domingo, 27 de julio de 2025

Coplas a Valentín el Fenicio

 


Valentín el fenicio merece un acto de desagravio o, tal vez, de justicia divina y humana. Valentín ejerce funciones de atractivo turístico, en su condición de primer gaditano conocido. Alegría y desempleo. El amor por Gadir no tiene edad. Valentín cuenta con 2.600 años, es un resto arqueológico de larga duración, y desde hace nueve años, cuando fue descubierto en las entrañas del solar del Cine Cómico, interpreta un nuevo papel de protagonista principal de la azarosa y fascinante historia de Cádiz. Es hora de rendir pleitesía a los fundadores fenicios, cubiertos durante centurias de mala fama, y de convertir a Valentín no sólo en un vestigio del pasado, un souvenir del porvenir imposible, sino en un ejemplo a seguir. O no.

A Valentín le hicieron un tac en el Puerta del Mar y le sacaron hasta el código de barras. Murió en extrañas circunstancias por mor del asedio de Gadir, probablemente en un incendio. Mediana edad tirando a los treinta, 1,77 de altura, fractura de fémur muy dislocado, y una gran vida social, sordo de astilleros, hijo de madre europea y padre fenicio. Se conoce que una gaditana, harta de los modales de otros hombres del mar, se enrolló un martes de Carnaval con un colono de buen porte de los fenicios que desembarcaron en Cádiz en busca de metales y de un lugar a buen resguardo donde montar su base comercial, cruce de caminos entre Oriente, África y Europa.

 El yacimiento de Gadir, cuya excavación se inició hace una década, data del año IX antes de Mágico González. Nadie tiene la culpa de que Cádiz sea más antigua que Roma. De una u otra manera, los gaditanos como Valentín conservan el espíritu fenicio, el estilo inconfundible de personas cosmopolitas, amables, diplomáticas, tolerantes, hospitalarias, discretas, orgullosas, creativas, religiosas, buscavidas, ilustradas y, sobre todo, comparsistas y chirigoteras. Fueron los griegos y los romanos quienes propagaron falsas leyendas en torno a los fenicios: que si eran zafios y tramposos, aduladores con los poderosos y severos con los humildes, que si pertenecían a la cofradía del puño. Los fenicios fueron maestros de los griegos y los romanos, y también escribas, sacerdotes, pensadores, y asímismo ingenieros navales, artesanos, marinos y comerciantes.  Vale, puede que Valentín sea hoy en día el primer sieso, el primer tieso, pero también un precursor de la calidad de vida a este lado del sol, esa combinación entre ocio y negocio que alguna vez resultó rentable. O no.

Los fenicios acuñaron el alfabeto sin una sola falta de ortografía, inventaron el vidrio, cultivaron la filosofía estoicista, la astronomía para regirse por las estrellas, la medicina, el primer comercio global, las matemáticas, y se especializaron en la construcción de barcos de pesca y navegación antes que Echevarrieta y Navantia; padres e hijos compartían sus oficios en gremios, adoraron a dioses universales y terrenales, cambiaron plata tartésica por aceite, hicieron maravillas con el trueque del almendrueque. Pescaron atún antes que algas, respetaron a la mujer gaditana, o tal vez ésta se hizo respetar, en torno a una sociedad jerárquica compuesta de arriba a abajo por dirigentes, asambleas populares, trabajadores libres, asalariados y esclavos, amén de funcionarios de Diputación y la Juntandalucía. El propio Aristóteles escribió que el gobierno piramidal de los fenicios concedía importancia a "la voz del pueblo", una especie de 15-M de andar por casa. No hay datos concluyentes acerca de la ideología de Valentín, aunque se sospecha que votaba a Podemos.  

Valentín sufría los efectos del vértigo y, acaso, cierta nostalgia de futuro. Yo creo que moría por la Eternidad de Martínez Ares. Las malas lenguas sostienen que era un hombre primario, precisamente quienes nos han abocado a todos al sector terciario en precario. Valentín iba a misa, al templo de Melkart, y los domingos por la tarde cogía el Comes para visitar el yacimiento de Doña Blanca, en El Puerto de Santa María, que se disputaba con Gadir el primer premio en antigüedad. No es extraño que el tiempo nos haya legado tantos puentes, de hormigón y de asueto: las islas Gadeiras eran tres, y a Valentín le molaba la carne de res, el pulpo, el vino y la Cruzcampo bien fresquita, con mucho gas.

Los turistas de cruceros, los visitantes hispanos de amplia cultura conocen mejor a Valentín que los gaditanos propios y extraños. O no. Una lanza por los fenicios. Vamos a dejarnos de historias, todos somos fenicios, aunque un poco más estropeados y golpeados por la vida húmeda, erosionados por el mar, urbanizados por el maldito parné, pero aún privilegiados por la música del cielo.

La ilustración es de Iván del Río.


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