martes, 11 de agosto de 2009

Una caló de justicia


Si la gente defendiera sus derechos igual que defiende sus colores, otro aire respiraríamos en este rincón del mundo. Fétido ambiente. Irrespirable. Eso pasa por vivir por encima de las posibidades, en lo alto de la colina de los locos por el dinero. Con la caló, el olor se antoja nauseabundo: políticos a la gresca continua, enemigos íntimos, jueces, fiscales, policías, la leche en vinagre. Y la muerte de un futbolista. Velas al suelo. Gritos al cielo. Show visceral.
La dignidad se siente amenazada, espiada, maltratada, esposada. El padre de la niña que no tenía edad para mentir habla de la calidad de la democracia, mira tú qué gracia, y de los derechos humanos, de Torquemada, con el tostón que hace, y de unos cuantos pobres ricos atados a su pasado reciente. Juicios para lelos. Bandidos de cinco estrellas, Ni en agosto nos dejan en paz: no saben ni ponerse de acuerdo, pagamos caro su humor, salen muy poco económicas sus bromas, sus hostilidades y sus pactos, léanse las manitas que hacen los eternos adversarios en el norte del infierno de sus propias debilidades. Las bombas suenan a campanas de revancha, a paso atrás, huida hacia adelante y mezquindad. Las palabras también suenan mal.
Por cierto, ya que denuncian corruptelas y conspiraciones, ¿qué fue del caso Malaya? Malaya significaba de Málaga a Ayamonte. Largaron al juez, entretuvieron al personal con las andanzas de Cachulín y cía, y colgaron un tupido velo. Entonces no importaba que esos malandrines salieran escopteaos de comisaría con las manos esposadas, todavía hay clases.
Al pairo nos traen los dimes y diretes de esta clase sin clase. Salvando las distancias, y la gente que queda con honestidad, las noticias huelen mal, a mafia calabresa, produce mucha vergüenza, y también risa floja, asistir al espectáculo infinito del poder del dinero. Todo muy oscuro, aunque también muy clarito. La financiación ilegal de las costumbres españolas, segunda parte.
Por lo demás, la susodicha caló, y el viento de Levante acechante, que espera agazapado, ná más que traen pensamientos paradójicos, según si sales o si entras al aire acondicionao, cuidao con el abominable hombre de las nieves, marqués de Kelvinator, un peligro público.

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