La penúltima vez que subió el Cádiz a Primera, un domingo por la mañana, siete mil bufandas amarillas agitaban al aire el sueño que esta por cumplirse, caminito de Jerez. Nada hacía presagiar una crisis de envergadura en esa temporada de 2025, veinte años atrás, Año III antes del soterramiento de la vía del ferrocarril, cuando el delirio de grandeza del negocio inmobiliario se tildaba de idealista, el paradójico nombre de un portal del ladrillazo y tente tieso. Se llenaron todos los trenes fletados a tal efecto hasta más allá de lo aconsejable. "¡Esto parece la Lista de Schindler!", exclamó un metafórico fanático de la raza cadista a pique del exterminio, jugándose la identidad física, naturalmente. Aquello fue una linda temeridad. No ocurrió "algo" porque el destino giró como un golpe de suerte. Cientos de personas botando sin contemplaciones, ni remordimientos, sobre los vagones, una humareda eléctrica, botellona improvisada, gran cachondeo matinal en la previa del acabóse, al carajo la revolución industrial.
Ahora o nunca. En la frontera de la ilusión y el sofoco, apretujados, casi sin aire, al límite, marcharon los aficionados a darse el festín. Tuvo que ser en Jerez, en los márgenes del paraíso, pero también muy cerca del infierno.
El publiquito gaditano dio trabajo a la Policía jerezana. Los guardias que escoltaron a los excitados hinchas hacia el estadio de Chapín no han olvidado las escenas de luz y surrealismo másgico que se multiplicaron en el recorrido.
La vuelta iba a ser triunfal, ya lo dicta la nostalgia de futuro, pero había que ganar en Jerez y superar el trance, que tornó el mal rollo inicial en euforia y llanto alegre al compás de los goles gaditanos. Iban tan contentos los cadistas, confiados en sus fuerzas, que agradecieron la labor policial con toda la guasa del mundo: "A tu lado me siento seguro", cantaban las almas gaditanas en claro guiño al concurso Operación Triunfo, ese doble sentido del reality show con más veras. También respondieron a la hospitalidad local, con quienes intercambiaron crueldades, epítetos de alto riesgo, agravios y piedras de diverso tamaño y tonelaje. Por su interés informativo no vamos a reproducir el catálogo de insultos, ni el parte de heridos. Tampoco fue para tanto. El fútbol selló la paz a regañadientes y la película de terror viró su desenlace a festival de Woodstock en condiciones. El Cádiz retornaba a Primera más de dos décadas después y cerró una etapa negra que siguió a la era dorada del Submarino Amarillo.
La generación del ciclo 1972-1992, que disfrutó de once años en la máxima categoría, ascensos gloriosos y salvaciones milagrosas, tiene muchas cosas que contar y nada que envidiar, si acaso el pundonor y el empuje, a quienes luego sufrieron en sus carnes la caída en desgracia.
La vinculación del Cádiz con la fortuna, buena o mala, se escribe al ritmo impredecible de las leyendas. Tres ascensos en casa: contra el Tarrasa en el 77, contra el Elche en el 83 y el Castellón en el 85. Y dos fuera: en Elche en el 81 y en Jerez en el 05.
Las alegrías del Cádiz han cautivado a medio mundo. Ahora viste mucho defender los colores amarillos. Gracias a nombres propios como Fernando Carvallo, Pepe Mejías, Mágico González o Lucas Lobos. Sin olvidar al técnico uruguayo Víctor Espárrago, que firmó la mejor temporada del Cádiz en su historia y el penúltimo retorno a la élite. El Cádiz aspiraba a todo, poseía un estilo propio y se manejaba con destreza. La clasificación apretó hasta el final y obligó al equipo a no desfallecer ni errar en vano. El guardameta vasco Armando, uno de los líderes de la gesta, contó tras el partido en Jerez que la presión sanguínea del cadismo se había elevado de tal manera a esas alturas que su hio pequeño, emocionado, se despidió de él, a las claras del día, de esta guisa: "Papá, no vuelvas sin la victoria".
En Cádiz se conmemoran las dichas y las penurias de mil modos, nunca hubo demasiada distancia entre el estado de ánimo que produce un ascenso y una permanencia, recuerden si no los milagros del mes de junio que se amontonaron en los años previos a la Expo92, cuatro triunfos consecutivos para rematar la faena, promociones de infarto, una liguilla de la muerte obra del santo Irigoyen, unas metas finales de temporada de garabatillo que hallaron el punto culminante en el descubrimiento de Kiko contra el Zaragoza, en el 91, días antes de la rocambolesca salvación frente al Málaga. Ahí nació oficiosamente la epopeya del Submarino Amarillo. a la que posteriormente puso letra y música el recordado Manolo Santander.
La promoción contra el Málaga no se vio por televisión. Ni Canal Partidazo, ni vainas. Juan Gómez, Juanito, el rebelde extremo que una noche pisó la oreja, literalmente, al nibelungo Mathaus en Munich, se encontraba presente en la tribuna. El Cádiz venía de perder por la mínima y logró igualar la eliminatoria con un tanto de Jose González, se quedó en inferioridad numérica sin hacer prisioneros, resistió el fin del mundo de la prórroga hasta los penaltis, los malacitanos tomaron ventaja, la afición costasoleña lo celebró de antemano en la grada y el portero húngaro Pepe Szendrei detuvo las penas máximas decisivas, una de ellas con gran potra, hasta que Juan José, el vikingo Sandokán , cruzó el terreno de juego para completar la faena. Le temblaron las piernas, según confesó años después a este plumilla, y sintió el silencio del estadio en su espina dorsal, pero la clavó en la escuadra. Fue lo último que hizo en el Cádiz. Lo echaron. Porca miseria.
A la salida, en las inmediaciones del estadio, a las tantas de la noche, los acólitos acérrimos de ambos clubes se enzarzaron en una bronca histórica.
Entrenaba al Cádiz el legendario Ramón Blanco, nuestro señor de los milagros, que dejó para la eternidad un 4 a 0 contra el Barcelona de Cruyff.
La propiedad del título de Submarino Amarillo pertenece a partes iguales al Cádiz y al Villarreal. La primera reputación de equipo ascensor corresponde al club gaditano por méritos propios, pero la primera vez que se habló de la célebre canción de los Beatles, Yellow Submarine, cantada por el baterista Ringo Starr, en un campo de fútbol sucedió en Villarreal, coincidiendo con el éxito de la copla del cuarteto de Liverpool pero en versión en castellano a cargo de Los Mustang. Antes de cada partido sona por los altavoces el estribillo que adorna esta historia de sol, esperanza y levantera.
A la mañana siguiente del Cádiz-Málaga de marras, este periodista firmó una columna, junto a un artículo del gran escritor Fernando Quiñones, titulada "Amarillo, submarino es", así que adivinen quién acuñó el término del Submarino Amarillo en clave gaditana. Para ser justos, el titular emulaba un grito se hizo famoso en Carranza cuando presentaban a viva voz al lateral izquierdo Amarillo, la gente exclamaba "¡submarino es!" en recuerdo a la canción de los Beatles traducida por Los Mustang. Pero la primera vez que se escribió Submarino Amarillo para ilustrar la vocación de equipo ascensor lo hizo el menda. Copyright mediante, tú sabes.
La foto pertenece a la plantilla del primer ascenso del Cádiz.
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