A las puertas del recinto despachan discos del artista. Un gachó alto y rubio como la cerveza fija precios aceptables, pero lamenta: "La Fnac ha acabado con nosotros", se supone que con las tiendas independientes. Y un gaditano interpela: "Pues nosotros acabaremos con la Fnac". Al tiempo. El típico aguafiestas incomoda pero sintetiza: "Pues yo me los bajo del emule". Hala.
Ian Curtis, el recordado líder de Joy Division, habría salido la mar de contento del concierto de Dominique A, que no sólo recuerda a veces a ka legendaria banda siniestra, sino a las figuras del tecno pop de calidad. Asombroso, pero cierto. El cantautor divino toma prestados ciertos aires y sonidos de los ochenta, pero también rinde pleitesía a mitos inolvidables como Serge Gainsburg o Jacques Brel. Explosivo cóctel de sensaciones, ritmos, poesía y actitud. Leonard Cohen, otro miembro de la alegría de la huerta, también habría flipado anteanoche a través de los vericuetos de Dominique A. Guitarras, teclados, secuenciadores, tecnología humana, callejones oscuros y luces de neón.
"Le sens" abre fuego, entre un público mayorcito y variopinto, hasta desembocar en "Le courage". El cantante apenas recurre a su brillante aunque dicen que irregular historial discográfico, sino que presenta sus nuevos respetos, hasta un total de diez temas del último disco, y encandila a la gente con piezas más o menos añejas, en especial "Le commerce de l'eau", el sensacional homenaje al puerto chileno de Valparaíso, la joya del Pacífico, donde Dominique causa furor, y así hasta veintitrés composiciones libres y peculiares. Emociones y distorsiones, cortes en seco, una banda de postín sin excesivos alardes, la épica del ser humano, campanas de libertad, aliteraciones singulares en la torre de Babel. El artista ironiza con el lenguaje, habla español con cierta corrección aunque no entiende algunos mensajes del público entregado a la causa. Sin chillar, en el punto exacto de su voz dorada, rotunda y cercana, relata historias de desamor con intensidad, saluda a los espectadores con un gracioso "señoras y caballos", y la gente se deja invadir por tal exhibición de maestría y encanto. La intimidad a pecho descubierto, el dolor y la alegría danzando en el espejo cóncavo del deseo voraz.
Enero 10, Cultura, Diario de Cádiz
La foto es de Kiki
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