John Cale, la leyenda, levanta al público de sus asientos antes de salir a escena. Teatro Pedro Muñoz Seca, de El Puerto. Todas las localidades agotadas. John Cale manda a un propio que diga al público que no se pemiten fotos y que sobran los sillones, así que, por favor, todo el mundo en pie, hay partida, rocanrol por derecho. El mítico cofundador de la Velvel Underground anuncia el efecto deseado mediante el excéntrico mensaje que deja a la gente estupefacta. Unas docenas de jóvenes se ponen en pie y colman los contornos del escenario y el resto permanece insumiso. Unos eligen bailar y otros, escuchar. Ambos saldrán ganando. John Cale se interpreta a sí mismo durante más de una hora y media, sin recurrir a la nostalgia de terciopelo. Es un hombre de muchos colores, un artista actual, a sus 66 años, que sabe transformar lo antiguo en nuevo, vivir y compartir la emoción del momentio y detener el tiempo con algo fresco y estimulante. Se abre el tiempo de las adivinanzas. Descubra los secretos del insospechado repertorio.
"¡Vamos, Juan!", exclama alguien. El músico galés, escoltado por un trío compacto y sorprendente, firma un concierto de impecable factura, épico y simple, avanzado y clásico, y emplea varios lenguajes: los teclados, las guitarras eléctrica y acústica y su buena y rugosa voz. Primero amaga con guiños eléctrónicos, atmósferas líricas y salvajes, tecno rock de complejas estructuras, pero luego ataca con puro rocanrol, pop de alta calidad y un entusiasmo asombroso.
Tras "Hello there", Elvis se levanta también un rato para echar un cantecito, pues Cale y su banda reinventan "Heartbreak hotel", el célebre rck de la cárcel, que se presenta rreconocible, fantasmagórico, de ritmo obsesivo y nuevas hechuras. A lo largo de la noche suenan piezas de casi toda su carrera, desde "Ray" a "Ghost story", pasando por "Big white cloud", temas de nuevo cuño o indudable misterio que desembocan en los bises "Chinesse envoy" y "Fear", rompedores, como otros tantos tramos del recital. Ni viola, ni Velvet, ni snobismo de andar por casa: rock a pelo, rock magistral que recuerda a épocas pretéritas pero que también suena a grupos presuntamente modernos, emuladores de los pioneros. John juega con las melodías y el caos, canta a la soledad, parece libre, el batería se muestra matemático y muy peculiar, el guitarrista se salta notas a piola y brilla con luz propia, y el bajista se encarga de la trama central, los ritmos del silencio. Minimalismo y euforia. John deja patente su formación clásica al piano, y también a través de los arreglos de ciertas canciones redondas. El hombre que pasó de sus maestros de la vanguardia contemporánea para dedicarse al rocanrol, muestra sus credenciales. Riqueza armónica y sencillez de planteamientos. John y su banda ensayan a diario. Se nota. Pintan hermosos paisajes, a John se le entiende todo, la gente sucumbe en el hechizo, hipnotizada, y ovaciona al artista, que regala propinas, oh, gracias, y una enorme sonrisa preside el momento final. El tipo ha triunfado sin hacer concesiones. Hay quien ha visto este año, sin salir de Andalucía, a Lou Reed y John Cale. Dos grandes maestros del rock moderno. Clásicos muy a su pesar. En permanente movimiento. Y a contraflecha. Jamás serán lo que se espera de ellos. Cale, anteanoche, convidó a bailar y escuchar su poderoso rock juicioso y vehemente. Más cuero que terciopelo, más luces que sombras. Música de mil colores.
Foto de Fito Carreto, realizada destrangis, sin flash, desde las alturas. La organización dispuso que los reporteros podían trabajar durante los tres primeros temas, pero Cale dio nones.
Diciembre 08, Cultura, Diario de Cádiz
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