jueves, 31 de julio de 2025

El corresponsal del Fin del Mundo: El Negro Maradona


 

Javier Tisera

Buenos Aires


Nadie va a negar que la inmigración europea es uno de los pilares históricos-sociales de la República Argentina. Pero detrás de esa fachada de garbo y chepa gallega o de gloria de Vía Apia y acueductos romanos; se esconde otro mundo.

Detrás de esas bambalinas aparecen sombras y memorias de esclavos negros que consiguieron su libertad en las cargas de infantería de la Independencia o que fueron a parar a las mazmorras virreinales por colaborar con los criollos; los hijos americanos de los funcionarios españoles.


Hace tres años, una periodista norteamericana acusó a todo el país como xenófobo por no tener negros en su selección campeona del mundo; las carcajadas y la bronca de los argentinos se encaminaron al norte. Quienes hacían la crítica; soslayaban que fue el estado más racista de todo el continente americano. Pero ese artero e infeliz artículo periodístico; corrió un velo que como la tristeza brasilera “nao tem fin”.


Pero esa injusta crítica no solo mostraba una inquina acendrada, sino que además carecía absolutamente de fundamento, por una sencilla muestra: Diego Armando Maradona era descendiente de afroamericanos. El ídolo más encumbrado de los argentinos: El Diego, El Pelusa, El Nene (como le decían los técnicos), Diegote, D10S o como le decía su nieto (el hijo del Kun Agüero) Babu. Y acá debemos decir que miles de argentinos en forma cariñosa o despectiva le decía: El Negro Maradona.


Quién se podía imaginar que es zurdo e ídolo del pueblo argentino; desde la tumba iba a volver a estremecer la identidad nacional.

Era como si la percepción empírica y popular, daba indicios que, esa mota en el pelo y su piel cobriza, esa solidaridad con los menos favorecidos eran signos más profundos de una argentina secreta.

Y una novedad fue que el genealogista y profesor de Ciencias de la Comunicación la Universidad Nacional de San Juan, Guillermo Kemel Collado Madcur, era descendiente de una familia de esclavos africanos pero le era imposible señalar si del Congo o de Kenia.

Investigaciones de distintas universidades argentinas confirman un dato poco conocido: uno de los tatarabuelos maternos de Maradona fue un esclavo afrodescendiente que vivió en la provincia de San Juan durante el siglo XIX.


De esta forma, se comprobó que Diego no solo se identificaba simbólicamente con las raíces populares, sino que también era descendiente directo de afroargentinos, lo que lo convierte en una figura todavía más representativa de la diversidad del país.

La madeja de antecedentes comienza Francisco Fernández de Maradona, que embarcó para América en 1745 afincándose en San Juan de Cuyo, donde se casó con Francisca Arias de Molina. Con este matrimonio se «fundaba» la saga de los Maradona gallegos (el anteapellido Fernández se iría perdiendo), una saga entre cuyos miembros se cuentan los gobernadores Timoteo y Santiago Maradona, y a la que perteneció el prestigioso abogado de la Universidad de Buenos Aires José Ignacio Maradona, quien decía recordar haber hablado con el padre de Diego, escuchado de éste que su madre había sido una de las hijas del “ingeniero civil Santiago Maradona gobernador de la provincia de Santiago del Estero” y que él llevaba el apellido materno “porque a su padre no lo conoció”.

Collado Madcur ha mencionado que logró recrear el árbol genealógico de Maradona, retrocediendo hasta cinco generaciones. Este análisis cambió la percepción común sobre el linaje del futbolista, que tradicionalmente se vinculaba a una familia de patrones de Cádiz.

Ahora, se sabe que ese esclavo tuvo un hijo que nació libre, Juan Evangelista, quien se mudó a la provincia de Corrientes y se transformaría con el correr del tiempo en el tatarabuelo de Diego Maradona.

Durante su vida, el Diego llegó a contar en una oportunidad que tenía sangre guaraní y su familia venía de Corrientes, con un apellido de origen español y una parte de su familia que nunca había llegado a esa provincia del litoral argentino. La investigación arrojó luz sobre los ascendientes de esa familia correntina y se descubrió eran esclavos africanos; como el 70% de la población de Corrientes que aún no lo sabe.


El Diego no es el único


El caso de Maradona ayuda a derribar mitos sobre la composición étnica del país y a reconocer que, detrás de los grandes nombres de nuestra historia, también hubo personas que descendían de esclavizados traídos desde África.

En la memoria los argentinos sabemos que el general de José de San Martin, representado en los iconos oficiales como un blanco con ojos azules a pesar que en el Cuartel de Murcia sus compañeros cadetes le apodaban “el negro”; Bernardino Rivadavia, el primer presidente de Argentina quien siempre ha sido objeto de racismo por parte de sus opositores políticos llamándole “Doctor Chocolate”; Josefa Tenerio, la abanderada del Ejército Libertador, era una esclavizada de Gregoria Aguilar; Antonio Ruiz “Falucho”, esclavizado negro de la familia Ruiz; María Remedios Del Valle, madre de la patria Argentina; el sargento Juan Bautista Cabral (héroe de la batalla de San Lorenzo), hijo de esclavizados africanos, José Jacinto Cabral y Carmen Robledo, originaria de Angola; Gabino Ezeiza conocido también como “Negro Ezeiza” o “trovador de la pampa”.



Regreso con gloria

Diego Armando Maradona visitó San Juan en cuatro oportunidades: dos como jugador profesional, una con su espectáculo de Showball y otra como entrenador de la Selección Nacional, previo a la disputa del mundial de Sudáfrica 2010. En ninguna de esas ocasiones pudo imaginar que su antepasado vivió en estas tierras y peleó por la independencia argentina.

La primera visita de Maradona a la provincia de San Juan, se produjo en octubre de 1979, vistiendo la camiseta de Argentino Junior. En esa ocasión, enfrentó en un amistoso a San Martín de San Juan. El equipo local ganaba 3 a 0, pero unas pinceladas de Diego fueron más que suficientes y el Bicho de la Paternal terminó imponiéndose 4 a 3.

La segunda vez que pisó suelo sanjuanino fue tras el fracaso en el mundial España 82. En esa oportunidad, integrando el seleccionado argentino, enfrentó a un combinado de Cuyo. La albiceleste se impuso 9 a 1, con cuatro goles de Maradona.

La tercera visita del ídolo se registró con su espectáculo de fútbol reducido, llamado Showball. En esa oportunidad el combinado argentino enfrentó a Chile y el partido terminó 7 a 7.

La última vez de Diego en San Juan fue en el año 2010. Argentina ya estaba clasificada para el mundial de Sudáfrica 2010. Enfrentó a Costa Rica, que en el arco traía a Keylor Navas. Argentina ganó 3 a 2.

La historia de Maradona afrodescendiente permite poner en foco un tema muchas veces invisibilizado: la presencia de personas afrodescendientes en Argentina. A pesar de que hoy representan una minoría, su legado cultural y social es profundo.


lunes, 28 de julio de 2025

Cualquier parecido con la realidad

 


Los futbolistas parecen artistas.

Los artistas parecen narcos.

Los narcos parecen justicieros.

Los justicieros parecen políticos.

Los políticos parecen charlatanes de feria.

Los feriantes parecen predicadores.

Los predicadores parecen mafiosos.

Los mafiosos parecen gente seria.

La gente seria parecen cómicos.

Los cómicos parecen psicólogos.

Los psicólogos parecen curas.

Los curas parecen agentes inmobiliarios.

Los agentes inmobiliarios parecen idealistas.

Los idealistas parecen soldados.

Los soldados parecen mercenarios.

Los mercenarios parecen periodistas. 

Los periodistas parecen sicarios. 

Los sicarios parecen intermediarios. 

Los intermediarios parecen cantautores. 

Los cantautores parecen camareros. 

Los camareros parecen estrellas fugaces. 

Las estrellas fugaces parecen historiadores. 

Los historiadores parecen enterradores. 

Los enterradores parecen soñadores. 

Los soñadores parecen pintores del tiempo. 

El tiempo es un ajuste de cuentas.


domingo, 27 de julio de 2025

Coplas a Valentín el Fenicio

 


Valentín el fenicio merece un acto de desagravio o, tal vez, de justicia divina y humana. Valentín ejerce funciones de atractivo turístico, en su condición de primer gaditano conocido. Alegría y desempleo. El amor por Gadir no tiene edad. Valentín cuenta con 2.600 años, es un resto arqueológico de larga duración, y desde hace nueve años, cuando fue descubierto en las entrañas del solar del Cine Cómico, interpreta un nuevo papel de protagonista principal de la azarosa y fascinante historia de Cádiz. Es hora de rendir pleitesía a los fundadores fenicios, cubiertos durante centurias de mala fama, y de convertir a Valentín no sólo en un vestigio del pasado, un souvenir del porvenir imposible, sino en un ejemplo a seguir. O no.

A Valentín le hicieron un tac en el Puerta del Mar y le sacaron hasta el código de barras. Murió en extrañas circunstancias por mor del asedio de Gadir, probablemente en un incendio. Mediana edad tirando a los treinta, 1,77 de altura, fractura de fémur muy dislocado, y una gran vida social, sordo de astilleros, hijo de madre europea y padre fenicio. Se conoce que una gaditana, harta de los modales de otros hombres del mar, se enrolló un martes de Carnaval con un colono de buen porte de los fenicios que desembarcaron en Cádiz en busca de metales y de un lugar a buen resguardo donde montar su base comercial, cruce de caminos entre Oriente, África y Europa.

 El yacimiento de Gadir, cuya excavación se inició hace una década, data del año IX antes de Mágico González. Nadie tiene la culpa de que Cádiz sea más antigua que Roma. De una u otra manera, los gaditanos como Valentín conservan el espíritu fenicio, el estilo inconfundible de personas cosmopolitas, amables, diplomáticas, tolerantes, hospitalarias, discretas, orgullosas, creativas, religiosas, buscavidas, ilustradas y, sobre todo, comparsistas y chirigoteras. Fueron los griegos y los romanos quienes propagaron falsas leyendas en torno a los fenicios: que si eran zafios y tramposos, aduladores con los poderosos y severos con los humildes, que si pertenecían a la cofradía del puño. Los fenicios fueron maestros de los griegos y los romanos, y también escribas, sacerdotes, pensadores, y asímismo ingenieros navales, artesanos, marinos y comerciantes.  Vale, puede que Valentín sea hoy en día el primer sieso, el primer tieso, pero también un precursor de la calidad de vida a este lado del sol, esa combinación entre ocio y negocio que alguna vez resultó rentable. O no.

Los fenicios acuñaron el alfabeto sin una sola falta de ortografía, inventaron el vidrio, cultivaron la filosofía estoicista, la astronomía para regirse por las estrellas, la medicina, el primer comercio global, las matemáticas, y se especializaron en la construcción de barcos de pesca y navegación antes que Echevarrieta y Navantia; padres e hijos compartían sus oficios en gremios, adoraron a dioses universales y terrenales, cambiaron plata tartésica por aceite, hicieron maravillas con el trueque del almendrueque. Pescaron atún antes que algas, respetaron a la mujer gaditana, o tal vez ésta se hizo respetar, en torno a una sociedad jerárquica compuesta de arriba a abajo por dirigentes, asambleas populares, trabajadores libres, asalariados y esclavos, amén de funcionarios de Diputación y la Juntandalucía. El propio Aristóteles escribió que el gobierno piramidal de los fenicios concedía importancia a "la voz del pueblo", una especie de 15-M de andar por casa. No hay datos concluyentes acerca de la ideología de Valentín, aunque se sospecha que votaba a Podemos.  

Valentín sufría los efectos del vértigo y, acaso, cierta nostalgia de futuro. Yo creo que moría por la Eternidad de Martínez Ares. Las malas lenguas sostienen que era un hombre primario, precisamente quienes nos han abocado a todos al sector terciario en precario. Valentín iba a misa, al templo de Melkart, y los domingos por la tarde cogía el Comes para visitar el yacimiento de Doña Blanca, en El Puerto de Santa María, que se disputaba con Gadir el primer premio en antigüedad. No es extraño que el tiempo nos haya legado tantos puentes, de hormigón y de asueto: las islas Gadeiras eran tres, y a Valentín le molaba la carne de res, el pulpo, el vino y la Cruzcampo bien fresquita, con mucho gas.

Los turistas de cruceros, los visitantes hispanos de amplia cultura conocen mejor a Valentín que los gaditanos propios y extraños. O no. Una lanza por los fenicios. Vamos a dejarnos de historias, todos somos fenicios, aunque un poco más estropeados y golpeados por la vida húmeda, erosionados por el mar, urbanizados por el maldito parné, pero aún privilegiados por la música del cielo.

La ilustración es de Iván del Río.


sábado, 26 de julio de 2025

La vida más allá del Falla

 


Todo el mundo se pregunta si hay vida más allá del Falla. Los que vuelven al teatro que les vio nacer, tras ocho años de búsqueda por otros senderos, cantan lo que piensan acerca de Cádiz. "Somos los que quedamos, los que nos fuimos", advierten las ratas en boca de quien nunca se había ido, Jesús Bienvenido, que viene de obtener lo contrario del olvido, el reconocimiento a su genuino genio creativo, con unas cuantas muestras de su querencia al espectáculo músico teatral, y se explaya a gusto en una suerte de desamor por Cádiz y sus circunstancias.

   "Mañana no sé si estaré o no estaré", barrunta Bienvenido, que detiene el tiempo desprovisto de exuberancia musical, sugiere los ecos de la fusión de sones y ritmos del mundo entero que emplea allende las fronteras del Falla, y lo hace en su justa medida. Lo mismo ronea alrededor de un exclusivo duelo de guitarras, -que ahoga la primera exclamación pública de su retorno, "¡Vamos a escuchar, por Dios!", suelta un anónimo gaditano-, que abre los pasodobles henchido de orgullo de pito de copla, renueva las hechuras del cuplé o se acuerda de uno de sus pasiones, el tango. La comparsa permite, sin fisuras, que el mensaje se escuche con claridad. "Aquí no mando yo, en mi barrio ya no mando yo, en mi barrio ahora manda cualquiera". El sol fallece en el agua que es para aplaudir".  

Mira tú por dónde, Bienvenido representa ahora a los que sobran. Él, que hace unos meses confesaba que no le gusta la competición ni los devaneos actuales del concurso, se reviste de la gente que aprendió a cantar por no llorar, la estirpe selecta de la calle caída en desgracia, los fuera de la ley de la oferta y la demanda, caraduras de renta antigua desahuciados en los límites de su ciudad. "Cádiz se vende. Mejor dicho, se regala. Nos la han quitado de las manos".

Más allá de nuestras mentes diminutas, algunos de los más brillantes artistas de ayer y de hoy veneran la música de Cádiz y distinguen con su amistad a sus portavoces. La conexión del Carnaval con la música comercial, por así decirlo, ha crecido a la cola del viento. Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Kiko Veneno, Javier Ruibal, Vanessa Martín o Manuel Carrasco han visitado un montón de veces este rincón, se han enfrentado al teatro Falla con sus  argumentos de postín, han pisado las calles, han bailado el vodevil del caos ordenado y también han abrazado los trucos de los grandes de la fiesta. 

Manolo García agrada mucho en Cádiz, nadie como Cádiz para memorizar al pie de la letra las insondables metáforas del juglar catalán, que ha grabado numerosas referencias a esta ciudad, desde los tiempos de El Último de la Fila, cuyos conciertos en la provincia aún se recuerdan con emoción. Manolo García se encajó una vez en Cádiz "de incógnito" a disfrutar de las parodias del cuarteto del Gago. El Gago es un gran aficionado al rock y a los trovadores hispanos. Y García destila modales de comparsista y alegorías por demás.

Los Juancojones estuvieron a punto de compartir cartel con Joaquín Sabina. En su mejor momento, la chirigota del Love trabó complicidad con Pancho Varona, guitarrista, arreglista y escudero fiel de Sabina hasta hace poco. Existen correos electrónicos que prueban los pensamientos de Varona de convencer a Sabina de "hacer algo" con la chirigota. No llegaron a buen término esas promesas de teloneros en ciernes, pero el ingenio gaditano corrió como la pólvora. Lo típico. 

 En Cádiz nadie llama Alejandro Sanz a Alejandro. Hay confianza. Alejandro asistió una tarde, desde la intimidad de las bambalinas del Falla, al estreno de los Golfos de Cádiz, y ya antes había difundido a las teclas del piano las letras más rebeldes de Juan Carlos Aragón. Otra noche, en los camerinos improvisados del colegio San Felipe, alguien regaló a los charnegos de Estopa una cinta de Los Yesterday, pa' que supieran lo que es bueno. Y el viejo rockero que nunca desfallece, y que se ha retirado ya más veces que Bustelo, se hartó de firmar ejemplares de su libro de memorias escoltado por el monumental ángel, David Medina y Andrés Ramírez, enormes escritores de romanceros que presentaron los "greatest hits" del granadino como nadie lo había hecho antes ni lo hará. A los hijos del rock and roll, Bienvenido. 

 

   

Por eso, y por muchas cosas más, los de Bienvenido han venido a cantarte, ante tanta gente, entre tanto ruido, para quitarse de encima las dudas menos interesantes y denunciar la deriva de los hechos consumados, la especulación del suelo y los efectos navales que produce la invasión del turismo, al compás de esas maletas que suenan como cascos de caballo. Barrios sacrificados, comercios al limbo del interés creado, precios disparados, excursiones insolentes, el maremoto que llegó por el Puente.

Convertidas en souvenirs, las ratas narran las vicisitudes de su exilio interior como quien necesita con urgencia expresar su vehemente desencanto a los vientos con tal de no tirarse a los bloques.


Bienvenido no disfraza su ideología y dirige la mirada a "los aficionados de derechas" que a su juicio no representan a la fiesta, chirigoteros de salón, a quienes espeta que el Carnaval fue "la conquista

y el grito de la clase obrera". Uno no sabe muy bien a quiénes se refieren estas ratas, porque vivo en el campo, cuando lamentan que se les cae el alma al contemplar "lleno de fachas el Gallinero". No hay manera de rematar un pasodoble de esta guisa que subrayando su negativa a ser un bufón de Palacio. Aplaude hasta el Gallinero, paradojas del Carnaval. En el Gallinero, dicho sea de paso, cada vez se sienta a escuchar menos gente de Cádiz. Otra paradoja.


Consulte el espléndido libro "Carnaval Pop",  obra del prolífico cantautor Fernando Lobo, si quiere recorrer los vericuetos del encuentro del Carnaval con el resto del mundo. Fernando, que estrena estos días su séptimo disco, poeta a tiempo completo e incluso callejero romancero en su fiebre carnavalera, publicó el volumen en la editorial Gong, de los Hermanos García Pelayo, leyendas del cine, la producción discográfica y la música en directo. Gonzalo y Javier impulsaron la carrera de Triana y Cai. La voz de Jesús de la Rosa pervive en numerosas comparsas de Cádiz, lo mismo que desnuda su legado la guitarra de Paco de Lucía, y el recordado batería Diego Fopiani, Fopi, cantaba desde el fondo del alma de Cádiz y marcaba el ritmo que aprendió de chico persiguiendo a las chirigotas por los callejones de La Viña mientras aporreaba una lata de sardinas, y arrimándose al vandalismo eléctrico de Jimi Hendrix. Fopi era más de los Rolling Stone que de los Beatle. Se le echa mucho de menos.

Martínez Ares se largó a Madrid a probar fortuna, en el instante preciso en que emprendió su larga retirada, y firmó un disco de canciones, ¡canciones! Lo intentó de veras, compuso hermosas piezas para Pasión Vega y otros artistas, pero en su debut en solitario dejó claro, por si las dudas: "No sé si volveré". Lo mismo que sostiene hoy Bienvenido en el oráculo gaditano. Martínez Ares transitó por diversos géneros musicales y dejó su impronta, aunque acaso se hizo la pregunta de marras, "¿hay vida más allá del Falla?" y retornó a la senda del concurso.

    Una semana de encierro y ya se sienten en carne propia y ajena las contraindicaciones del veneno de las coplas. Los gaditanos no pueden alardear de haber inventado el metaverso, el oportunismo, el falserío y las porfías entre autores que hoy rentabilizan en la pantallas el Broncano con el Pablo Motos. Las calles del mundo se parecen demasiado a los duty frees de los aeropuertos. El tiempo vuela, la gente canta o vitorea ideas con las que no está necesariamente de acuerdo, sabes lo que te digo, las buenas noticias planean sobre aviones de papel pintado y los chistes malos vuelan directamente a la mismísima papelera de reciclaje, anuncian otro simulacro de tsunami, ya se ven personas hablando solas por los rincones y quiera Dios que el concurso sea sostenible tras la ecografía de febrero. Se antoja una broma de mal gusto que los coros comiencen a cantar en la cuarta sesión del concurso, luego los necesitaremos en la calle.

A Bienvenido le está yendo bien su aventura en las inmediaciones del arte accidental, tal vez por no haberse apartado demasiado de aquello que le dio a conocer y que domina como él mismo. Así se trasluce de "El balsero" o "Rámper", donde el Carnaval convive con el flamenco, como es natural, el circo, el vals peruano y la canción de autor. Pero no deja de ser Carnaval de Cádiz sin cortapisas. Hay quien considera "El balsero" una comparsa más de Bienvenido, a su manera. Una comparsa de uno. "El Rámper" se distancia en cierto modo del Carnaval para adentrarse en el susodicho espectáculo músico teatral, nada que ver con el actual espectáculo músico teatral del Falla, la feria de las vanidades. 

 En sus "Cuatro suites de Momo" o "Tango a tres", el funambulista gaditano comparte su amor incondicional por el funk y el soul de los admirados Agapornis, pero también el rock, la cumbia que tanto enamora en América, el ska, la rumba, el swing, el reggae por la gracia de los rastamanes y hasta el rock andaluz. Y halla la diferencia y el sentido de la vida dentro de los tesoros ocultos de algo  tan nuestro como de todos. 

Rocío Jurado cerraba el teatro Pemán acabaítos los conciertos de los eternos festivales de verano y se juntaba con lo más granado del jaleo, sus compadres de fandangos y tente tieso, entre ellos uno de los monarcas de la comparsa, Antonio Martín, que subió a las tablas de algún que otro verano infinito y lustró con su comparsa la prodigiosa voz de la chipionera. Qué decir de la relación de Rocío con Cádiz y su Carnaval. Falta tiempo. La memoria también colma de barniz, a bote pronto, los impagables ratitos que la ciudad pasó con Carlos Cano y sus murgas, los desfiles de coros por la iconografía del estribillo redentor, las manchas de humedad y los fotogramas de horizontes lejanos. 

Ni que decir tiene que la banda sonora que interpreta Cádiz cuando se marcha a conocer mundo asombra a propios y

extraños en los teatros. Palabras mayores dictan las notas de Chano Domínguez y Antonio Lizana, grandes del jazz que salieron de Cádiz dispuestos a calmar la ansiedad de la población mundial con sus destellos de luz.

En el azaroso mundo del arte, cuanto peor se porta la vida, mejores canciones apuntan las musas por bajini. Lo suyo, en Cádiz y en el resto del globo, es sufrir a todo lo que da y coleccionar citas célebres con las que completar alguna cuarteta de popurrís. "Mata a mis demonios y mis ángeles morirán también", dijo el dramaturgo Tennessee Williams, cajonazo de no recuerdo qué año.     

Los ausentes de hoy se mantienen tan presentes en la fiesta que las antologías de los que salen y los que no salen intervienen fuera de concurso en la categoría de bandas tributo. En Cádiz, viajar al más allá significa, de toda la vida, coger un Pegaso camino de Puntales, allá donde descansan los barquitos y el viento dibuja espuma blanca en la cresta de la ola. 

        

       Artículo publicado en La Voz de Cádiz el 1 de febrero de 2025 durante el concurso de agrupaciones de Carnaval del Teatro Falla. La foto es de J.M. Reyna.   


viernes, 25 de julio de 2025

Licencia para matar

 


"El hombre piensa que porque gobierna la Tierra

puede hacer con ella lo que quiera,

y si las cosas no cambian, lo hará.

Oh, el hombre se ha buscado su perdición.

El primer paso fue tocar la Luna".

Así comienza la canción "License to kill" que Bob Dylan escribió para su álbum Infidels, editado en 1983. Ronald Reagan había ganado las elecciones yanquis a Jimmy Carter, la Guerra Fría volvía por sus fueros y Dylan abandonaba su etapa cristiana con un disco rockero que se adornó con el pulso guitarrístico de Mark Knopffler y dio paso a una nueva gira que al año siguiente pasó por primera vez por España. En el estadio de Vallekas, el juglar cantó "Licencia para matar".

Veinte años antes, la crisis de los misiles de Cuba estuvo a punto de volar la sesera de este mundo y el joven Bob preguntaba: "¿Cuántas muertes harán falta hasta que se sepa que ha muerto demasiada gente?" ("Blowin' in the wind"). La respuesta ya no flota en el viento, y los tiempos tampoco están cambiando, los canallas se han despojado de sus máscaras y conocemos las caras y las intenciones de los Señores de la Guerra, "Masters of war", que aún resuena con su verborrea apocalíptica, unos versos que Dylan cantó en 2008 en el estadio Chapín de Jerez, por cierto, a quince minutos de casa, para vergüenza de quienes "construyen las armas, los aviones de la muerte, las bombas", y que se esconden en "los escritorios, tras los muros", mientras "juegan con el mundo como si fuera su juguete", y mienten y engañan a la parroquia, hoy como ayer, causando un horroroso "miedo a traer niños al mundo". "El dinero no comprará el perdón ni sus almas". El trovador narró a base de escritura automática los días previos a los asesinatos de Luther King y JF Kennedy, cuando aún no se habían aprobado los Derechos Civiles y los negros no disponían del derecho a voto en todos los estados.

Tantos años después, pone los vellos de punta recordar que los abuelos paternos de Bob Dylan, nacido como Robert Zimmerman, emigraron desde Odessa, la actual Ucrania, a Estados Unidos, a causa de un linchamiento antisemita en 1905, y que sus abuelos maternos eran judíos lituanos que llegaron tres años antes.  

Dylan luchaba contra la etiqueta de "portavoz de su generación" pero dejaba para la posteridad, un premio Nobel de Literatura, plegarias como "Hard Rain". Doce montañas brumosas, seis carreteras tortuosas, siete bosques tristes, doce océanos muertos, diez mil millas en la boca de un cementerio y un recién nacido rodeado de lobos salvajes dibujaban las pesadillas del muchacho del país del norte, los sonidos de la autopista del trueno, el rugido de las olas y los tambores ardiendo. "La canción de un poeta que murió en la cuneta".   


jueves, 24 de julio de 2025

Corresponsal en el Fin del Mundo: El poncho, la segunda piel de América



Javier Tisera

Buenos Aires


Aunque la fecha de origen del poncho es incierta, es posible afirmar que fue una prenda que surgió mucho tiempo antes de la conquista española en Sudamérica. 

Fueron numerosas las tribus que han constatado su uso en un principio, para luego ser extendido a los criollos y mestizos, reuniendo todas las clases sociales y etnias bajo un mismo código de vestimenta, simple y rudimentario.


En el mundo de la inmigración de Sudamérica y en especial en Argentina, México, Chile y Uruguay, las grandes colectividades de la península ibérica son: los gallegos y los vascos. Y destaco estas dos colectividades porque sus integrantes forman un importante número en cada país y porque se integraron socialmente de una manera rápida tomando un protagonismo destacado. Sólo cabe mencionar mutuales, centros sociales, sanatorios (salud),  cultura, deportes;  y un importante canal de comunicación con los argentinos y con sus tierras lejanas.

Menos populosa es la impronta del colectivo andaluz que, más silenciosa y con menos prensa, siempre anduvo entre los argentinos. Y para entender lo que estamos destacando no es únicamente en la gastronomía o en las letras. 

Estamos hablando de una de las prendas de vestir que es la segunda piel de los argentinos, un auténtico emblema de la identidad, como se animó a decir Silvia Garguir “el poncho es considerado como nuestra segunda bandera”. 

Es una costumbre en el interior de Argentina que, para despedir a un finado, camino al cementerio se le pone su poncho sobre el ataúd o un amigo trae el suyo para “que no sufra tanto el frío”.



Muchos de los turistas que pasan por nuestras capitales dirigen su vista unas prendas autóctonas; y ésas son el poncho y las ruanas. Aunque los lingüistas y filólogos no se pongan de acuerdo en su origen, el poncho es una prenda americana (en el norte también la tejían los pueblos originarios)

Más lejos de las controversias, y de las apropiaciones o interpretaciones; lo que queremos destacar es el rol de Andalucía en la mejora y la fabricación de ponchos  tradicionales: tanto de ponchos “huasos” (Chile), de Llaneros (Venezuela), ponchos patrios (casi un capote sin mangas y sólo con botones en el cuello) de los gauchos de Uruguay, Brasil (en el sur) y de la pampa argentina.

Hacia el noroeste de la provincia de Cádiz (Andalucía) en pleno sistema montañoso de la Sierra y donde nace el río Guadalete, se encuentra un poblado antiquísimo: Grazalema. 

Como todos los pueblos andaluces, por lo menos cuatro imperios pasaron por las puertas de su casa y levantaron campamentos.  En este pueblo de Grazalema existe una tradición de artesanos textiles de mantas y ponchos.



Dice la Fundación Pública Andaluza de la Junta de Andalucía, "Como en las torres chatas de la iglesia de la Aurora, Grazalema conserva aquí otro parentesco con América: mantas y ponchos de caballistas que, como muchas canciones y ceremonias, son auténticos productos de “ida y vuelta” de los que nadie sabrá nunca si empezaron aquí o allí ni quién influyó en quién." Grazalema hasta el siglo XIX fue un pueblo importante de la provincia de Cádiz debido a sus productos de lana.

Como sea el poncho, al igual que el tango y el fútbol argentino; constituyen tres productos  característicos de la región, que fueron creados por la necesidad y por la pasión como emblema popular. Y se incorporaron, no solamente a través de sus logros o utilidades sino que se incorporaron al lenguaje popular a través de dichos y refranes.

En la Argentina para denominar un lugar lejano es “donde el Diablo perdió el poncho” o bien cuando aparece el sol en el cielo “por fin apareció el poncho de los pobres” o, "¿qué es lo que se trae bajo el poncho?” Como sinónimo de una segunda intención.  O bien, "nadie me pisa el poncho" para combatir el atropello; o "andar a los ponchazos", que es hacer algo improvisadamente.

El poncho americano (desde el norte al sur de un continente) actualmente se pasea por los desfiles más top del mundo pero con el atavío y la chepa de saber que tiene orígenes en las tolderías o en los pueblos perdidos en las sierras andaluzas.







lunes, 21 de julio de 2025

El doble sentido de Cádiz cotiza en bolsa


 


El cielo del Falla es como la panza de la ballena que el otro día se tragó y luego escupió a un gachó en el Estrecho de Magallanes, el fin del mundo. El cuadro que aquí representa la gama de colores de las cuerdas vocales del loco festival eterno de este rincón coplero del cosmos. Luego de tres semanas de navegación entre la belleza y el paripé, el concurso despierta a la linda confusión de letras y músicas con tal de mitigar los dolores del año. Las primeras agrupaciones clasificadas muestran, salvo deshonrosas excepciones, cuánta riqueza de espíritu puede encerrar el lenguaje gaditano, y no ocultan la incongruencia del momento que les ha tocado cantar hasta la noche del juicio final.


Juntando las sílabas como sólo sabemos largar fiestas a media voz los sureños del mundo equivocado, y aprovechando que los esfuerzos ya no caen en saco roto y puntúan libres de pecado, los cantantes de Cádiz escriben cartas de amor no correspondido, denuncian a quienes se esconden en la confusión al amparo de la oscuridad, recriminan a sus hermanos, se toman un café bebío con la madre del Carnaval, abren la puerta a la compraventa de la chatarra de la fracasada reconversión industrial, se duelen de los oficios más antiguos de la civilización y burlan los reglamentos del humor propio. Ahí vamos subiendo las cuestas a trompicones. 


"Se terminó la impunidad, se acabó el humor canalla", ahora manda el ingenio convencional y formal del Falla, apuntan los cinco artistas del cuarteto del Gago, que conectan directamente con el doble sentido de la vida que almacena cada gaditano en su fuero interno, cual chicuco que sólo fía a los tolerantes y a quienes aprendieron a interpretar la música de la risa.


    Mientras los ricos se reparten el pastel del planeta, y lo peor de nuestra especie se apalanca en las maniobras de distracción que propugnan los telediarios, el cuarteto de cinco rima las situaciones más insospechadas con los temas de cercanías, sabe jugar con las palabras y la intención del gesto, es capaz de insinuar los errores de los mandamases sin herir susceptibilidades, pero también conoce la jerga de los golpes al mismo mentón. Así, ironizan sobre la desaparición de los problemas de los locales (de ensayo y policiales) desde que está el PP, y endiñan fuerte en la lavandería de la transición: "Entras hecho un fascista y sales convertido en un renovador".


La procesión va por dentro, tú sabes, y los encapuchados del Gago provocan al gallinero, que patea cuando lo estima necesario para jalear los chispazos de ánge y mala leche. Les gusta la carga y echan a suertes las imágenes cofrades con la mentada doble intención, invocan a la libertad con el llamador de estilo sevillano y el telefonillo más gaditano, encienden los cirios color damasco, ahuyentan a los pérfidos señores de la hoz y el martillo, listos los de atrás, y subrayan con su rotulador fosforescente los recortes de sanidad, los favores a los privilegiados, la pérdida de derechos y el miedo atroz que infunden los costaleros de la política salvaje tan en boga que avivan el fuego de los bajos instintos. Y modifican al vuelo la famosa copla de los hinchas del Cádiz, esa del "alcohol, alcohol, hemos venido a intimidaros, la democracia nos da igual".


Por cierto, ahora que se pone la cosa seria, ¿han conocido los propósitos de los barandas del Cádiz de cotizar en bolsa y de pegar unos campanazos en Wall Street para buscarse la vida por arte de birlibirloque? Parece una broma pesada, un chascarrillo de cuplé escrito a media tarde alrededor del perímetro azucarado de una torta de aceite, pero no lo es. Tampoco decimos que sea verdad. La noticia marinea entre la ficción y la segunda división, el doble sentido de Vizcaíno y el tal Contreras, que muere por la inteligencia artificial y por un buen fondo de inversión, lo que traducido resulta "poner la compañía en el mercado para obtener financiación" de cara a la liga de pelotazos urbanísticos Sportech City, vivir al límite salarial y evitar que el Submarino Amarillo "caiga en manos de un jeque". Jeque mate.   


Irigoyen, como mucho, iba de vez en cuando al Casino Bahía de Cádiz e invertía en ladrillos. El promotor de la liga de la muerte y factótum del fichaje de Mágico, consumado en el filo de una servilleta del cuarto de la Venta de Vargas donde Camarón cantó sus alegrías y desdichas más personales, sufrió en su día la dureza de las coplas de Carnaval, "¡Irigoyen, ca … da día está más caro el fútbol!", y Chico Linares conoció en sus carnes la maldad del ser humano con aquel gol en propia meta y otras lindezas. Por aquellas temporadas, la plantilla del Cádiz vivía en Cádiz, alternaba con la gente y gustaba de arrimarse a las comparsas castizas, y hasta montó una chirigota de cachondeo. Hay una foto de Mágico con la camisa por fuera y la cara de recién levantado, a la vera de Pepe Mejías, en un ensayo de la comparsa de Luis Ripoll, que cotizaría muy alto en los callejones de Wall Street. 


A lo que íbamos. En las entrañas de Cádiz, el potente coro de marras, los mineros del buen gusto ponen el dedo en la llaga del maltrato y la sumisión, la transformación del amor verdadero en pura exhibición y grave peligro de machismo de cobardes agazapados bajo los motes de las redes sociales y su misma mezquindad. Magnífica letra de tango, con música del Remolino, al compás de un contrabajo indefinido y sus cómplices del ritmo, que en las inmediaciones del popurrí destapan las galerías del arte de Cádiz, la ciudad que "se nos ha ido de las manos" por mor del maldito parné.


En los cuplés del cuarteto del Gago, las canciones de Nacho Cano, vulgo Mecano, cumplen años de condena, y al arrogante músico que tocaba el teclado con cuatro manos, en riguroso play back, le caen unos cuantos bimbais por contratar a inmigrantes sin papeles, de igual modo que la agrupación baja a la arena localista para ejemplificar que Procopio, que tiene nombre de corista, se ha convertido en la nueva diana de las travesuras de los poetas de la Caleta que es plata quieta. "Todavía puede ganar un Primero". Hombre, por favor.


"Santiago Abascal es un perroflauta al lado mía", suelta el Gago a cuenta de la tiranía de los bulócratas que asola el planeta. Migue sale  en defensa, por así decirlo, de Iker Jiménez. "Lleva años haciendo programas de fantasmas y ahora la gente se extraña de que se invente cosas".


La culpa es de Pedro Sánchez. En resumidas cuentas. Todo se ha achicado tanto con la excusa de las pandemias y guerras económicas y mortales que Rosario se ha quedado en Chari, las pizzas de la Bella Italia ya no ocupan el plato entero, aunque mantienen el sabor carioca de las dimes y diretes que allí se escenifican, y los caramelos de jengibre no digamos, amén de que las bolsas de papafritas vienen llenas de gas propano. La cuarteta de las esvásticas pinta España de blanco y negro negacionista, y no del país multicolor que sólo puede brincar al compás de la abeja Maya. "No me creo nada si no sale en tik tok".


La comparsa de los Pastrana enfila a Pedro Sánchez, quieto ahí, de esta guisa: "La gente de izquierdas no te olvida porque contigo Franco está resucitando". Mil interpretaciones admite la copla.


Y qué me dice de Donald Trump y Elon Musk, los magnates y los mangantes esperan tanto de ellos como los amantes del humor en defensa propia del cuarteto del Gago, transgresor, estimulante, valiente, que llega bien trabajado, rimado, y no se nutre de chistes de internet.


Por cierto, ya en serio, cuánto daño han hecho los mensajes de autoayuda, por no decir todo lo contrario, que asoman a las ventanas virtuales sin recato; cuánto daño ha causado Paulo Coehlo, cogedlo ahí, y cuándo nos enteraremos de que se basaban en patrañas los lemas que decían que íbamos a salir mejores de la pandemia, bla, bla, bla. Entre copla y copla visitas un noticiero y parece que aluden a Cádiz al señalar que bajan los tipos de interés.


Al lado del camino, la música de Pepito Martínez nos transporta a un par de pasodobles que llaman la atención por su compromiso con las mujeres en el Carnaval, el primero, y por los agrios reproches que los socialistas merecen en el postrero. Ni que cantasen con conocimiento de causa cuando dibujan una agrupación política que "ha olvidado sus principios", allá donde conviene callarse para seguir cobrando y donde "dan de lado a los versos sueltos" y abundan las puñaladas por la espalda. No sé a quiénes se refieren al enfocar a los que "llevan treinta años chupando del bote de la Diputación", las marionetas puestas por Sevilla y Madrid, tal vez, la imagen opuesta de "un gran socialista noble y sencillo" como fue Carlos Díaz, ex alcalde de Cádiz que supo de veras los efectos de la traición de algunos de sus compañeros (?).


  

¡El guiri volaor! Las pelusillas caen en la trampa, acaso sin pretenderlo, y alimentan las ansias de dulce venganza de los acólitos de la chirigota conileña que acaba de recibir el babuchazo del jurado. ¿Qué sería del jurado en una hipotética preselección? ¿Habría que avisar meses antes si al jurado le gusta el humor gamberro o el humor formal? Tampoco es pa' ponerse ajín, asín que comparamos los cuplés del balconing, las rimas del dedo meñique con Echenique, y tal y me cual, y salen ganando los guiris volaores. De aquí a Lima.


No obstante, los pelusillas dan en el clavo cuando recriminan la prostitución intelectual en el viejo oficio del periodismo, nada que ver con el periodismo cantado que, en palabras de Bartolomé Llompart, llevaron a la práctica muchas comparsas de Cádiz en su precioso intento de narrar los sucesos del año. Hoy también añoramos la veracidad de muchas coplas carnavaleras. Coplas desinformadas, tendenciosas, repletas de embustes. Mira tú, igual que muchos telediarios. Coplas de respuesta ambivalente y subvención a fondo perdido. A diestro y siniestro. No hay vacuna. Disfrazan lo reaccionario de progresismo, y vicerveza. Total, es Carnaval. Socorro.    


A la gente que se le caen los estribillos de los bolsillos no le asusta la tendencia actual de explicar lo inexplicable. Ya no tiene gracia el recurso de justificar entre paréntesis el tipo del grupo, en plan "No digas na que to se sabe (los callaítos o los discretos o los prudentes).

  Lo suyo sería disfrutar como un cosaco de esta confusión sin rumbo ni identidad, recordar que el mundo está más equivocado que Cádiz, olé ahí, que hoy en día las comisiones de investigación las presiden los que causaron el destrozo, y que antes de tontear con el móvil se antoja menos pernicioso para la mirada anhelar las noches de la infancia del concurso, cuando el locutor deletreaba con histrionismo y una finura impropia de Cádiz el nombre propio de Cádiz, "Carrrrrrrnaval", erre que erre de interés turístico internacional. Lágrimas claras de primavera, cantaba Roberto Carlos antes de congregar a un millón de amigos en las redes sociales por el pasodoble a su gato.




No siempre ha acertado Cádiz en su pantanosa vocación de dictar sentencia, mejor olvidar aquel partido internacional que la selección dirigida por el gran Luis Aragonés disputó, y perdió, contra Rumania, semanas antes de que el Sabio de Hortaleza, por cierto, liderase con sus futbolistas bajitos la Eurocopa de fútbol que inauguró la mejor época de los niños chicos campeones de todo. El público gaditano, mosqueado por el repertorio de España, gritó a todo pulmón, sin gracia ninguna: "¡Chirigota, chirigota!". El publiquito del Falla, en cambio, se manifiesta hoy mucho más respetuoso que los destructores de antaño, y también más blandito que el fútbol de patadón y tente tieso que hizo olvidar Luis, y su aplauso polarizado ya no cotiza en bolsa, ha perdido valor, como la palabra de quienes gobiernan el mundo del fútbol, las coplas y la tercera guerra mundial.


A Luis Aragonés le gustaba arriesgar las perras en el casino portuense, y no era muy dicharachero. Un día me encontré con él en una papelería y le pregunté: "¿Es usted Luis Aragonés?", y tras mirarme de arriba a abajo, contestó sin pestañear: "No". Qué corte, ío. Pa' qué preguntas.


 La gloriosa inmunidad de las coplas olvida que, en ocasiones, el gesto dice más que la letra. El invierno de nuestros cuerpos no falla. La envidia tendrá una calle en Cádiz. Por fin. 


Con este artículo, publicado el 16 de febrero de 2025 en La Voz de Cádiz, inicio una serie de crónicas en torno al concurso de agrupaciones de Carnaval del teatro Falla. Lo haré de manera desordenada y veleidosa. No publicaré todos los textos, que fueron veinte en total. Sé que algunos de sus contenidos se sitúan ahora fuera del contexto del Carnaval, pero me da igual.

Disfruté como un cosaco preparando y redactando los reportajes. Procuré combinar la crónica con las entrevistas, la opinión con los recuerdos, las pamplinas con los saltos, los cambios de ritmo con el estilo de ciertos documentales que tanto me gustan. Ahora mismo sería incapaz de escribir de tal guisa, tal vez, porque necesito el apremio de la urgencia periodística, el miedo al fracaso, la inspiración de las coplas carnavalescas, la exigencia de los tiempos y ese punto de locura que sólo proporciona la genuina fiesta gaditana. El director y los compañeros de La Voz, en especial mi amigo y eterno cómplice José Vilches, me dieron rienda libre durante la cuarentena de Carnaval.

Gasté un enorme cuaderno de anillas durante el proceso. Escribí un artículo cada dos días, así que empleaba una jornada para pensar, repensar, voltear las ideas y volcarlas de manera caótica, a primera vista, y ordenarlas al cabo de las horas a modo de índice que jamás se cumplió de veras, capítulos con numeritos de la suerte que tropezaron al final con la misma intención final del texto. No he vuelto a leer ninguno de los veinte artículos. 

La foto, en la que aparece el genial cuartetero Ángel Gago, es de J.M. Reyna. 


domingo, 20 de julio de 2025

El penúltimo misionero del rock and roll

 


Cuarenta tíos y unas cuantas tías de diversa clase y condición metidos en un autocar, una noche de primavera madrileña de 1985. Dirección: Montpellier. Objetivo: Bruce Springsteen. Mi primer concierto del Boss, que triunfaba, muy a pesar suyo, en la paradójica década del chunda chunda de las cajas de ritmo y los eufemismos grandilocuentes de la política liberal (?), enfundado en su disfraz de héroe de la clase trabajadora, y rockera, camino del fin de ciclo. No pude disfrutar del Bruce arrebatador de finales de los setenta y del debut en España del 81 en Barcelona, pero conocía sus andanzas por las revistas y me sabía los discos de memoria, así como las posturitas de camionero americano con ínfulas. Ya por entonces, los conciertos del Boss eran auténticos acontecimientos de dignidad, hogueras de emoción y lecciones de rock and roll y supervivencia.

Cuatro horas de energía superlativa, historias de perdedores, coches, chicas y películas en blanco y negro, una vida dentro de otras vidas, lo nunca visto por el menda. Llegamos a Montpellier agotados, tras una docena de horas de vino peleón, canutos y videos del Boss. A las puertas del estadio compré un pack de cuatro cervezas que me tuve que pimplar en la puerta porque no permitían el acceso de alcohol, así que entré contentito y saltarín, aunque un poco triste porque dos noches antes tuve un acto de desamor tras un concierto de The Cure en el Rockódromo de Madrid, no voy a entrar en detalles, sólo diré que lloré un poco por mi mala cabeza y que el kiosquero de abajo de casa, en Cuatro Caminos, me vendió el suplemento dominical de El País de tapadillo. Le dije que iba a ver a Bruce Springsteen y abrió los ojos como platillos volantes. No me acompañó ni un colega, el viaje más la entrada me costaron ocho mil pesetas, creo recordar, y crucé media España gracias a Viajes Halcón, que por entonces era una agencia pequeña. Mis padres no se enteraron de la aventura hasta meses después, cuando descubrieron monedas francesas en algún rincón de mi cuarto. Les mostré la entrada. A mi madre no le gustó el detalle. Mi padre sonrió socarronamente. Hay muchos tipos de mentiras y de medias verdades. Nunca me arrepentí ni me atacaron los remordimientos, todo lo contrario, hice cosas peores antes y después de ese baño inmenso de música universal y honestidad brutal. Con los años, ese concierto crece en mi memoria, he podido entender y querer mejor a la persona de Bruce y al personaje del Boss, merced a su obra musical y a sus memorias.

Del concierto puedo decir que jamás he visto algo parecido. Pueden consultar el repertorio en internet. Bruce y su legendaria banda, uno de los mejores grupos de la historia, no hacían prisioneros, precisamente. Luego los vi en el Calderón, en 1988, y en la Cartuja de Sevilla, en 2010. Cuando estudiaba en Madrid pasé largas tardes de otoño estudiando el cancionero de Springsteen y escuchando sus versiones piratas, sus discos en directo y demás joyas en radios alternativas y discos maravillosos, unos mejor que otros otros, con sus luces y sombras. Acaba de publicarse otra caja antológica de piezas inéditas que pone de manifiesto la irregularidad e imperfección de la obra del artista. He leído por ahí que la caja, demasiado cara pero resumida en un disco sencillo muy recomendable, muestra piedras preciosas y remarca la sensación de que el perfeccionista Springsteen nos ha hurtado, por así decirlo, una parte de sí, por inseguridades, por mandatos industriales, por lo que sea, que más temprano que tarde vamos disfrutando como quien disfruta de un topolino hasta las últimas consecuencias.   Bruce, digan lo que digan, hoy como ayer, sigue siendo el penúltimo misionero del rock and roll.






viernes, 18 de julio de 2025

¡Amarillo, submarino es!

 


La penúltima vez que subió el Cádiz a Primera, un domingo por la mañana, siete mil bufandas amarillas agitaban al aire el sueño que esta por cumplirse, caminito de Jerez. Nada hacía presagiar una crisis de envergadura en esa temporada de 2025, veinte años atrás, Año III antes del soterramiento de la vía del ferrocarril, cuando el delirio de grandeza del negocio inmobiliario se tildaba de idealista, el paradójico nombre de un portal del ladrillazo y tente tieso. Se llenaron todos los trenes fletados a tal efecto hasta más allá de lo aconsejable. "¡Esto parece la Lista de Schindler!", exclamó un metafórico fanático de la raza cadista a pique del exterminio, jugándose la identidad física, naturalmente. Aquello fue una linda temeridad. No ocurrió "algo" porque el destino giró como un golpe de suerte. Cientos de personas botando sin contemplaciones, ni remordimientos, sobre los vagones, una humareda eléctrica, botellona improvisada, gran cachondeo matinal en la previa del acabóse, al carajo la revolución industrial.

Ahora o nunca. En la frontera de la ilusión y el sofoco, apretujados, casi sin aire, al límite, marcharon los aficionados a darse el festín. Tuvo que ser en Jerez, en los márgenes del paraíso, pero también muy cerca del infierno. 

El publiquito gaditano dio trabajo a la Policía jerezana. Los guardias que escoltaron a los excitados hinchas hacia el estadio de Chapín no han olvidado las escenas de luz y surrealismo másgico que se multiplicaron en el recorrido.

La vuelta iba a ser triunfal, ya lo dicta la nostalgia de futuro, pero había que ganar en Jerez y superar el trance, que tornó el mal rollo inicial en euforia y llanto alegre al compás de los goles gaditanos. Iban tan contentos los cadistas, confiados en sus fuerzas, que agradecieron la labor policial con toda la guasa del mundo: "A tu lado me siento seguro", cantaban las almas gaditanas en claro guiño al concurso Operación Triunfo, ese doble sentido del reality show con más veras. También respondieron a la hospitalidad local, con quienes intercambiaron crueldades, epítetos de alto riesgo, agravios y piedras de diverso tamaño y tonelaje.  Por su interés informativo no vamos a reproducir el catálogo de insultos, ni el parte de heridos. Tampoco fue para tanto. El fútbol selló la paz a regañadientes y la película de terror viró su desenlace a festival de Woodstock en condiciones. El Cádiz retornaba a Primera más de dos décadas después y cerró una etapa negra que siguió a la era dorada del Submarino Amarillo.

La generación del ciclo 1972-1992, que disfrutó de once años en la máxima categoría, ascensos gloriosos y salvaciones milagrosas, tiene muchas cosas que contar y nada que envidiar, si acaso el pundonor y el empuje, a quienes luego sufrieron en sus carnes la caída en desgracia.

La vinculación del Cádiz con la fortuna, buena o mala, se escribe al ritmo impredecible de las leyendas. Tres ascensos en casa: contra el Tarrasa en el 77, contra el Elche en el 83 y el Castellón en el 85. Y dos fuera: en Elche en el 81 y en Jerez en el 05.  

Las alegrías del Cádiz han cautivado a medio mundo. Ahora viste mucho defender los colores amarillos. Gracias a nombres propios como Fernando Carvallo, Pepe Mejías,  Mágico González o Lucas Lobos. Sin olvidar al técnico uruguayo Víctor Espárrago, que firmó la mejor temporada del Cádiz en su historia y el penúltimo retorno a la élite. El Cádiz aspiraba a todo, poseía un estilo propio y se manejaba con destreza. La clasificación apretó hasta el final y obligó al equipo a no desfallecer ni errar en vano. El guardameta vasco Armando, uno de los líderes de la gesta, contó tras el partido en Jerez que la presión sanguínea del cadismo se había elevado de tal manera a esas alturas que su hio pequeño, emocionado, se despidió de él, a las claras del día, de esta guisa: "Papá, no vuelvas sin la victoria".

En Cádiz se conmemoran las dichas y las penurias de mil modos, nunca hubo demasiada distancia entre el estado de ánimo que produce un ascenso y una permanencia, recuerden si no los milagros del mes de junio que se amontonaron en los años previos a la Expo92, cuatro triunfos consecutivos para rematar la faena, promociones de infarto, una liguilla de la muerte obra del santo Irigoyen,  unas metas finales de temporada de garabatillo que hallaron el punto culminante en el descubrimiento de Kiko contra el Zaragoza, en el 91, días antes de la rocambolesca salvación frente al Málaga. Ahí nació oficiosamente la epopeya del Submarino Amarillo. a la que posteriormente puso letra y música el recordado Manolo Santander.

La promoción contra el Málaga no se vio por televisión. Ni Canal Partidazo, ni vainas. Juan Gómez, Juanito, el rebelde extremo que una noche pisó la oreja, literalmente, al nibelungo Mathaus en Munich, se encontraba presente en la tribuna. El Cádiz venía de perder por la mínima y logró igualar la eliminatoria con un tanto de Jose González, se quedó en inferioridad numérica sin hacer prisioneros, resistió el fin del mundo de la prórroga hasta los penaltis, los malacitanos tomaron ventaja, la afición costasoleña lo celebró de antemano en la grada y el portero húngaro Pepe Szendrei detuvo las penas máximas decisivas, una de ellas con gran potra, hasta que Juan José, el vikingo Sandokán , cruzó el terreno de juego para completar la faena. Le temblaron las piernas, según confesó años después a este plumilla, y sintió el silencio del estadio en su espina dorsal, pero la clavó en la escuadra. Fue lo último que hizo en el Cádiz. Lo echaron. Porca miseria. 

A la salida, en las inmediaciones del estadio, a las tantas de la noche, los acólitos acérrimos de ambos clubes se enzarzaron en una bronca histórica.

Entrenaba al Cádiz el legendario Ramón Blanco, nuestro señor de los milagros, que dejó para la eternidad un 4 a 0 contra el Barcelona de Cruyff.

La propiedad del título de Submarino Amarillo pertenece a partes iguales al Cádiz y al Villarreal. La primera reputación de equipo ascensor corresponde al club gaditano por méritos propios, pero la primera vez que se habló de la célebre canción de los Beatles, Yellow Submarine, cantada por el baterista Ringo Starr, en un campo de fútbol sucedió en Villarreal, coincidiendo con el éxito de la copla del cuarteto de Liverpool pero en versión en castellano a cargo de Los Mustang. Antes de cada partido sona por los altavoces el estribillo que adorna esta historia de sol, esperanza y levantera.

A la mañana siguiente del Cádiz-Málaga de marras, este periodista firmó una columna, junto a un artículo del gran escritor Fernando Quiñones, titulada "Amarillo, submarino es", así que adivinen quién acuñó el término del Submarino Amarillo en clave gaditana. Para ser justos, el titular emulaba un grito se hizo famoso en Carranza cuando presentaban a viva voz al lateral izquierdo Amarillo, la gente exclamaba "¡submarino es!" en recuerdo a la canción de los Beatles traducida por Los Mustang. Pero la primera vez que se escribió Submarino Amarillo para ilustrar la vocación de equipo ascensor lo hizo el menda. Copyright mediante, tú sabes.

La foto pertenece a la plantilla del primer ascenso del Cádiz.

miércoles, 16 de julio de 2025

Corresponsal en el Fin del Mundo: El Viejo Almacén

 


A lo largo y a lo ancho de Suramérica, en cada pueblo, en especial en las esquinas; hay un viejo bar. Nuestro homenaje a esos refugios del alma.


Javier Tisera

Buenos Aires


Un ladrido a la noche y la luna se descuelga por las barrancas. Un río desmelenado y salvaje avanza todos los días humedeciendo las almas.

Según el Corán, se promete el paraíso a quienes alimentan a los viajeros, esclavos y perdidos del amor de Dios.

En el lado más caluroso del averno, una luz tenue, de 25 watts, llama a los peregrinos, mestizos, carenciados afectivos, amputados, o a los abandonados en las vías.

Dos vasos disimulando la soledad. Un silencio en voz baja recorre las mesas. La sonrisa hipócrita y cotidiana se toma un recreo en la ciudad de la Virgen. Unas fotos húmedas en la pared, como espejos, recuerdan a los primeros habitantes de este universo.

A unos metros, cruzando la calle, una abandonada sucursal del Correo; la que alguna vez recibió todas las correspondencias de Italia para los quinteros. En esos sobres, palabras de amor, nombres que no volvieron a pronunciarse, estampitas de San Genaro cuando moría un pariente en tierras de América. Algunos llegaron con la promesa de El Dorado.


Los trenes rompen la paranoia celestial. Un auto deambula buscando indecencia a bajo costo. Al oeste las viñas y el campo, la frontera de lo inesperado. Un monte de eucaliptus prolonga su letanía sobre la calle del mercado. Por momentos, en las mañanas, el trajinar incesante, las camionetas, las bolsas y los trueques mandan en la zona. Cuando el silencio avanza y la demanda huye en retirada, empieza a reinar la soberanía de los invisibles.

Alguna vez, hace quince lustros, en su zaguán enmarcado se exhibía una habilitación municipal para “Almacén de Ramos Generales con Despacho de Bebidas”. Hoy es solamente una sombra que se alarga por la calle Garibaldi. A los Ramos Generales se los fueron comiendo el Rodrigazo, los murciélagos del barrio, las sucesiones a contrapelo,  la tablita del uno a uno y las arañas de las alfajías.

Solo quedan, en una repisa, dos docenas de vasos mal lavados, una vieja bicicleta de reparto con canasto agujereado y un esqueleto de alambre. Son vestigios de un naufragio que está desterrado del relato.

En las islas del bar sólo se habla en presente porque todavía el futuro no pidió nada en el mostrador. Está sentado en un rincón, inmóvil y mudo.

¿Qué animal alimentan con su silencio? ¿Qué juez los condenó en esta esquina abandonada en la pampa? Desde las ventanas del colectivo que se detiene en la parada, algunos miran con envidia, otros con el desprecio de los que no entienden nada. El mediodía huele a vino barato con hielo; y a pizzas recalentadas.

Los “huesos” ruedan en una mesa.

— Tachame la generala doble, gringo; se escucha en esa kermesse diaria de billetes cosechados en las mañanas. Todos están esperando la quiniela provincial que sortea de mañana. Las putas y el juego pagan campaña electorales; la muerte ya se va a encargar de esos mercaderes del placer.

Esos que se estremecen los domingos y andan con las homilías abajo del brazo; pero que en la semana andan buscando billetes con las manos ensangrentadas. Las putas y el juego un día se van a cansar de tanto intermediario y gorras desvencijadas.



En este ghetto, las putas son nuestras mujeres y el juego es nuestro oficio. Y acá paga el que pierde.

Ella, la jefa, sin gestos, como una esfinge de Buda, mira a todos y no mira a nadie. A sus espaldas una botella de Cynar, la verde de Ginebra Llave,  una caña La Mariposa y dos hijos a medio criar.

Se percibe que alguien le pidió prestado el corazón y no se lo devolvió.

Por eso, el padre la abandonó en el mostrador. Y ella, al principio, lloraba cuando iba a buscar hielos a la heladera pero se le congelaron las lágrimas. Y sus ojos se hicieron de fuego y carbón. Para servir lo hace con sistema, gota a gota, como a la hora de cobrar; es implacable. Se sabe que algunos, los virtuosos, tienen libreta de tapas negras. Todos arreglan a la manera que ella dice, patrón y sota quincena, el uno de oro mensuales. Pero la perrada de todos los días, tiqui taca, al contado. Hay plata se toma…si no siga su camino.

Hasta los insectos son nuestros hermanos. Practican un humanismo como si fueran miembros de un falansterio de Carlos Fourier. Las mesas están en ronda mirando al estaño. La patrona algún sábado pide ayuda para prender la parrilla para tirar unas faldas albañileras mientras alguien se encarga de las ensaladas. Y desde el piso, como una Excálibur, aparece una guitarra y todos son cantores y todos somos poetas.

“Cómo seremos de indeseables que no vienen ni a pedirnos el voto”- dice “el alemán”, de mameluco manchado de grasa. Cuentan que el alemán se vino al montaje industrial pero el día que se tenía que volver, se quedó dormido en el Hotel de Solteros. Y los ingenieros alemanes se fueron sin él y quedó abandonado sin volver a Hannover.

Eso es lo que cuentan los criollos que se quedaron dormidos en el Hotel de los Casados.

Siempre están atentos para atrapar unas burbujas que se escapan o un platito de queso que se perdió. Es un rito que se repite por milenios pero todos están convencidos que es la primera vez. Todo huele a mediodía. Juan, que trabaja de encantador de serpientes, cuenta que en Praga hay un reloj que da la hora para atrás. Julito, que hizo Justicia por mano propia, acarrea el Código Penal y un “ferroviario” en los labios.

La aparición de las estrellas y de la sudestada de la madrugada va liberando silla. Esteban es el último que se retira; no deja nada, se lleva todo puesto en los ojos y en la garganta. Cuando sale al empedrado siempre piensa lo mismo: la calle está abandonada y se ve hasta la avenida como si tratara de justificar las horas empeñadas. Él piensa que es una postal de esta ciudad miserable y conservadora que solamente se obsesiona por los metros cuadrados y los centavos.

Miel de lechiguana que se va metiendo en el trago y van endulzando las baldosas que voy dejando atrás. Ya vas a cerrar las persianas y yo quiero quedar encerrado en tus fauces; y que el tiempo y los arquitectos me encuentren como un fósil de este tiempo violento y homicida.

Una bicicleta en la puerta, abrazada a un palo de Edén, espera por si hay que llegar a un arrepentimiento o a una urgencia de amor.



Cuando llegue el euro

 


Siempre me han gustado las frases cortas, los cortes de fresa y vainilla, las prórrogas y los penaltis. También me mola cambiar de estilo, con tal de dar por saco, y decepcionar cada mañana a un mandamás del algoritmo veleidoso. A continuación voy a transcribir una columna que escribí el 16 del 8 del 99, el siglo pasado. Como quiera que la tecnología nos obligó un día a los plumillas a ajustarnos a la maqueta, algo realmente odioso las tardes de inspiración pero salvador en los días cenicientos, apuré al máximo mi querencia a las frases cortas. No estoy demasiado orgulloso pero tampoco reniego de ello. He cometido delitos peores por ventura ya prescritos, así que echo mano a algunos escritos antiguos para regodearme en los veranos imposibles y el tiempo quieto. Ahí va.


Cuando llegue el euro nos la van a dar mortal. Tras varios años de fantasías de cartón piedra y de consumo ficticio, los fenicios de siempre preparan el asalto a nuestros bolsillos. Quillo, quillo, que te pillo. 

Fulanito es capaz de subir el butano con las dos manos con tal de que no le endiñen el IPC, que no es el nombre de un péntium, qué va, sino la gracias de los megasiesos que se lo llevan calentito un día sí y otro también. España va bien y el butano sube dos veces al mes. Y lo que te rondaré, morena.    

Cuando llegue el euro los salteadores de caminos y especuladores del cielo dejarán de perdonarnos la vida. Ya no invertirán en cochazos, ni en magníficas urbanizaciones, qué alegría, qué alboroto, visite nuestro piso piloto. Ahora, al blanqueo lo vinculan al adecentamiento de fachadas. Poquita vergüenza, qué arte más grande.

Fulanito, aprovecha. Carpe diem. Aprivisiónate de gasofa, de cartones de mal boro, de papas con lula y de paciencia, porque en un momento dado va a aparecer San Roque con su perro sin rabo y va a formar el jubileo, así que vive el prejubileo y cuidadín con la marea de Santiago. Llegan días aciagos. Será el eclipse, que ha dejado ciego a más  uno. Apocalipsis prefabricado.


¿Y Piqué? Va a celebrar el prejubileo prejubilando a todo quisque. Qué ilusión. Bajas incentivadas. Puertas subvencionadas. Rotos y descosidos. Convergencia y capón. La gaviota sobrevuela con cara de cordero degollado. Abanibí quiere decir "te quiero, amor".


Ahí quedó. Comentario de texto: gobernaba Aznar, el simpático, coaligado de aquella manera con Pujol, que no era un defensa central. Piqué tampoco. Piqué era el ministro de Economía y Contratos Basura. Fulanito respondía al nombre de un personaje al que di vidilla durante una temporada para decir tonterías variadas. "España va bien", el latiguillo que empleaba Aznar en los albores del ladrillazo y a las puertas de una de tantas crisis o estafas inmobiliarias, fue emulado por la chirigota de los Guatifó al compás de "España va bene per cápita de pene". De aquellos barros estos lodos, y vicerveza.

lunes, 14 de julio de 2025

Regreso al underground


 El Rollo Higiénico fue una publicación marginal que se publicó en Sevilla en la primavera de 1978. Duró un número. Nació muerta, pero hoy se considera precursora de la prensa contracultural andaluza e hispana, mira tú que cosa más linda. Me estrené en el primer y último número del Rollo Higiénico con una historia del rock and roll, un artículo extenso, que prometía segunda parte, elaborado a base de retazos tomados de las revistas que consumía entonces, y algún que otro libro especializado. No había cumplido siquiera los quince años. Logré subirme al carro del fanzine, cuando este tipo de revistas aún no se llamaban así, merced a un anuncio publicado en Disco Exprés, legendario diario musical semanal que compraba en la tienda Al Paso, abajo de casa, a la vera del edificio El Fénix de Cádiz, muy cerca de la plaza de San Juan de Dios. El editor y alma mater del Rollo Higiénico, José Luis Ibáñez, configuró un ejemplar maravilloso, plagado de música, cómic, poesía, teatro y cultura alternativa. Fracasó rotundamente, pues no se vendió apenas y no obtuvo el apoyo necesario, pero pasó a la historia de aquella manera. Hace unos años estuvo a punto de reeditarse en papel y en internet, pero no fructificó la idea.


Firmé el texto con el nombre de Enrique Alcina BIS, apodo que me pusieron en el colegio. Había dos enriques en la clase y no encontraron otra manera de llamarme. Años más tarde publiqué otra pamplina surrealista, titulada Señora Rayos X, bajo la influencia de Like a Rolling Stone de Bob Dylan, ya en Bachillerato, con el pseudónimo de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. No se entendía un carajo, me las daba de escritor, moría por el Blonde on Blonde de Dylan y emulaba malamente la manera del judío errante de dibujar imágenes crípticas a modo de escritura automática. Ya en la Universidad, me alisté a un grupo de poesía con parecida intención de mostrar rollazos dylanescos con detalles de canciones pop, pues no era capaz de acercarme ni por asomo a mis ídolos de entonces y de ahora, Federico García Lorca y Juan Marsé.


Cuando vivía en Cádiz solía agenciarme ese tipo de revistas gracias al mecenazgo de mi padre, gran melómano, que me inculcó el amor por la música de todas las hechuras, la literatura hispanoamericana, las biografías, el fútbol y la prensa diaria. Amén de Disco Exprés, que se editaba en Pamplona y Barcelona, leía con pasión Vibraciones, que era una publicación mensual a todo color, a veces Popular 1, que era aún más rockera, y a veces Star, El Viejo Topo, Ajoblanco y otras cabeceras que no sólo trabajaban la crítica musical. Luego llegó Sal Común, una revista extraordinaria que simulaba la célebre Rolling Stone americana, y a caballo de los años setenta y ochenta conseguía algunos números de la inglesa Melody Maker, en la efervescente época del punk rock. Mi cabeza estaba llena de rock, folk, country, punk, nueva ola, rock andaluz, sinfónicos, rock duro, sin prejuicios. Todavía no me había marchado a estudiar Periodismo a Madrid.

Un libro reciente, Todo es Posible, sintetiza con brillantes y profusión la etapa de revistas contraculturales, en el período comprendido entre 1968 y 1983. Una virguería de libro muy aconsejable que particularmente se queda corto en su intento de abarcar una inmensa colección de revistas que afloraron antes y durante la transición.   
Es curioso. Comencé a escribir en los márgenes del periodismo y vuelvo a hacerlo de otra guisa, en diferentes formatos, pero con la misma vocación y sin pretensiones. Atrás quedaron los trabajos en la prensa diaria, los espacios en internet, los libros, las corresponsalías, la especialización cultural, deportiva o de información general. Vuelvo a mis orígenes. De haber existido internet a finales de los años setenta, me habría embarcado en numerosos proyectos como los blogs, contracultura del siglo XXI, cultura a la contra. ¡Contra, la cultura! Hoy, tal vez, la cultura interesa menos que nunca a los medios de comunicación, así que se siente uno mejor al lado del camino, on the road again. Sálvese quien pueda.  

domingo, 13 de julio de 2025

Sin conversación

 


Esta mañana la playa parecía Brighton. Nunca he estado en Brighton, la playa donde se atizaron los rockers y los mods con la hegemonía del olvido adolescente en juego, pero esta mañana la playa vestía a la gente de colores pálidos y arrastraba espuma blanca en la cresta de la ola, las parejas caminaban solas por la pasarela de madera y la estampa de este exilio interior me ofrecía mi nublada infancia a un lado y las guerras por venir al otro, la nostalgia de futuro a la izquierda, la silueta de Cádiz con sus torres que ya no vigilan apenas nada, sus catedrales de desidia, las grúas del esplendoroso pasado industrial, los puentes de ida y vuelta y los tópicos invasores, los talleres grasientos donde dormían de estrangis los sueños de los chavales llegados de los pueblos, los elevados edificios que se cargaron la estampa, los cromos, los calendarios dinámicos, y las canciones de Roberto Carlos. A la derecha, las vidas truncadas y las plegarias de las madres abandonadas.

Sin conversación. Nos han dejado sin conversación. La gente habla por la vereda, unos con auriculares y otros a viva voz, pero en verdad casi nadie se pone en el lugar del otro, ni siquiera juega a ser otra persona en un momento dado, sino que deja escapar lo que aún no ha sido arrebatado, qué lástima de criaturas, pensarán los perros que sacan a pasear las penalidades de sus dueños para que se sientan solos al aire libre del albedrío del teatro de la anestesia en do mayor. Los niños, en cambio, parecen felices. ¿En qué bando alistarán a los niños de mañana cuando estalle este desatino por los cuatro costados? ¿Se harán los encontradizos sus sueños de libertad?

Te cruzas con ciertos amigos desconocidos por las pasarelas del amor propio y unos te dicen que están ocupados, otros escuchan mensajes de audio como cosacos, otros se hacen los locos y el menda disfruta con el caos ordenado del atareado y ensimismado personal.

En el supermercado de junto, sin embargo, un usuario del centro de día de salud mental, un esquizofrénico recién llegado a la ciudad, sobresale sobremanera en medio del mundanal hastío con su particular manera de entender el mundo: un día sí y otro también ordena y desordena los productos en las estanterías, no cesa de colocar y descolocar los paquetes de café, los envoltorios de galletas, las bolsas llenas de aire y papafritas, las botellas de agua, y a mí se me ocurre llamarle el ordenador personal del verano.  

Con franqueza, ahora que se acerca la ultraderecha a todos los rincones de poder de la piel de toro, barruntamos que los poetas del turno de noche y los funcionarios del silencio cómplice volverán a figurar en la secta del mar de los luchadores, pero creo que será tarde. 

Produce un poco de asco y medio el espectáculo mediático. Unos defienden a los suyos y otros atacan al adversario. Sin conversación. Sin pruebas. A muerte. Ustedes seguir así.

La última canción de Ed Sheeran abunda en la inmensa tristeza que le produjo al músico colorín encontrar su viejo teléfono en un cajón, allá donde pierde el rumbo la nostalgia de futuro. El siniestro dispositivo le recordó errores inmensos, nombres de familiares desaparecidos en la bruma, conversaciones con amigos y parejas, mensajes de personas muertas, compadres perdidos, compañeros en el limbo y familias fracturadas por el tiempo, la codicia y la incomprensión. La distancia. Los padres ultrajados, las residencias de ajustes de cuentas, los verdugos disfrazados de víctimas, los ladrones de recuerdos, los restos de los naufragios vendidos al peor postor, las mentiras gruesas y las pinturas imbatibles, el sonido de la calle y la vulneración de los códigos de honor, las herencias sin fortuna, los años sin perdón, los enemigos en casa y las fotos sin corazón. La canción pone los vellos de punta. El mundo se ha quedado sin conversación. Pero en las escaleras que conducen a esta playa suben y bajan las esperanzas que nadie podrá borrar, las cosas que no tienen precio, las charlas que aún tenemos pendientes.

Fueraparte de estos elementos sueltos de desazón, basta con afinar el oído por las calles de Cádiz o sentarse en un banco de alguna de sus plazas públicas para reconciliarse con el ser humano aún no adocenado por la ansiedad del rollazo mediático o la asquerosa estructura socioeconómica del enfermo planeta. Los más veteranos de la conversación global gaditana escriben las mejores páginas del día. Un señor mayor perfectamente vestido de dandy de la Caleta relata a su sobrino, en el corazón del Palillero, la aventura que vivió en un centro de salud, y ella me dijo, y yo le dije, y ella me dijo, y yo le dije, nos están llevando a la ruina, destrozando la sanidad pública, pero yo no me rindo, me duele la espalda, a mi mujer le ronea el motor de los pulmones, a los dos nos cuesta una barbaridad salir a la calle con la sonrisa puesta, pero el lunes vuelvo al ambulatorio, a echar cohone. Y su interlocutor contesta a cada torrente de expresiones con una frase: Qué bastinazo. Y la vida sigue, y en la playa de Brighton aparece Sting to maqueado, Quadrophenia a la caída de la tarde, y los rockers se lían a piñas con los mods, suena una copla salida del alma y nunca el tiempo es perdido.