martes, 8 de julio de 2025

Urgencias públicas, prisas privadas

 


Festival de virus de ida y vuelta en el dispensario privado de salud. La cola llega hasta la calle. Hace un calor de demonios. Las moscas sin cita previa campan por sus respetos. Una señora mayor con cara de bolero suelta del tirón: "Luego hablan de la Seguridad Social. Vámonos pa' Urgencias, hija". La hija niega con la cabeza, no quiere perder la vez. Las pantallas del pintiparado centro de salud ruegan silencio a la la concurrencia. Silencio, dice. Silencio el Viernes Santo. La gente fuma en la puerta, parece que echarse un pitillo en la puerta de los hospitales da mucho postín. La señora mayor, que también tiene muchos humos, maldice su suerte de martes por la mañana y lo echa a cara o cruz, Asisa o Adeslas. Así gana el Madrid. 

Los informativos nunca critican las listas de espera en la sanidad privada, ni los recortes de servicios de paganini, ni la falta de personal en los centros concertados. Será porque los periódicos y las emisoras viven de la publicidad engañosa, de los fondos de inversión y de las prestigiosas firmas que nos roban el dinero y la salud a partes iguales.

La pantalla dice ahora que la psicóloga Menganita se acaba de suicidad en la consulta número 14, al fondo a la derecha. Yo le conté mi vida un par de veces, hace ya tiempo, y la verdad es que no me hizo mucho caso. Esa mujer estaba peor que yo. Por eso no me extraña que se haya pasado a la sanidad pública, ni que los usuarios del centro apenas se inmuten al leer la triste noticia de su inesperada marcha. Levantan la mirada de sus pantallas personalizadas un instante y sólo reaccionan cuando oyen su código de seguridad al compás de una máquina con voz de pito que desordena el caos como quien baila en la noche de San Juan. Sálvese quien pueda. Los impacientes entran con la tarjeta plastificada en la boca. "Malos días, ¿cómo se encuentra?"

Por mis partes, acudo a la consulta del urólogo con la próstata bastante hinchada de tantos telediarios, intoxicado con noticias en mal estado. Mi padre fue urólogo, uno de los mejores, y le tocó los huevos a medio Cádiz. Yo fui periodista, uno de los peores, y se los toqué a la otra mitad de Cádiz. Mi padre exhibía las piedras de riñón más gordas en enormes tubos transparentes, cuando la especialidad requería de más fuerza que maña tecnológica. Él era de Ciencias y yo de Letras, a él le gustaba Frank Sinatra y a mí Bob Dylan. Fuimos juntos dos veces a ver a Miles Davis, maestro de la trompeta de jazz, el bebop sincopado, los silencios y las urgencias. Siempre nos quedará Urgencias, uno de los pocos lugares de este puto país donde prima la igualdad, o la desigualdad por igual, no estoy seguro. Allá donde se cruzan los caminos de las familias de vendedores de chatarra con su patulea de churumbeles recién resfriados, la duquesa en bata con la sonrisa de medio lao, el chulo de playa en condiciones lamentables, el personal sanitario de gran categoría, la medicina de verdad, el cuñado cabrón, la hermana quisquillosa, los heridos leves, la gente grave y la prisa esdrújula. Pura sociología de domingo por la tarde a la vuelta de la playa. Urgencias sin prisas.  El futuro, en lista de espera.  Queda usted privatizado. 


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