejores entrenadores que ha lucido el club, el inolvidable Domingo Balmanya. Curiosamente, "el viejo", como cariñosamente evoca Gutiérrez Trueba, comandó la plantilla más completa que se recuerda (una media de lujo: Eloy, Ibáñez y Carvallo, y la punta de mil quilates: Villalba, Mané, Machicha, Mané ...). No alcanzaron la gloria, pero gozaron del prestigio, de la alegría de jugar a la pelota, del apoyo de la afición y del respeto de la Piel de Toro, que envidiaba el toque y la distinción de tal equipo. En lugar de cavilar y porfiar en torno a lo que pudo ser y a lo que nunca será, convendría recordar y poner en el sitio de la memoria a quienes convirtieron las quimeras en certezas.
"A pesar de que no subimos, fue el mejor con diferencia", apunta a las claras José Antonio Gutiérrez Trueba en torno a Balmanya, que causó "la admiración de todo el mundo". "Estábamos acostumbrados a meternos atrás, a jugar a no perder, pero con Domingo daba alegría ver jugar al equipo. El viejo los enseñó a jugar". El viejo, que en realidad contaba con sólo 59 años cuando recaló en Cádiz, subió al gran Mané al primer equipo. "Un día se lesionó Acosta, el mítico ariete del Sevilla, y vinieron a por Mané, que todavía funcionaba como juvenil, pero Balmanya dijo que no. Si se hubiera quedado Domingo, Mané habría terminado enrolado en el Madrid o el Barsa, sin duda".
Estudioso del fútbol, táctico e innovador, amante de la cantera y leyenda viva del fútbol hispano, Balmanya destacaba por "imprimir ilusión al grupo, pues ejercía también de brillante psicólogo". Algo parecido a lo que ha inculcado Raúl Procopio al deprimido y ansioso plantel amarillo, salvando las distancias. "Balmanya estaba convencido de lo que hacía y convencía a la plantilla de sus virtudes y cualidades. Creo que el equipo de Domingo fue mejor, en calidad y disposición, que la plantilla que subió luego con Manuel de Diego y Enrique Mateos, pero ellos tenían a Quino. Con Quino nos hubiéramos salido de la tabla". Sin él, Balmanya logró situar al Cádiz, entre 1972 y 1974, en los puestos séptimo y quinto de la Segunda, inspirando confianza en sí misma a la gente que jugaba y a la gente que animaba. La afición, recuerdese, era mucho más exigente que la actual, y la Liga también. "Este año podía haber subido cualquiera", opina Gutiérrez Trueba. "Con algo más de ambición y con que los fichajes hubieran dado mejores resultados, estaríamos ahí arriba", sostiene, pero se matiza a sí mismo: "Queda el atenuante del anterior presidente", el innombrable, y "también es cierto que cualquiera puede bajar este año". De ahí el año esquizoide que soporta el cadismo, un día en los altares, al día siguiente en los infiernos. Tanto vaivén, aprovechado por los listillos para intentar llevarse la tajá más jugosa de la incertidumbre reinante, aún presenta por delante algunos capítulos de suspense. A quienes se parten la boca echando de menos a Espárrago o Jose, los artífices de las grandes gestas del nuevo siglo, no estaría de más endiñarle la tabla histórica de entrenadores de éxito. Los místers que llevaban la razón. A saber.
El mérito del primer ascenso de la historia, temporada 54-55, corresponde a Diego Villalonga, con Cilleruelo como presidente. Hubo que aguardar hasta el año 1970, cuando León Lasa ascendió al club de nuevo a Segunda, bajo los auspicios de Márquez Veiga. Los triunfos encadenados configuraron una etapa gloriosa, desde el primer ascenso a Primera del 77, gracias a Manuel de Diego y Enrique Mateos, hasta los gloriosos años ochenta protagonizados por Irigoyen, el único que logró tres ascensos, y todos ellos a Primera, amén de las milagrosas salvaciones, que bien pudieran considerarse ascensos. ¿O no? Milosevic, el único que ha conseguido dos ascensos, y Benito Joanet, uno de los olvidados cuando se trata de distribuir laureles, concluyeron el viaje del pasado siglo, en el año 85. Dos décadas después, Jose y Esparrago renovaron la pasión amarilla.
Sin embargo, Balmanya fue el mejor, a tenor del recuerdo de jugadores y afición, que tampoco olvida a Blanco, Vidal, Linares, Camilo Liz, Escarti, Bolea, Olsen, Paquito, Bambino Vieira, Hugo Vaca o Sabino Barinaga, por citar algunos entrenadores de postín. La memoria también trae, para quedarse, a alguien que ejerció y ejerce de sombra permanente, preparador físico y moral, el gran Lorenzo Buenaventura.
Pero Balmanya fue el mejor. Domingo, que tenía hasta nombre de fútbol, deparó cifras tan futboleras como estado de ánimo en continua evolución. Balmanya fue recogepelotas, limpiador de botas, jugador, entrenador, seleccionador nacional, secretario técnico, comentarista y maestro de entrenadores. Pocos pueden vanagloriarse de figurar como jugador y entrenador del Barcelona, donde disputó 111 encuentros como futbolista, lástima que la Guerra Civil truncase su carrera. Curiosamente, entrenó a once clubes diferentes, proporcionando una Liga al Atlético de Madrid, y dirigió a la selección en once ocasiones. Balmanya y el once, una relación vital para toda la vida. Balmanya propició el debut de Grosso con España. El destino, tan cruel como extraño, hizo que el fino interior madridista muriera un día antes que Balmanya, en 2002.
El presidente que trajo a Balmanya a Cádiz, Gutiérrez Trueba, recuerda una significativa anécdota de principios de los años setenta. El inefable Eloy Matute, mediocampista llegado de Sevilla que atesoraba un pundonor extremo, no se andaba con chiquitas, ni siquiera con sus compañeros, y en una ocasión propinó un cabezazo a Lloret, extremo cadista, tras un fallo que no supo aceptar. "Todo el mundo le afeó la conducta a Eloy, que sentía tanto los colores, tenía tanto orgullo y dignidad en el campo, que era capaz de cualquier cosa. Yo le decía que no podía lanzar y rematar un córner. Así que todo el mundo atacó a Eloy menos Balmanya, quien supo sacarle lo mejor de sí mismo y aplacar sus demonios internos. En lugar de castigar al jugador, lo invitó a comer". Lección de un viejo sabio que el fútbol hispano nunca olvidará.

Abril 08, Submarino Amarillo, Deportes (Diario de Cádiz)

Posdata: Aunque en la foto sobresale Machicha, no debe olvidarse al gran Paco Baena, que fue pichichi gracias a don Fernando Carvallo, y a su talento goleador, y se forjó su fichaje por el Atleti

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