El Vapor irrumpe con sus tres bocinazos de rigor. Cuidado con la cabeza. El viaje más breve, de Cai a El Puerto y viceversa, sugiere ecos futbolísticos, personales e intransferibles. Una leyenda del fútbol de la Bahía, Enrique Montero, trae a la memoria derbys para el futuro y un caudal de magia y precisión a través de los ríos del paralelismo del balón: Guadalete, Guadalquivir, clase y distinción, alegría de vivir y cantos truncados, goles al olvido y lesiones que marcaron una época. Montero habla como jugaba, confiesa su amor a los colores que se enfrentan este fin de semana, por primera vez en muchos años. Renueva su pasión por el fútbol mancomunado. Un hombre de Primera a quien no se le caen los anillos, el hombre que supo vencer a la adversidad tras sucumbir al dichoso mal de los ligamentos cruzados. Cádiz y Rácing Portuense, en clave de salud deportiva, parné maldito y amor mutuo, ligan muchos sentimientos cruzados. Quien no ha visto jugar a Enrique Montero no sabe lo que es una tarde de recortes en seco, pases al hueco y toques de distinción. El mundo por Montero. Lugares comunes de un destino de ida y vuelta, tan hermoso como cruel. Como la vida misma.
"El sábado, en la grada, tendré una serie de sentimientos encontrados", reconoce el fino estilista que jugó en ambos clubes, amén del San Fernando y del Sevilla que le catapultó a la gloria del deporte. "Hombre, que gane el mejor, pero yo prefiero que lo haga el Portuense porque va a necesitar más puntos a lo largo del campeonato. El Cádiz estará arriba, pero el Rácing intentará hacerlo lo mejor posible, con altas miras pero consciente de lo complicada que es la Segunda B".
Montero augura un "bonito derby", piensa en voz alta sobre la ilusión que despierta este año la Liga entre los aficionados de la Bahía. "El fútbol de la Bahía saldrá favorecido por los derbys de este año. Y el partido del sábado, gracias a la impresionante afición del Cádiz, se presenta quizás con un estadio lleno a rebosar, como nunca, el Cuvillo ofrecerá una de las entradas históricas. Hubo llenos en partidos de Copa del Rey (Atlético de Madrid hace años, Valencia hace poco), pero en Segunda B pocas veces se vivirá un acontecimiento parecido".
"Que sea una fiesta del fútbol", que el fanatismo quede arrinconado para siempre, que los mayores den ejemplo, que "los niños puedan ir al fútbol con sus padres", son los deseos más urgentes de Montero. "Que no haya grescas, que las aficiones compartan una tarde inolvidable". Amén.
Montero nunca jugó en un campo con césped artificial, y eso que pisó multitud de campos a lo largo de su brillante carrera. "El césped artificial no termina de hallar la aceptación general, no resulta tan conseguido como el césped natural". No hay color entre el fútbol natural, del que Montero siempre fue un adalid con mayúsculas, y la vida de laboratorio. "El ritmo de juego parece diferente, el balón adopta una velocidad rara, un bote extraño. Este césped es ideal para los chavales de la cantera, pero no para los profesionales", sentencia desde su experiencia. No en vano, además de ejercer de futbolista, que como los toreros nunca se retiran del todo, Montero lleva muchos años vendiendo productos deportivos, así conoce el paño al dedillo, desde "las botas sintéticas de hoy, que no les llegan ni a la suelas de los zapatos a las botas de canguro de antes", hasta los balones actuales, balones demasiado livianos, "con una fina capa de cuero" y poco más. Balones contra natura, la dictadura de las franquicias del fútbol como negocio. El otro fútbol, el de corazón, llama la atención a Montero en todas sus vertientes, desde la pasión provincial de este año hasta "la euforia que se apodera de la afición española en estos días, gracias a la victoria en la Eurocopa. Hay que aprovechar esta ilusión reinante por el bien del deporte". A favor del viento y del destino.
El destino quiso que Enrique Montero, quien a sus cincuenta y cuatro años, nacido en el 54, sigue poniendo apellidos a su tienda de deportes del simbólico Camino de los Enamorados portuense, fuese rechazado por las categorías inferiores del Rácing y firmase del tirón por los juveniles del Sevilla. Otra perla al limbo, la cantinela se repite cada año. El infantil de San Marcos tocó el cielo del primer equipo del club hispalense con dieciocho años, luego supo foguearse en el San Fernando para volver al Sevilla por la puerta grande. Cuarenta goles en 247 partidos en Primera. Y varias lesiones funestas, una de ellas previa al Mundial del 82. Tres veces internacional, una victoria histórica en Wembley y, de pronto, la luz de Cádiz a su disposición. Cuatro años brilló Enrique en Cádiz. Manolito Cardo lo trajo cuando el gran Pepe Mejías voló alto, allá por 1986, y tuvo tiempo de disfrutar de la mejor temporada de todos los tiempos, la Liga de Víctor Espárrago en Primera. Así que hasta que, a los treinta y seis años, por fin, se enfundó la camisola del club de su tierra, el Portuense, hasta su retirada en el 92 de fastuosos recuerdos. La historia se escribe pronto, se vive a tragos, se cuenta despacito, se juega en un campo sembrado de esperanzas. Montero rubricó páginas hermosas del fútbol hispano. Arte a raudales, seriedad profesional, visión de juego, y muchas casualidades juntas.
Montero confirma la gran casualidad de aquella noche del Trofeo Carranza. El Sevilla eliminaba al Palmeiras pero perdía a su gran pelotero por mor de una lesión desgraciada que impidió al portuense fichar por el Barcelona. "Estaba hecho. Esa misma noche me iba a Barcelona". La noche anterior, Miguel Muñoz tocó la puerta de la habitación de Montero, en el hotel Jerez. Joan Gaspart, por entonces vicepresidente del club culé, aguardaba abajo. El Barsa ofrecía el doble a Montero. Y pagaba 150 millones de pesetas al Sevilla y dos jugadores: Esteban y Lobo Carrasco, el traspaso más caro de la historia del Sevilla. No pudo ser. Montero iba a ser sustituido, ya con el partido a favor, pero una entrada criminal de un zaguero carioca truncó su futuro inmediato. "Cosas de la vida", apunta Montero, que no vive del pasado. Estos días sólo piensa en el sábado. Su corazón late entre dos aguas.
Septiembre 08, Submarino Amarillo (Diario de Cádiz)
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