Rapidito, que anoche vino la Policía. Rocanrol pernicioso a la vera del mar. Las niñas del swing. El tío de la trompeta. Juanito dando "patás" en el suelo. Tocando el cielo urbanizable. Elvis vive en Puerto Churry, segunda sesión nocturna de la Monkey Week. Psicodelia, rock antiguo, country alternativo o así, folk mediterráneo, ritmo, blues y el espíritu sincopado de los ángeles caídos. A las tres en punto de la mañana, demasiado pronto para morir de éxito, demasiado tarde para la autoridad, despedida y cierre. No son horas. La hora del rocanrol.
Los hijos de Brass Buttons, la banda portuense de soleado estilo californiano que encandila horas antes en el Muñoz Seca, mueven el esqueleto al ritmo de Leda Tres, la niñita salta del coche capota y brinca, sacude las coletas con un montón de gracia. Perles y compañía enseñan la cicatriz electrónica, surrealismo del sargento Pepe, guiños a los Flaming Lips, breve pero sugestiva demostración de poderío. Los Perles acuden a la llamada del doblete, sus hijos abren el cartel con su grupo y luego el Perles batería se desdobla con Josh Rouse. El público necesita lucir una pulsera en la muñeca para entrar y salir del recinto. A los Perles les basta con un reloj de pulsera en la muñeca. La música de Leda Tres pinta de colores la tarde, que arranca los primeros bailes con el mecánico de la Toyota y sus compis del Dinki Timone Combo, primera andanada de rocanrol enciclopédico. "¿Os apetece un chapuzón en el mar?", pregunta el vocalista. Un perro pointer nadador navega por los pantalanes mirando fijamente a su dueño, que arroja piedras al agua ajeno al festín de los monos.
Un tipo tan peculiar como Howe Gelb, sombrero repleto de ideas sueltas, desnudo de artificios y acompañado por un batería y su propia soledad impregnada de elegante vehemencia, sólo puede brindar sorpresas envueltas en pianos, guitarras, dos micros independientes, la voz dentro de una caverna, Lou Reed al fondo del local, Neil Young metiendo fuego a los altavoces o un poco de ragtime para frenar el tiempo. Gelb no causa sensación, pese a sus intentos de emocionar con esa mezcla de aridez y delicadeza. Apunta golpes jodidos, ofrece despuntes de brillantez sublime pero también aburre una mijita. Canta padentro, toca lo que se deja tocar, simula el bajo, la orquesta vacía del demonio, pasea por caminos tradicionales y los colma de revolcones sonoros que enamora y asusta a partes iguales. Comienza a llenarse el puerto deportivo, la noche toma color, un gachó se distrae en la barra mostrando sus cuernos colorados y Josh Rouse, con su encanto particular y ese aire oceánico que ha asimilado desde que vive en España, pone de manifiesto la atemporalidad de sus hechuras musicales, entroncadas en el folk anglosajón, hermanadas con el sol y las esquinas del viento. Soplan sus canciones como brisa fresca, a la gente le gusta la oferta y se arremolina con cara de felicidad. Naif y pinturero, Rouse regala lo mejorcito de sí mismo, algunas piezas muy conocidas y una pieza en castellano, los americanos suenan graciosos en español, "vale, vale, vale, Monkey Weee". Se encienden los teléfonos celulares, Josh canta a "la ciudad de la playa" y sin pretenderlo recuerda a La Muralla.
La luna azul saluda al puro rocanrol de Kitty, Daisy & Lewis, espectaculares, grandiosos, increíbles pero certeros. De película en blanco y negro. De dibujitos animados. Las niñas intercambian los instrumentos como en un juego de cajas que guardan de todo menos sospechas: banjo, piano, batería, armónica, acordeón, ukelele, xilófono, la biblia en verso, Elvis y Johnny Cash de juerga en el limbo del rock americano interpretados por ingleses del norte de Londres. Jóvenes, astutos y encantadores. La jovencísima Kitty y sus compis se afanan en la tarea como artesanos del ritmo universal, lo bordan con temas de ayer y de hoy, el publiquito no da crédito, como los malditos bancos, y de pronto entra en liza el negro del trombón, maestro con tantos tiros dados, y la escena transporta al personal a tiempos imposibles, a los cincuenta y a los cuatro mil, cambia de improviso la intención, gira el destino del ritmo, reggae y blues a la gresca, un contrabajo desatado, la trompeta al aire libre, swing por un tubo, todo lo contrario que la nostalgia, el futuro en clave, todo negro y blanco, la antesala de la traca final del rockabilly, Heavy Trash o Juanito Spencer dando patás al suelo, Elvis otra vez, James Brown por la gloria de su madre, blues eléctrico, un gachó en las gradas luciendo una camiseta con el lema "Me cago en Bush" y unas palabritas en español. "Venimos a matar insectos, matar la mosca". Jevitrash, pedazo de grupo y líder de la luna que se recrea en el soul en cuerpo y alma. Impresionante. Carismático y con multitud de recursos, John Spencer también llega de los tiempos mejores de la música americana, pero a veces suena a ochenta, a nueva ola y punkies, a negro y a Sun Records, pega dos o tres patás en el suelo y levanta oleadas de pasión. Pura pasión. Las tres en punto de la mañana. Juanito cierra la puerta del glorioso rocanrol.
Octubre 09, Cultura, Diario de Cádiz
Foto de Andrés Mora
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