martes, 25 de mayo de 2010

Cosas que faltan en Cádiz

Como por arte de birlibirloque, surgen plataformas para recuperar vestigios tan gaditanos como los cañones de la muralla de San Carlos, el reloj de la estación o las estatuas de la plaza de Mina
 
 En busca del tiempo extraviado. En Cádiz faltan muchas cosas, no sólo el respeto y la educación, que diría un veterano castizo guardían de las viejas y buenas costumbres. Se ha perdido todo, hasta el futuro. No sólo se busca el cuadro de Los Mojosos, de las Costus. Se busca la identidad, los vestigios del esplendor, el reloj de la estación, las moscas de caballo, las placas amarillentas de homenajes nunca consumados y la huella de recuerdos digitales y analógicos. ¿Dónde están los cañones de las murallas de San Carlos? La pregunta recorre todos los rincones de ... facebook, donde alguien ha captado la atención de multitud de gaditanos con tal cuestión. ¿Qué fue de los cañones de San Carlos? En realidad, la pregunta cabal sería: ¿Qué fue de las murallas? Pero vamos a dejarlo, no vaya el debate a salpicar a otros proyectos tan sólidos, como se dice ahora, como el Castillo del Tirititrán o la plaza de Sevilla Tiene un Color Especial. Por cierto, ¿dónde quedó el reloj de la estación? ¿De qué estación? Hay varias estaciones superpuestas, parece la Bella Italia. ¿Y las estatuas que representaban a las cuatro estaciones en la plaza de Mina? ¿La mangaron los estorninos? Cuántos recuerdos almacenados en la memoria infinita, cuántos expertos en la materia indisoluble, cuánta gente insolvente -mejor dicho, disolvente, que así se definió un moroso pidiendo clemencia a Pepeblás. ¿Cuántos años lleva Pepeblás casando a personas humanas en San Juan de Dios? ¿Y el rótulo de la cárcel real? Decía algo así como "odia el delito y compadece al delincuente" lo mandó poner la primera mujer directora de prisiones, Concepción Arenal. Ha perdido vigencia, pero quedaría muy bien en algún lugar público. Que lo devuelvan. Usted, el que se pone colorado, no disimule. Qué sabe nadie. Hubo un alcalde en una población de la Bahía que se llevó bancos y farolas a su mansión de las afueras, así que nadie queda libre de culpas. Casi nadie. Cádiz fue una fortaleza. Ahora a Cádiz se le va la fuerza por la boca. Y los recuerdos se aferran a las costuras de lo cotidiano, hay gente por la calle que sólo mira a los balcones, a las casapuertas, a las ventanas cuadradas del cielo. Hay gente pa tó: paseantes que descubren la historia gaditana a través de nombres insignes o marcas registradas, escritores de cartas al director en potencia que apuntan cosas extrañas en una pequeña libreta, tazas de café que advierten sobre hechos nunca ocurridos en la mente fuera de tiempo. Y cañones perdidos.
Si el sanguinario conde de O'Reilly levantase la cabeza, quizá el sabio pueblo gaditano conocería dos o tres cosas nuevas sobre la periferia de su desdicha y las causas de su decadencia. El dublinés, capitán general de Andalucía, construyó murallas y puertas de tierra, levantó odios y rencres, pero también contribuyó a la cultura local fomentando escuelas de arte y el estudio de las ciencias, hijas de la paciencia. En Conde o'Reilly, por cierto, dio sus primeros pasos como gaditano otra figura legendaria de su historia, Mágico González, que cayó directamente del cielo a una pensión llamada Argentina para erigirse en salvador de la patria chica azul y amarilla, no volvió a nacer nadie semejante ni a morar lugares de buena muerte en la pinturera calle de San Carlos. Oh, los cañones de San Carlos, noventa piezas de artillería, sesenta bóvedas para uso particular, baluarte al oeste de la necesidad, barrio ilegal surgido a espaldas de la autoridad, torres vigías que ya nada vigilan, puertos escondidos y la custodia de la risa floja. Hoy, la lluvia limpia los pájaros oxidados de la libertad y el sol pone color a los candados de la expresión más elocuente. Y hay gente que echa de menos muchos cañones. Otros muchos cañones. A saber: cañón entre Fernández Shaw y Sacramento; cañón entre Botica y Teniente Andujar; cañón entre Villalobos y Cristóbal Colón. Se impone una plataforma global: Cádiz, con dos cañones. Por no hablar de la fiuente de la Negrita, el templo de Hércules de Sacti Petri o la mismísima Puerta del Mar. La torre de Preferencia, el quiosco de Canalejas y la propia melancolía. Seguro que alguien sabe el paradero de algunos de estos elementos arquitectónicos y sentimentales de la bella Cádiz. Se gratificará.

Mayo 10, Cádiz, Diario de Cádiz

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