Tres melenas por metro cuadrado, unos cuantos cuarentones con los pelos numerados, chicas de rompe y rasga, un sombrero de cowboy, el típico chillón con camiseta de Pink Floyd y un listillo que retransmite el concierto a la gente de junto. La fauna silvestre ahuyentando los malos espíritus del relente. "Tocan cada uno por su lado pero suenan de categoría" sintetiza el gachó cuando los Blackberry Smoke se ponen traviesos y la sala W hierve a su favor. Afuera reina el frío, por fin, y adentro la cerveza y el rocanrol. Lleno total, arrinconado el tedio en mitad de la noche de lunes, ojos rojos por el humo y unos tíos de Atlanta, Georgia, dando caña en el escenario ante la impenitente hinchada rockera, que haberla hayla en la tierra del lolailo. La nueva sensación del rock sureño levanta pasiones.
El quinteto, observado por todos a través del cristal de la cabina de sonido, improvisado camerino, parece parece modosito de primeras, pero no vea la que lían en el escenario, pura adrenalina, la transformación del hombre de la pradera. El batería sale a empujones, buena señal, la cosa promete, y cruza la sala junto a sus compis, que también son de armas tomar. Disparan directo al corazón, igual que las cámaras digitales los fríen a flashes durante todo el bolo. Country, blues, rock clásico, juegos vocales, diálogos guitarreros, alaridos de pasión, un silbido al más puro estilo Van Zandt y guiños a Lynyrd Skynyrd y otras glorias del rock sureño al piano y al musculoso bajo. "Yeah, mama, let's boogie", preludia Charlie, el intuitivo y peculiar cantante. Los Blackberry interpretan piezas de sus dos discos, editados con cinco años de intervalo. Brillan sin virtuosismo, por narices, en temas como "Restless", "Sanctified woman" o la postrera "Freedom", su particular "Free bird", sin largos solos pero con similar intensidad creciente. La gente participa con ansias. El vocalista se habla con el Pink Floyd, que va ya calentito. Drinkin song para mover el culo, anuncia el líder de tan singular banda, donde el bajo es el más alto y el chico, el más vacilón. Feelin' good quiere decir "a gustito" en lenguaje rocanrolero, la banda comunica con el personal, conexión en el infierno, los músicos se saben los viejos trucos del género, y algunas gracias como rimar going con joint, cuando un asistente coge la puerta antes de tiempo, y seguir la gracia del "oé, oé, a por ellos", con descaro sublime. Suenan a Allman Brothers, pero también a Waylon Jennings o la Marshall Tucker Band. Tienen actitud. Preguntan a la gente si se encuentra happy, doce en punto de la noche, y se va la luz. Nubarrones, sospechas, salvemos el directo. La energía retorna al instante, a pique de un repique, y los tíos evocan Georgia, siempre en la mente de todos, hasta acabar con las existencias del mal humor. Fuerza, frescura, fiereza, furor y fantasía, factores contra el frío mental. Camisetas cortas en la primera noche de invierno, en el infierno se está de categoría. ¿Quién dijo frío?
Diciembre, Cultura, Diario de Cádiz
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2 comentarios:
Bien ahí, ves, perfectamente resumida la noche. Totalmente de acuerdo con la exposición de todo lo que aconteció. Genial lo del Pink Floyd, ajsjajsjasas, es verdad, yo estaba detrás y en algún momento me entraron ganas de darle un empujón y que con la inercia le hiciera los coros a los Blackberry.
jajaja, el Pink Floyd tiene que estar ronco todavía de los berridos que pegó ... oye, estábamos muy cerquita, yo me puse a la izquierda del nota, casi nos conocemos, Periko, un saludoooo
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