jueves, 26 de marzo de 2009

Buscando un cuelo


El Xerez va como un tiro, pa que aprenda el Submarino Amarillo, que debe ensayar con más intensidad el disparo a puerta, observen la puntería del presidente del Xerez.
Todavía hay clases. Caniches en Tribuna, gente sin pedigrí en el Fondo de la picaresca amarilla. Se está perdiendo tó, hasta los trucos del almendruco para buscar un cuelo en Carranza. Ahora basta con tener amigos. Antes se jugaba uno la vida o practicaba el "cueling" con todo el arte del mundo. Hoy, por mor de los tornos, los carnés plastificados, la huella digital y la profesionalidad de porteros y guardias de turno, imposible entrar por la misma cara, salvo que seas vip guay o colega de alguien con mucha mano. Pero el caniche blanco del sábado pasado, amén de demostrar que el personal está canino y que algunas van al estadio con poses de Victoria Beckham de la Bahía, abre una puerta a la esperanza. Abre la puerta, niña, que entre la corriente.
Siempre hubo clases. En tiempos no demasiado pretéritos, el Cádiz repartía localidades entre la gente importante y mantenía a raya a quienes pasaban fatiguitas, aun dejando ciertos resquicios para el cuelo. Los pases de favor, inventados para comprar silencios, pagar cuentas pendientes, rendir tributo al personal más peligroso de la ciudad o devolver favores, nunca pugnaron en igualdad de condiciones con el cuelo. Ya crecieron los niños que cruzaban la puerta J de Preferencia infiltrados en equipos de barrio, las montaneras que se formaban a menos cuarto, los "rempujones" al grito de ¡invasión!, la falsificación como modo de vida, la señal del portero justo a tiempo para trincar los cables, echárselos al hombro y poner cara de currelante, o la cuerda. Ay, la cuerda que subía y bajaba, como el mismísimo Submarino, y alzaba de forma cuasi milagrosa a los reyes del equilibrismo.
Así en Carranza como en el Falla, el cuelo no tiene rival. Entre los veteranos nadie olvida al médico gaditano que se adentraba en los foros más inhóspitos de la manera más sencilla, descarada y efectiva. "Usted no sabe quién soy yo", frase mágica y casi infalible, que lo mismo servía para una semifinal del concurso que para un Trofeo de campanillas. Bastaba con poner cara de fiscal, lucir hechuras de cobrador del frac, guiñar el ojo al destino inmediato y saber esperar. Y caminar con paso firme, sin mirar a derecha e izquierda, como el célebre chico del hielo, que cada domingo portaba una enorme barra de hielo y entraba en Carranza con cara de prisa, que voy, que voy, ya estamos dentro, no falla. Trompetistas de la banda de música, presuntos directivos visitantes con más rostro que espalda, alpinistas del mundo moderno: la memoria deja casos impresionantes. Las torretas de Carranza presenciaron escaladas monumentales, mejor olvidar trágicos accidentes, había cuerdas por todas partes, y escalones invisibles hacia el cielo, y ventanas con dirección gol, rendijas que permitían colarse hasta el mismo cuarto-baño, un salto de dos metros y viva el Cádiz.
Hubo un tiempo en que los costados del estadio invitaban al cuelo masivo, aun con riesgo a perder la vida. En ambos fondos, junto al marcador simultáneo dardo, en Preferencia, y daba mucho coraje llegar al final de la escalada y ser trincado por el pescuezo por el guardia de marras. Pero "lo" de las torretas se antojaba demasiado peligroso. Partidos en el aire, pies de vértigo, la valentía en do mayor, héroes de lunes en el colegio, padres de familia entre el cielo y el suelo, montañas de niños, amigos para siempre. Hoy hay que tener amigos.
A continuación, hecho verídico de los tiempos en que no había móviles, ni internet, ni rotondas, y doña Teo aún no había soterrado el tren del gol y los malandrines aún no habían retirado el peaje del puente. A pique de un repique, casi a la hora hache, nuestro hombre se acerca a la puerta elegida, donde un portero un poco desnortado lo recibe con cara de domingo en adobo, hola, qué hay, resulta que no tengo entrada, claro, pero debo entrar un momentito, sólo un momentito, para dar un recado muy urgente a mi cuñado, en casa ha ocurrido algo muy grave y tengo que buscarlo como sea, haga usted el favor, no le engaño, ¿cómo le voy a engañar?, por mi madre que estoy aquí en cinco minutos ... mil gracias, no sé cómo agradecerlo ... el gachó ya está dentro. Tras un breve titubeo para tantear la situación, nuestro hombre vuelve a salir por otra puerta, una puerta distante para evitar mosqueos, y reclama a su portero que le entregue un tiquet o algo, un comprobante, pues debe salir un momentito, es sólo un momentito, para realizar un gestión urgente de carácter familiar y en unos minutos vuelve, sin más problemas, gracias, usted. El nota ya cuenta en su poder con la contraseña, da una vuelta a la redonda, entra por otra puerta y, ni corto ni perezoso, pues ya salen los equipos al césped, sale por la primera puerta de marras, donde el portero parece ya un poco escamado, y cumple con su promesa, gracias, buen hombre, ya encontré a mi cuñado, que ha salido corriendo para la casa, muchas gracias por todo, y sin más contemplaciones el tío busca otra puerta y ya está dentro, íííííínnnn. El trabajito que cuesta burlar a la autoridad. Eran otros tiempos, claro, ahora más bien la autoridad se burla del consumidor. Ejem.

Marzo 09, Deportes, Diario de Cádiz

3 comentarios:

Ignacio Lobo dijo...

Intrahistoria del gaditanismo de toda la vida... qué grande.

Charo Barrios dijo...

Lo siento, nunca fui capaz de colarme, ni siquiera en la Residencia, a ver a alguien ingresado, en los años en que las normas de visitas no estaban muy definidas. No sirvo para eso.
Por cierto, el Cádiz, el sábado pasado, fatal.
¿por qué la gente guarrea tanto las gradas? ¿es imprescindible echar y dejar allí las cáscaras de pipas?.
¡qué cosas!

Enrique Alcina Echeverría dijo...

Saludos a ambos dos, hoy el sol está buscando un cuelo entre las nubes, la luz entre las tinieblas, la justicia entre el cachondeo, etc, etc ... pequeñas historias gaditanas, Ignacio, yo recuerdo cuando la gente escalaba las paredes del Falla en los bailes de Carnaval ... qué razón tienes, Charo, en Cádiz repugna la costumbre de arrojar las cosas al suelo pa que las recoja otro, tanto en el Carranza como en las calles ... en fin, saludos !!!