domingo, 20 de julio de 2025

El penúltimo misionero del rock and roll

 


Cuarenta tíos y unas cuantas tías de diversa clase y condición metidos en un autocar, una noche de primavera madrileña de 1985. Dirección: Montpellier. Objetivo: Bruce Springsteen. Mi primer concierto del Boss, que triunfaba, muy a pesar suyo, en la paradójica década del chunda chunda de las cajas de ritmo y los eufemismos grandilocuentes de la política liberal (?), enfundado en su disfraz de héroe de la clase trabajadora, y rockera, camino del fin de ciclo. No pude disfrutar del Bruce arrebatador de finales de los setenta y del debut en España del 81 en Barcelona, pero conocía sus andanzas por las revistas y me sabía los discos de memoria, así como las posturitas de camionero americano con ínfulas. Ya por entonces, los conciertos del Boss eran auténticos acontecimientos de dignidad, hogueras de emoción y lecciones de rock and roll y supervivencia.

Cuatro horas de energía superlativa, historias de perdedores, coches, chicas y películas en blanco y negro, una vida dentro de otras vidas, lo nunca visto por el menda. Llegamos a Montpellier agotados, tras una docena de horas de vino peleón, canutos y videos del Boss. A las puertas del estadio compré un pack de cuatro cervezas que me tuve que pimplar en la puerta porque no permitían el acceso de alcohol, así que entré contentito y saltarín, aunque un poco triste porque dos noches antes tuve un acto de desamor tras un concierto de The Cure en el Rockódromo de Madrid, no voy a entrar en detalles, sólo diré que lloré un poco por mi mala cabeza y que el kiosquero de abajo de casa, en Cuatro Caminos, me vendió el suplemento dominical de El País de tapadillo. Le dije que iba a ver a Bruce Springsteen y abrió los ojos como platillos volantes. No me acompañó ni un colega, el viaje más la entrada me costaron ocho mil pesetas, creo recordar, y crucé media España gracias a Viajes Halcón, que por entonces era una agencia pequeña. Mis padres no se enteraron de la aventura hasta meses después, cuando descubrieron monedas francesas en algún rincón de mi cuarto. Les mostré la entrada. A mi madre no le gustó el detalle. Mi padre sonrió socarronamente. Hay muchos tipos de mentiras y de medias verdades. Nunca me arrepentí ni me atacaron los remordimientos, todo lo contrario, hice cosas peores antes y después de ese baño inmenso de música universal y honestidad brutal. Con los años, ese concierto crece en mi memoria, he podido entender y querer mejor a la persona de Bruce y al personaje del Boss, merced a su obra musical y a sus memorias.

Del concierto puedo decir que jamás he visto algo parecido. Pueden consultar el repertorio en internet. Bruce y su legendaria banda, uno de los mejores grupos de la historia, no hacían prisioneros, precisamente. Luego los vi en el Calderón, en 1988, y en la Cartuja de Sevilla, en 2010. Cuando estudiaba en Madrid pasé largas tardes de otoño estudiando el cancionero de Springsteen y escuchando sus versiones piratas, sus discos en directo y demás joyas en radios alternativas y discos maravillosos, unos mejor que otros otros, con sus luces y sombras. Acaba de publicarse otra caja antológica de piezas inéditas que pone de manifiesto la irregularidad e imperfección de la obra del artista. He leído por ahí que la caja, demasiado cara pero resumida en un disco sencillo muy recomendable, muestra piedras preciosas y remarca la sensación de que el perfeccionista Springsteen nos ha hurtado, por así decirlo, una parte de sí, por inseguridades, por mandatos industriales, por lo que sea, que más temprano que tarde vamos disfrutando como quien disfruta de un topolino hasta las últimas consecuencias.   Bruce, digan lo que digan, hoy como ayer, sigue siendo el penúltimo misionero del rock and roll.






0 comentarios: