Hoy cumple 67 años y mañana viaja a Europa para continuar su gira interminable. Bob Dylan, forever young, ha dejado de nuevo a un lado su guitarra y, desde que retornó a los escenarios días atrás, toca el piano eléctrico durante todo el concierto, con leves guiños a la armónica. Hace cuatro años que decidió sentarse a un costado del escenario. Cierto concejal garrulo coruñés dijo el otro día, para justificar la ausencia de Dylan en su ciudad, que éste canta de espaldas y que tiene composiciones poco conocidas all over the world, qué arte más grande, qué oportunidad de achantar la muí.
Dylan nació en Duluth, Minnesota, un grisáceo pueblo minero sin futuro más allá de la tienda de electrodomésticos de su padre. Bob descubrió la música en la radio y del tirón quiso ser Hank Williams y Little Richard, a la par, y de veras que lo logró, con creces, unas décadas después. Hoy es Bob Dylan y hace lo que quiere con sus canciones; en seis noches ha interpretado cincuenta temas diferentes. Deja para el final las concesiones mitológicas, pero antes juega con su memoria, quizá para sorprenderse a sí mismo.
Felicidades, Bob, buen viaje, nos vemos en Jerez. (Me dirijo a él con tanta confianza porque somos amigos, aunque él todavía no lo sabe).
sábado, 24 de mayo de 2008
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