miércoles, 16 de julio de 2025

Corresponsal en el Fin del Mundo: El Viejo Almacén

 


A lo largo y a lo ancho de Suramérica, en cada pueblo, en especial en las esquinas; hay un viejo bar. Nuestro homenaje a esos refugios del alma.


Javier Tisera

Buenos Aires


Un ladrido a la noche y la luna se descuelga por las barrancas. Un río desmelenado y salvaje avanza todos los días humedeciendo las almas.

Según el Corán, se promete el paraíso a quienes alimentan a los viajeros, esclavos y perdidos del amor de Dios.

En el lado más caluroso del averno, una luz tenue, de 25 watts, llama a los peregrinos, mestizos, carenciados afectivos, amputados, o a los abandonados en las vías.

Dos vasos disimulando la soledad. Un silencio en voz baja recorre las mesas. La sonrisa hipócrita y cotidiana se toma un recreo en la ciudad de la Virgen. Unas fotos húmedas en la pared, como espejos, recuerdan a los primeros habitantes de este universo.

A unos metros, cruzando la calle, una abandonada sucursal del Correo; la que alguna vez recibió todas las correspondencias de Italia para los quinteros. En esos sobres, palabras de amor, nombres que no volvieron a pronunciarse, estampitas de San Genaro cuando moría un pariente en tierras de América. Algunos llegaron con la promesa de El Dorado.


Los trenes rompen la paranoia celestial. Un auto deambula buscando indecencia a bajo costo. Al oeste las viñas y el campo, la frontera de lo inesperado. Un monte de eucaliptus prolonga su letanía sobre la calle del mercado. Por momentos, en las mañanas, el trajinar incesante, las camionetas, las bolsas y los trueques mandan en la zona. Cuando el silencio avanza y la demanda huye en retirada, empieza a reinar la soberanía de los invisibles.

Alguna vez, hace quince lustros, en su zaguán enmarcado se exhibía una habilitación municipal para “Almacén de Ramos Generales con Despacho de Bebidas”. Hoy es solamente una sombra que se alarga por la calle Garibaldi. A los Ramos Generales se los fueron comiendo el Rodrigazo, los murciélagos del barrio, las sucesiones a contrapelo,  la tablita del uno a uno y las arañas de las alfajías.

Solo quedan, en una repisa, dos docenas de vasos mal lavados, una vieja bicicleta de reparto con canasto agujereado y un esqueleto de alambre. Son vestigios de un naufragio que está desterrado del relato.

En las islas del bar sólo se habla en presente porque todavía el futuro no pidió nada en el mostrador. Está sentado en un rincón, inmóvil y mudo.

¿Qué animal alimentan con su silencio? ¿Qué juez los condenó en esta esquina abandonada en la pampa? Desde las ventanas del colectivo que se detiene en la parada, algunos miran con envidia, otros con el desprecio de los que no entienden nada. El mediodía huele a vino barato con hielo; y a pizzas recalentadas.

Los “huesos” ruedan en una mesa.

— Tachame la generala doble, gringo; se escucha en esa kermesse diaria de billetes cosechados en las mañanas. Todos están esperando la quiniela provincial que sortea de mañana. Las putas y el juego pagan campaña electorales; la muerte ya se va a encargar de esos mercaderes del placer.

Esos que se estremecen los domingos y andan con las homilías abajo del brazo; pero que en la semana andan buscando billetes con las manos ensangrentadas. Las putas y el juego un día se van a cansar de tanto intermediario y gorras desvencijadas.



En este ghetto, las putas son nuestras mujeres y el juego es nuestro oficio. Y acá paga el que pierde.

Ella, la jefa, sin gestos, como una esfinge de Buda, mira a todos y no mira a nadie. A sus espaldas una botella de Cynar, la verde de Ginebra Llave,  una caña La Mariposa y dos hijos a medio criar.

Se percibe que alguien le pidió prestado el corazón y no se lo devolvió.

Por eso, el padre la abandonó en el mostrador. Y ella, al principio, lloraba cuando iba a buscar hielos a la heladera pero se le congelaron las lágrimas. Y sus ojos se hicieron de fuego y carbón. Para servir lo hace con sistema, gota a gota, como a la hora de cobrar; es implacable. Se sabe que algunos, los virtuosos, tienen libreta de tapas negras. Todos arreglan a la manera que ella dice, patrón y sota quincena, el uno de oro mensuales. Pero la perrada de todos los días, tiqui taca, al contado. Hay plata se toma…si no siga su camino.

Hasta los insectos son nuestros hermanos. Practican un humanismo como si fueran miembros de un falansterio de Carlos Fourier. Las mesas están en ronda mirando al estaño. La patrona algún sábado pide ayuda para prender la parrilla para tirar unas faldas albañileras mientras alguien se encarga de las ensaladas. Y desde el piso, como una Excálibur, aparece una guitarra y todos son cantores y todos somos poetas.

“Cómo seremos de indeseables que no vienen ni a pedirnos el voto”- dice “el alemán”, de mameluco manchado de grasa. Cuentan que el alemán se vino al montaje industrial pero el día que se tenía que volver, se quedó dormido en el Hotel de Solteros. Y los ingenieros alemanes se fueron sin él y quedó abandonado sin volver a Hannover.

Eso es lo que cuentan los criollos que se quedaron dormidos en el Hotel de los Casados.

Siempre están atentos para atrapar unas burbujas que se escapan o un platito de queso que se perdió. Es un rito que se repite por milenios pero todos están convencidos que es la primera vez. Todo huele a mediodía. Juan, que trabaja de encantador de serpientes, cuenta que en Praga hay un reloj que da la hora para atrás. Julito, que hizo Justicia por mano propia, acarrea el Código Penal y un “ferroviario” en los labios.

La aparición de las estrellas y de la sudestada de la madrugada va liberando silla. Esteban es el último que se retira; no deja nada, se lleva todo puesto en los ojos y en la garganta. Cuando sale al empedrado siempre piensa lo mismo: la calle está abandonada y se ve hasta la avenida como si tratara de justificar las horas empeñadas. Él piensa que es una postal de esta ciudad miserable y conservadora que solamente se obsesiona por los metros cuadrados y los centavos.

Miel de lechiguana que se va metiendo en el trago y van endulzando las baldosas que voy dejando atrás. Ya vas a cerrar las persianas y yo quiero quedar encerrado en tus fauces; y que el tiempo y los arquitectos me encuentren como un fósil de este tiempo violento y homicida.

Una bicicleta en la puerta, abrazada a un palo de Edén, espera por si hay que llegar a un arrepentimiento o a una urgencia de amor.



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