El hombre que dejó su trabajo de Astilleros por una temporada y terminó girando ocho años con sus Beatles de Cádiz, el amigo competidor de Paco Alba, onubense de Cádiz, baluarte de la fiesta señera del sol, medalla de oro de Andalucía, tío del mejor futbolista que ha dado Cádiz (Pepe Mejías) y suegro de uno de los grandes renovadores de la chirigota (Paco Rosado), canta ahora el pasodoble de medida. Vellitos de punta. El sello de Villegas impregna la sala, repleta de trofeos, placas y misceláneas, y una letra sobre el tiempo evoca nostalgias de futuro.
"Le di un título a mi hijo, que manejaba otro, y se echó a reír, pues se trata del mismo significado, coincidimos sin ponernos de acuerdo. Quizá se decida por mi idea para la comparsa. Yo tenía mucho miedo, de mí no ha salido escribir la música a la comparsa, y acaso alguna ayuda en ciertos textos, pero me convencieron mis hijos". Contubernio familiar. "Gracias a Dios me mantengo bien mentalmente, se me olvidan pocas cosas, lo principal me lo sé de carrerilla. Y como la soledad es muy "joía", mis hijos, que me veían retraído y a veces deprimido, acordaron entre ellos animar el cotarro. Suena de categoría el cotarro de Villegas e Hijos, marca registrada.
En su casa de la avenida del soterramiento, el legendario autor enciende las luces del túnel del tiempo. "Ese año (1961), Paco no salió, porque se mosqueó con el tercer premio que le dieron a los Mamarrachis, y su gente se enteró de que yo había compuesto un pasodoble, que al final interpretaron los Gitanos Errantes en el Falla. En esta misma mesa les canté la letra a Chatín, Miguete y Charpa. Yo estaba loco por ellos, pero debía buscar otro destino". Ya se sabe que Villegas entabló amistad con El Brujo en el bar Pepín, los domingos de banda de música en la plaza Mina y de media limeta de vino de Chiclana. "Él me dijo: Métete. Pero no quise seguir su mismo camino musical, no está bien eso de copiar". Así que reinventó la música de la luz hasta dar con la tecla sensible del Carnaval gaditano y dirigir el grupo más célebre que se recuerda más allá de Puertatierra, los Beatles de Cádiz. De pronto, todo se transformó, "de salir en una murga a ser famoso por ahí hay un trecho. Mi intención era dar a conocer Cádiz, por eso llevábamos el escudo de la ciudad en los trajes. Teníamos trajes de invierno y de verano, pantalones de mil cuadros, blusas rojas con cordoncillos dorados, y el escudo en el corazón. Todo el verano viajando. Entonces se gastaban las orquestas uniformadas, no como ahora, que van todos en chándal".
"Pasar por el mundo sin haber hecho ná, que no quede rastro de ti, debe ser algo doloroso", sentencia Villegas con su habitual elegancia. Y recuerda como si fuer ayer la noche en que José María Pemán presenció una actuación de los Beatles en la sala Pasapoga de Madrid, o los percances que sufría el Peña cuando se arrojaba en lo alto del bombo sobre la pista, una manera estrafalaria de hacer mutis. "Estuvo a punto de matarse varias veces. El Peña andaba cortito de memoria, pero poseía un arte descomunal, cantaba bien y parecía un actor de Hollywood. Y era disciplinado al máximo, contra lo que se pudiera pensar de él". Y relata una peripecia envuelta en chicle hinchable y sifón, un bubble boom que terminó con un beatle colgado de los cables de la luz". En una foto, que Enrique señala con el dedo, aparece el Peña con un brazo escayolado. "Tuve que salir en ocasiones para hacer de bombista en las tournés. La fiebre por los Beatles nos trajo contratos diarios, a veces dos o tres galas diarias, hasta que los verdaderos Beatles de Liverpool se fijaron en nosotros".
Villegas asegura que se reunió con el mismísimo Brian Epstein en "El biombo chino", una sala de fiestas de mediados de los años sesenta. Miguelín, el torero de Algeciras, ejerció de intérprete. "Los Beatles tenian las creencia de que nos mofábamos de ellos, y Epstein vino a comprobarlo. Cuando escuchó nuestras pamplinas (Villegas canta 'Hablemos del jamón', una parodia de Raphael), se meaba de risa. Lástima que se mató en un avión. Sabe Dios. Si no hubiese muerto habríamos actuado juntos en un show previsto en Liverpool. Me lo dijo él". La certera memoria de Villegas quizá sufra una pequeña laguna, pues Epstein murió en 1967, poco después del encuentro, pero no lo hizo en accidente de avión sino en extrañas circunstancias. Dicen que se quitó la vida. Los Beatles de Cádiz eran pa matarse de risa, nadie lo duda.
Los escarabajos gaditas proporcionaban unas 150 pesetas semanales a Villegas, el jornal que ganaba al mes con los hermanos Ortega, en su faceta de fotógrafo. Villegas dejó los Astilleros, "pedí un permiso y me tiré ocho años dando vueltas con los Beatles". Villegas tuvo que ser un gachó apuesto, un galán de la época, a tenor de sus hechuras actuales y de sus relatos en color sepia: "Yo hacía fotos a la gente en el Palillero, los retrataba caminando, y estrenaba sombrero y abrigo, iba yo poco elegante ..." Bohemio y soñador.
La infancia de Villegas es un paraíso en el Falla, la felicidad completa, las operetas que tanto gustaban a su padre. El paraíso de Cádiz, que "es como el cielo o el olimpo", se ubica en el Falla. Villegas vuelve al Falla dos décadas después. Las Quince Piedras, Los Comuneros, Los Pescadores Fenicios, "un sentimiento colectivo". "El Carnaval es una sentimiento, y antes era un sacrificio. Cuando empecé sólo veía a mis hijos dormidos, cuando llegaba de los ensayos. Muchos gaditanos se sacrificaron, en tiempos tan duros, para hacer reír o soñar a una ciudad, para dar diversión al resto de gaditanos".
El primer contrato de los Beatles, una gala en Ceuta, hizo coincidir al grupo de Villegas con un jovencísimo Camarón de la Isla, año 65. "Conocí a Camarón en los reservados de la Venta Vargas, no tenía ni dieciséis años. Camarón siempre fue muy callado. La gente que habla mucho no llega a ser artista porque se le va la fuerza por la boca". A Villegas, el sargento del club de los corazones solitarios, se le ilumina la mirada, entra en su despacho y vuelve con otra copla de nuevo cuño. La canta y el mal espanta.
Mayo 08, Crónicas Urbanas (Diario de Cádiz)
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