Para llevar la contraria, práctica muy propia de Dylan, vamos a quebrar tópicos en torno a la figura del mito del rock más grande que ha pasado por esta tierra, y que hoy canta en Jerez en el penúltimo peldaño de su gira española. Bob Dylan no existe, Existen unos cuantos. En permanente movimiento físico y mental. Su inabarcable obra, que ocupa media vida de dylanitas e incluso adversarios, merece sesudos y exhaustivos estudios. Dylan viene a Jerez en notable estado de gracia, lleva un siglo en forma, multifacético y creativo, cosecha galardones y leyendas, y cada noche, al frente de su gira interminable, derrama esencias de su arte. Libros, películas, documentales, el viejo Dylan ocupa páginas de actualidad recién llegado del pretérito imperfecto. De un personaje tan genial como incierto habría que convenir lo que no es: no es tan huraño como pintan, no es la voz de generación alguna, tampoco se repite a sí mismo, ni hace concesiones a la galería, ni canta mal, lo hace a su manera. Ejem. Comprueben los matices de su cascada voz, y los pliegues y círculos concéntricos de su poesía. Dylan en Jerez, increíble pero cierto, a partir de las nueve y media en el estadio municipal de Chapín.
No permite cámaras, aunque los móviles iluminarán la noche con sus indiscretos destellos. El domingo impidió a la tele que ofreciese en directo su recital en Rock in Río, un aliciente más para Jerez. Dylan no quiere ni fotos, siempre fue así, y algunos elevan tal circunstancia a la categoría de notición. Sus detractores también resaltan que apenas se dirige al público. Ni falta que hace. Hablan sus canciones, y de qué modo. Dylan trae a Jerez un espectáculo sobrio, bien engrasado, cuya calidad parece innegable, basado en piezas señeras de su extraordinario cancionero intercaladas con recientes composiciones, amén de alguna sorpresa. En Vigo, por ejemplo, estrenó "Handy dandy", tema del disco "Under the red sky", editado en los albores de los años noventa. Primera vez que la toca en directo. Cada noche cae alguna perla inesperada, dentro de su cambiante repertorio. Otro tópico al garete: no es verdad que Dylan improvise constantemente repertorios, ni que modifique arreglos o estructuras de forma caprichosa. Sale cada gira con un centenar de temas ensayados, algunos de ellos enfundados en nuevas versiones, y en función de su humor o actitud, los ordena o desordena a su gusto. Este año suele tocar, entre las diecisiete canciones que canta cada noche, media docena larga de composiciones de sus últimos tres discos y otras tantas piezas esenciales de su discografía. Nunca se sabe. Hay fanáticos que incluso apuestan en internet, juegan a adivinadores picando una serie de canciones antes de las giras. Los temas menos frecuentes logran mayor puntuación. El "Dylan Pool" constata que el artista encaja las piezas como le viene en gana. Pero no actúa al tuntún. Tiene días y días, claro.
Con nuevo disco ya grabado, otro ejemplar de sus series piratas en ciernes y la segunda entrega de su autobiografía casi a punto, Dylan se reinventa ante su público mientras el mito crece y crece. Tipo listo, siempre supo manejar las claves de su propio personaje, el Bob Dylan que suplió a un Robert Allen Zimmerman retraído e intuitivo que nació el 24 de mayo de 1941 en Duluth, Minnesota, ciudad minera de los Grandes Lagos, en el seno de una familia de origen judío. Desde muy chico, y hasta hoy mismo, Dylan siempre ha practicado el "método esponja", empapándose de estilos, géneros, posturas musicales y maneras de vivir (en el escenario). Siempre quiso ser Little Richard, otro tópico destrozado: Dylan no quiso ser cantautor para cambiar el mundo y esas sandeces que se dicen sobre su persona: quiso cantar en un grupo de rocanrol y ser Richard, Holly y Elvis. Pero también aprendió, a través de la radio, los entresijos del blues, el country, el folk. Ya en Minneapolis, integrado en el ambiente estudiantil, se decantó por el folk, siguiendo la estela del rebelde Woody Guthrie y aprovechando un momento de franca decadencia del rock. Ni que decir tiene que a los veinte años ya era Bob Dylan, a secas, y un par de discos después cambiaba la acústica por la eléctrica y en plena eclosión de los Beatles, acuñaba el folk rock, un sello único que ha impregnado a medio mundo. Rock y blues, escritura automática, años sesenta a toda velocidad, discos para la historia (desde el folk de Freewheelin hasta el sonido mercurial de Highway 61 y Blonde on Blnde, hasta que el suceso recorrió el planeta. Agotado por las giras, presionado por los medios, atosigado por los fans, rodeado por las leyendas que jugaron en su contra, sufrió un accidente de moto que lo cambió todo. Aún se duda sobre la certeza de tal suceso, lo cierto es que Dylan, siempre en contramano, se retiró del mundanal ruido precisamente en plena vorágine hippy. Salvó el tipo, se borró de la escena para reaparecer con The Band y emprender otro vuelo.
La obra de Dylan, tan variopinta como asombrosa, suele dividirse en etapas, como la obra de escultores o pintores atemporales. (Inciso: Dylan "muere" por Picasso, en realidad es el Picasso del rock). Convengamos en una etapa folk (62-64) que desembocó en el período más fértil y brillante de su carrera (65-66). Luego, supuesto accidente, retiro, retorno sereno al ritmo del country, hasta que en 1974 vuelva a la carretera, firma el grandioso "Blood on the tracks", su secuela "Desire", y se adentra en su etapa religiosa, trilogía entre el 79 y el 81, nueva mutación y llegan los "Infidels", Dylan en hermosa pugna contra sí mismo, infiel a sus circunstancias. Los ochenta pasan de puntillas, en pleno reinado del chunda chunda de Madonna y Phil Collins, hasta que el resurgimiento del rock le devuelve a la escena. Dylan, una mente fuera de su tiempo, ha sabido envejecer como pocos podían augurar.
El Dylan maduro de los setenta fue el que conoció este país, recuérdese que llegó a ser número uno por "Hurricane", que se bailaba en las discotecas (¡). Sin embargo, la Piel de Toro no acogió un concierto de Dylan hasta el verano de 1984, Vallecas. Desde entonces ha visitado con frecuencia este país, con giras más o menos breves en 89, 91, 93, 95, 98, 99, 04, 06 y la actual, que le ha llevado por once poblaciones españolas. Como las hormiguitas, sin estridencias, Dylan reunirá a más de cincuenta mil personas en la gira cañí. En Jerez preocupa la entrada que pueda registrar Chapín esta noche, la organización espera alcanzar el nivel de asistencia medio, seis o siete mil personas. La venta de entradas, a escaso ritmo, se antojó paralela a la promoción del evento, que no ha brillado precisamente por su presencia e imaginación.
La llegada de Dylan a España, hace un cuarto de siglo, más vale tarde que nunca, coincidió con una etapa de claroscuros. El cantante se abandonó a una secta religiosa, firmó discos desconcertantes en cuanto a letras y sobresalientes en música, hasta que en el 89, su amigo Jerry Garcia, el recordado guitarrista y líder de Grateful Dead, le mostró el camino de la renovación, que plasmó en el disco "Oh Mercy", el renacimiento del genio, y en la todavía vigente gira interminable, "never ending tour", cuya filosofía se centra, curiosamente, en el sistema empleado por Grateful Dead: cantar cada noche repertorios distintos, darle vuelta a su obra, captar fieles a cada paso, reinventar hechuras y actitudes, vivir en la carretera. Bob Dylan no sabe y no quiere hacer otra cosa que cantar ante el público las canciones que pilla al vuelo. Ya se sabe: método esponja, Dylan toma melodías, conceptos, ritmos, géneros, y los remodela a su antojo, convierte en particular lo colectivo y se sitúa siempre en la vanguardia gracias a su amor por el pasado. Dylan es un maestro de la música americana. Y su público fiel le acompaña allá donde va. Hay auténticos dylanitas que invierten su fortuna en seguir de gira al cantante.
En la presente temporada, cuentan que con notable éxito, la banda que luce cada noche con Dylan se compone de: Tony Garnier al bajo, Gorge Recile a la batería, Stu Kimball a la guitarra rítmica, Denny Freeman a la guitarra solista y Donni Heron al violín, viola, banjo, mandolina y pedal steel. Un grupo compacto que borda el rhytm and blues, eje central, junto a toques de country, música standard del siglo pasado, jazz, rock y algunas dosis de folk. Cabe resaltar que Dylan ha aparcado de nuevo su guitarra y permanece el concierto entero junto a su pequeño teclado eléctrico. En diversos tramos toca la armónica.
A sus 67 años, Dylan viene de una extensa gira de 37 conciertos, que se completará el día 10 en Mérida y finalmente el 11 en Lisboa. Agosto y septiembre aguardan ya al trovador estadounidense con otra pila de conciertos contratados. No para el gachó. Sólo paró a mediados de los noventa por enfermedad. El nuevo siglo mantiene a Dylan plenamente activo, respetado ya por todas las generaciones musicales, alzado a los tronos de la literatura musical, oscarizado, coronado Príncipe de Asturias, alabado por todos por sus recientes discos. "Modern times". significativo título, un guiño al paso del tiempo y a su adorado Chalin, ha encumbrado de nuevo al artista a la cima de las listas de ventas y a la cúspide de los músicos con mayor influencia en la historia del rock.
De vida sencilla y excéntrica, ajeno al mundanal ruido, Dylan marea la perdiz de su fama, repudia la fama. Fuentes de la organización desconocen si Dylan pasará la noche en un hotel en su ya legendario autobús negro de campaña, que abrió su gira española en la Expo de Zaragoza y ya ha pasado por Pamplona, Vigo, Ávila, Cuenca, Alicante, Lorca, Jaén y Madrid. En Jaén intervino de telonero el gran Quique González, aunque en el resto de la gira, incluida esta noche, lo hace Pedro Javier Hermosilla.
Cada espectador podrá ver y escuchar al Dylan que le venga en gana: el Dylan apocalíptico de sus odas primigenias, cuando una dura lluvia iba a caer sobre el planeta; el Dylan salvaje, como un canto rodado; un Dylan reposado que observa desde su atalaya o un Dylan poeta del rock eterno y maestro del entretenimiento, rockero impenitente o crooner de toda la vida. Todos en uno, acaso en una noche única.
Julio 08, Verano (Diario de Cádiz)
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3 comentarios:
Magnífico artículo, querido Enrique, sobre el maestro Dylan. Disfruta del concierto y ya me contarás.
es cierto, es un magnífico artículo; largo y lindo como la última canción del blonde; enhorabuena, Enrique
Gracias, anónimo,un abrazo ...
y felicidades, Luis, ya te contaré, Dylan estuvo enorme, claro, con sus cosillas propias del genio, lo pasamos muy bien adivinando canciones, intuyendo detalles, inolvidable !!
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