Contrastes en la Alameda de Cádiz. En la iglesia del Carmen, bodas deluxe ante la atenta y cotilla mirada de guiris curiosos. Junto a la balaustrada, ágapes diversos, comuniones de nueve mil euros y vestidos de largo a las seis de la tarde. Y en el Baluarte de Candelaria, la Feria del Libro y del aire acondicionado. En esta tierra, las ferias superan a los libros, y las juergas a las reflexiones. Ahora se leen los partidos de fútbol, se estila mucho decir que el equipo talymecual ha sabido leer el partido. Los libros, muertos de la risa, asisten impávidos a la ceremonia, se dejan firmar por sus autores y toquetear por la concurrencia. El saber no ocupa lugar, y el lugar de los libros, tan escueto como hermoso, reinventa metáforas. Hace años, al Baluarte se le llamó el Museo del Ná, en eso quedó el frustrado Museo del Mar, primo hermano del Museo del Carnaval, el Museo del Taratachán, que sigue en el aire, por no hablar de los tropecientos proyectos de futuro incrustados en el pretérito imperfecto. Talacozamuymal. Así que la gente dedica unos minutos a morsegar las hechuras, los trajes, los maquillajes, los bolsos dorados, las gafas descomunales, los zapatos de charol, las camisas con chorreras, las lentejuelas y el terciopelo, los peinados estrambóticos y el aire que se dan los que esperan la llamada del Señor. Al otro lado, el supersónico divorcio de la cultura, la secta de las letras, el círculo cerrado del papel, un oasis dentro de otro oasis.
domingo, 18 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario