"El hombre piensa que porque gobierna la Tierra
puede hacer con ella lo que quiera,
y si las cosas no cambian, lo hará.
Oh, el hombre se ha buscado su perdición.
El primer paso fue tocar la Luna".
Así comienza la canción "License to kill" que Bob Dylan escribió para su álbum Infidels, editado en 1983. Ronald Reagan había ganado las elecciones yanquis a Jimmy Carter, la Guerra Fría volvía por sus fueros y Dylan abandonaba su etapa cristiana con un disco rockero que se adornó con el pulso guitarrístico de Mark Knopffler y dio paso a una nueva gira que al año siguiente pasó por primera vez por España. En el estadio de Vallekas, el juglar cantó "Licencia para matar".
Veinte años antes, la crisis de los misiles de Cuba estuvo a punto de volar la sesera de este mundo y el joven Bob preguntaba: "¿Cuántas muertes harán falta hasta que se sepa que ha muerto demasiada gente?" ("Blowin' in the wind"). La respuesta ya no flota en el viento, y los tiempos tampoco están cambiando, los canallas se han despojado de sus máscaras y conocemos las caras y las intenciones de los Señores de la Guerra, "Masters of war", que aún resuena con su verborrea apocalíptica, unos versos que Dylan cantó en 2008 en el estadio Chapín de Jerez, por cierto, a quince minutos de casa, para vergüenza de quienes "construyen las armas, los aviones de la muerte, las bombas", y que se esconden en "los escritorios, tras los muros", mientras "juegan con el mundo como si fuera su juguete", y mienten y engañan a la parroquia, hoy como ayer, causando un horroroso "miedo a traer niños al mundo". "El dinero no comprará el perdón ni sus almas". El trovador narró a base de escritura automática los días previos a los asesinatos de Luther King y JF Kennedy, cuando aún no se habían aprobado los Derechos Civiles y los negros no disponían del derecho a voto en todos los estados.
Tantos años después, pone los vellos de punta recordar que los abuelos paternos de Bob Dylan, nacido como Robert Zimmerman, emigraron desde Odessa, la actual Ucrania, a Estados Unidos, a causa de un linchamiento antisemita en 1905, y que sus abuelos maternos eran judíos lituanos que llegaron tres años antes.
Dylan luchaba contra la etiqueta de "portavoz de su generación" pero dejaba para la posteridad, un premio Nobel de Literatura, plegarias como "Hard Rain". Doce montañas brumosas, seis carreteras tortuosas, siete bosques tristes, doce océanos muertos, diez mil millas en la boca de un cementerio y un recién nacido rodeado de lobos salvajes dibujaban las pesadillas del muchacho del país del norte, los sonidos de la autopista del trueno, el rugido de las olas y los tambores ardiendo. "La canción de un poeta que murió en la cuneta".
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