Muerte y resurrección del comercio tradicional del Mentidero, La Viña y demás barrios bañados por las ayudas del Plan Urbana
En los contornos de Cádiz han colgado un cartel que dice: "Cerrado por jubilación". Los achaques del comercio de la vieja Cádiz, a concurso, a ver quién presenta los mejores desconchones y los genuinos efectos de la humedad. A simple vista, el Plan Urbana llega tarde, pero nada parece lo que reflejan los barrios del contraste: San Juan, El Balón, La Viña y el Mentidero. Como al final de la copla, todos los caminos conducen a la eterna crisis, los vientos cambiantes, décadas de decadencia y golpes de renovación. De los 59 proyectos presentados al Instituto de Fomento del Ayuntamiento, se conoce, se deduce que los veteranos dan paso a los nuevos emprendedores, muchos de ellos llegados de países más o menos remotos. Extranjeros que ya se sienten en casa y que respiran por la herida gaditana.
"A mí me coge ya al límite, me coge listo para la jubilación", confiesa Agustín Neva, a quien le adornan cuarenta y un años al frente de la droguería de la calle Veedor, que inauguró él mismo una mañana de 1969. "Ya he visto remodelar dos veces la plaza". El pequeño comercio sangra por sus cuatro costados. "Pasó su momento", certifica, del mismo modo que la estatua de Cayetano del Toro tomó las de villadiego. El comercio tradicional vive de los recortes de prensa. Agustín abre una carpeta y despliega los recuerdos de medio Cádiz, su colección de anécdotas en sepia y de La Calle de la Bomba. Precisamente, minutos antes, uno de sus autores, Francisco Orgambides, pasa todo enchaquetado por la calle Ancha con una bombilla en la mano. "Tengo una idea", advierte. Y se introduce en el Mentidero, donde la vieja guardia deja paso a alemanes, italianos, guiris de Cádiz que decidieron prosperar al ritmo inverso que Cádiz: pasteles alemanes, un Gotinga de sol con salchichas de metro y medio, helados con acento italiano, junto al binomio local, Veedor-Serrallo. Entre todos, bajo la atenta mirada de un testigo directo de excepción, el amigo de Caramelandia, o los Samir herederos del célebre almacén o la memoria del quiosco de la calle Hércules que vedía combois da pejeta y pelotas de trapo, han logrado levantar el ánimo del Mentidero. Milagro de veras, contra todos los pronósticos. Cayó la zapatería dos veces, cayeron otros negocios, frente al poderío de la farmacia o ciertos negocios intermitentes. Rehabilitaron pisos paso a paso. Desterraron el olvido. Hasta que comenzaron las obras de la plaza, acompañadas de cuatro meses de lluvia y temporales, y la gente pidió socorro. Los hosteleros de la zona lamentan pérdidas de hasta el 75% por culpa de las obras y del agua. Y se muestran satisfechos del cambio de humor del corazón del Mentidero. "Ahora se producen muy pocas peleas, la gente está más tranquila". Cantan en la barraca unos chavales por la chirigota de Vera Luque. Por derecho.
Numerosos comerciantes consultados no conocieron de primera mano las ayudas del Plan Urbana, pero aplauden la medida en aras de la modernización, regeneración social y económica de dichos barrios, tan juntos, tan lejos del próximo casco histórico, bendecido con menos iluminación por la autoridad, sólo escuchado en los días señaladitos. Resulta descorazonador un simple paseo por el "cierre por jubilación": han sucumbido tiendas de todo tipo, sobreviven las peluquerías, algún ultramarino legendario que se encuentra en la misma tesitura que el droguero de Veedor, los consabidos imperios nipones y chinos de la vida barata y poco más. Pequeños y grandes universos de ayer y de hoy. Comercio de andar por casa para soportar las fatiguitas de la economía submarina, bálsamo y condena. Se escucha cada cosa en los negocios fundados en blanco y negro ...
Al otro lado del pasado, en cambio, quedan jóvenes con aspiraciones. Esperanza Henry ha abierto una peluquería y un local de tatuajes en el Mentidero, dos por el precio de una fuerte inversión. Esperanza lleva más de un año esperando las subvenciones aprobadas por la Junta de Andalucía. No desespera, porque no haría honor a su nombre de pila, pero sufre en primera persona de autónoma. Van tan bien los tatuajes, que pronto se trasladará a un local más amplio. Pero quiere cobrar, necesita cobrar. La morosidad de las administraciones, y el bloqueo de créditos de los bancos, ahoga al comercio. ¿No lo sabe ya?
"Manolo Alburquerque, el de Bendición de Dios, debe ser más veterano que yo", enfatiza Agustín el droguero, personaje central de esta historia, que hizo la mili con Paco Perea y recuerda como si fuera ayer a un puñado de periodistas del antiguo Diario. "Ahora todos nos vamos quedando antiguos", ironiza, "ahora la gente joven lee el Diario por internet", pero al comercio tradicional le gustan los recortes, el amigo de Caramelandia guarda otro suelto del Diario, de una década atrás, y destaca la evolución del Mentidero en contraposición con otras zonas bañadas ahora por los miles de euros del Plan Urbana. Agustín muestra ahora una foto de José María del Castillo, regordete y gracioso, hecho un chaval, en el almacén de Santa Inés con Torre, otro mito de la civilización gadita en vías de extinción. En la calle paralela, otro cartel, "Se vende por jubilación", disimula entre escaso trasiego, el tiempo se detuvo ayer. Pero el futuro pasa de pronto en forma de Erasmus, chavales sonrosados que han contribuido a la recuperación del Mentidero, por ejemplo, y la supervivencia de otros negocios en La Viña y alrededores. Diego Arias arriba, el Carnaval sin fin del Cádiz auténtico y descolorido, Casa Merche en estado puro, el triángulo mágico del Masa, muchos bares, más barracas, y un bazar de siempre dirigido ahora por jóvenes marroquíes con ansias de libertad. No conocían estas ayudas, no llegaron a tiempo, lástima, porque hubieran pintado las paredes y remodelado el techo. La Viña sobrevive con dignidad, su comercio al menos presenta más colorido y frescura que en otros rincones del Cádiz profundo. Eso sí, junto al Cristo de las Penas y la Virgen de los Dolores acompaña un sentimiento común y un grito unánime expresado en escuetos pero llamativos cartelitos. Contra el paro. Y más locales cerrados hasta el ocaso de Sagasta. Y en los dameros malditos del encantador pero olvidado Balón, y en las calles de San Juan. "Se alquila". En todas partes cuecen habas. Las franquicias del glamour y las lucecitas de colores quedan muy lejos. No tanto. Aquí no se fía. No hay maniquíes de mentirijilla. La moda nunca pasa de moda. Todavía embarcan pelotas de trapo en la calle Soledad, y miran al cielo en Osorio, y sueñan con títeres oceánicos en las calles de América. Arrabales antiguos del Plan Urbana.La dignidad ni se vende ni se alquila.
Abril 10, Cádiz, Diario de Cádiz
La foto es de Lourdes de Vicente
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